
La inteligencia artificial modifica nuestras vidas
Que la inteligencia artificial ha impactado, en mayor o menor medida, en todos los campos de la actividad profesional (incluida la psicología), es algo que nadie puede negar a estas alturas. Que se está labrando un puesto privilegiado en el ámbito educativo es algo tan obvio que el personal docente se ha visto obligado a modificar, sobre la marcha y como buenamente puede, su forma de impartir clases. Y, sobre todo, su forma de evaluar el rendimiento real de los alumnos.
La inteligencia artificial ha entrado en nuestras vidas por la puerta grande y, sin embargo, dudo mucho que nadie -ni siquiera quienes intervienen en su diseño y difusión- tengamos demasiado claro cuáles serán las consecuencias a medio-largo plazo de esa incorporación.
Unas consecuencias aún menos predecibles en el caso de un segmento poblacional particularmente vulnerable: el de nuestros niños y niñas; ese amplísimo grupo de usuarios invisibles que cada día consumen textos interactivos, imágenes y vídeos que rápidamente se integran en las aplicaciones habituales.
Los niños: olvidados por unos, muy presentes para otros
Los niños son los grandes olvidados de los legisladores en materia tecnológica. Y lo que es más sangrante, se utilizan como campo de pruebas. En los últimos años, hemos visto como se reemplazaban los libros por dispositivos electrónicos en las escuelas sin la más mínima planificación ni fundamentación teórica. Los estudios previos se han reducido al mecanismo de «probemos a ver cómo resulta la cosa». Y la cosa no ha ido bien del todo. Cuando los chavales han empezado a mostrar síntomas de falta de atención, problemas de sueño, escasa tolerancia al fracaso y dificultades para socializar, los legisladores (y docentes y padres) se han echado las manos a la cabeza y emprendido una cruzada de destecnologización digital, al menos en el aula. Sin embargo, esto no es fácil. Entre otras cosas porque, a diferencia del campo legislativo, los niños son unos usuarios muy presentes en la mente de las grandes corporaciones, donde constituyen lo más parecido a la gallina de los huevos de oro: una cantera de futuros usuarios adultos con obligación de permanencia, además de productivos e inocentes generadores de datos en un mundo en el que la información es la nueva moneda.
La necesidad de imponer límites tecnológicos
Hemos aceptado sin problemas un ecosistema donde los menores proporcionan información personal y biométrica, son objeto de manipulación y víctimas de dinámicas de poder desiguales.
La inteligencia artificial generativa tiene capacidad de sobra para desempeñar un papel clave en la educación infantil inclusiva, proporcionando herramientas adaptadas a perfiles diversos o niños con necesidades educativas especiales, por ejemplo. Garantizar esa útil función conteniendo al mismo tiempo los muchos riesgos inherentes a la IA requiere de la participación de familias, profesionales y sociedad en su conjunto, pero sobre todo de las Administraciones a través de iniciativas legislativas de gran alcance.
Las responsabilidades sociales corporativas y los códigos éticos de autorregulación son valiosos. Muchas empresas privadas disponen de esas normas internas y las aplican con rigurosidad. En otras, sin embargo, son una mera herramienta de marketing. Y cuando hablamos de la salud física y mental de los niños, los límites tecnológicos deben estar bien definidos, estrictamente supervisados y, desde luego, sujetos al mandato público. Solo así podemos garantizar la prevalencia de los derechos de los menores sobre cualquier otro razón.
Contenido del vídeo: el uso continuado de dispositivos electrónicos con fines recreativos interfiere en el desarrollo de las funciones ejecutivas en niños y adolescentes y aumenta el riesgo de conductas adictivas. Este fenómeno se refleja en el incremento de consultas psicológicas relacionadas con la dependencia digital en jóvenes.