Importancia del juego real en la infancia
Hace unos días cayó en mis manos una imagen publicada en redes que me produjo desazón. La autora de la misma, mamá de un niño de corta edad, pretendía, al publicarla, llamar la atención sobre una situación que, a su juicio «empezaba a escapársenos de las manos».
La fotografía, tomada en Tennesse, nuestra el espacio infantil de una conocida cadena de comida rápida; un espacio en el que, no hace demasiado tiempo (aunque dados los cambios vertiginosos, parezca una barbaridad), los niños solían tirarse por los toboganes instalados en esos establecimientos, para terminar zambulléndose en una piscina de bolas. Todo lo que invitaba al movimiento, a las risas, a la escalada, al contacto infantil, a esa pequeña dosis de riesgo que hacía volver a intentarlo, ha desaparecido. El equipamiento de ese espacio es ahora minimalista: dos grandes pantallas sobre una pared desnuda frente a sus respectivas sillas.
A eso se reduce la zona infantil: dos pantallas y dos sillas bajo un vistoso cartel de «Sala de juego».
La imagen fotografiada es tan descorazonadora que me hizo dudar de si se trataría de una «fake» publicada por algún enemigo de la cadena. Por desgracia, parecer ser que no. Y lo que transmite es inquietante por cuanto representa.
La nueva publicidad subliminal: condicionamiento sin conciencia
En la década de los sesenta, se hizo famosa la publicidad conocida como subliminal. Esta consistía en mostrar mensajes, imágenes o sonidos de forma tan veloz y discreta que el espectador no los percibía conscientemente. El problema es que, aparentemente, sí registraba esta información, que terminaba influyendo en su conducta.
Este tipo de publicidad se utilizó con frecuencia en salas de cine y otros establecimientos públicos para fomentar el consumo de determinados productos, ya fuesen palomitas de maíz, refrescos o coches familiares.
Los estudios científicos realizados entonces no pudieron establecer con precisión el impacto real de esta práctica en la modificación del comportamiento de los espectadores, pero los indicios fueron lo suficientemente alarmantes como para que se prohibiese en todo el mundo.
La técnica empleada en el establecimiento demandado por esta madre no es menos sofisticada: espacios diseñados para captar la atención infantil, fomentar la pasividad y promover conductas de consumo.
Paradójicamente, aceptamos con total naturalidad estrategias que, aunque no son subliminales en el sentido clásico, operan con una lógica semejante. Volvamos al ejemplo de Tennessee: dos pantallas interactivas, presentadas como un juego -de hecho, un cartel recuerda rimbombantemente que esa es la «sala de juego»-, dominan un espacio del que se ha retirado cualquier posible distractor que pueda competir con ellas.
No es casualidad que las pantallas estén donde están: donde hay niños. Cuando se integran en entornos que antes se destinaban al juego compartido, activan mecanismos similares al refuerzo operante: «si tocas aquí, ocurre algo llamativo; si sigues mirando, te premian».
Estimulación pasiva: una combinación peligrosa
El juego simbólico, el movimiento físico, la interacción social y la exploración espontánea son elementos básicos del desarrollo cognitivo y emocional infantil. Sobre ellos se construyen funciones ejecutivas como la atención, el autocontrol, la planificación o la flexibilidad cognitiva.
Reemplazar todo eso por una pantalla, aunque sea «educativa», supone una reducción empobrecedora de estímulos vitales. El niño recibe gratificación inmediata, alta estimulación visual y auditiva, pero sin el componente corporal, emocional ni relacional del juego tradicional.
La autoexcitacion de las neuronas infantiles, mediante un buen chute de estímulos -colores llamativos, sonidos repetitivos y movimientos rápidos- es, sin duda, un medio eficaz de generar fidelización entre los futuros consumidores de comida rápida.
Estoy convencida de que que los artífices de este tipo de instalaciones nos aclararán cualquier posible duda sin problemas. A la pregunta de qué hay del ejercicio físico y de las habilidades motoras, no dudarán en responder que los niños deben familiarizarse cuanto antes con la nueva tecnología, porque esta será pieza clave en su vida futura. ¿Y la ausencia de interacción directa y de juego compartido? Sigue existiendo, simplemente ha cambiado el medio. ¿Los problemas visuales? Tenemos magníficas lágrimas artificiales en el mercado. ¿La pérdida acreditada de paciencia, de tolerancia a la frustración, entre otras muchas repercusiones cognitivas? El mundo avanza y más vale que asumamos la inevitabilidad del cambio.
Sí, siempre hay alguien dispuesto a justificar lo injustificable, si eso supone un «retorno de la inversión». Pero como padres, como madres, como docentes, como psicólogos o como cualquier otro profesional del ámbito educativo o santario, conviene que nos preguntemos, antes de aceptar con naturalidad este tipo de cosas: ¿estamos diseñando espacios para el desarrollo infantil o para el condicionamiento del consumidor del mañana?