Aunque el conocimiento de la neurodivergencia y su impacto en todos los ámbitos de la vida infantil ha aumentado considerablemente, los avances siguen siendo limitados en la práctica. Persisten actitudes de rechazo hacia los trastornos que afectan a la conducta, rechazo que no se observa en igual medida ante las dificultades de carácter puramente físico.
Neurodivergencia en el aula: cómo incluir a todos
Conocemos bien los síntomas nucleares del TDAH y del TEA, y muchos profesionales del ámbito educativo están familiarizados, al menos teóricamente, con las consecuencias de la inmadurez de ciertas áreas cerebrales, como la falta de control de impulsos o la necesidad de moverse constantemente. Sin embargo, en la práctica, persiste la creencia de que esas conductas son intencionadas («lo hace porque es un maleducado»), sin indagar en las causas neurológicas que las provocan.
Es cierto que algunas conductas pueden resultar disruptivas o difíciles de manejar, pero no debemos perder de vista que los niños neurodivergentes se enfrentan diariamente a entornos que no comprenden del todo y cargan, además, con el peso de los castigos reiterados. Si entendemos que ese comportamiento tiene que ver con un cerebro diferente, los «niños problemáticos» se transforman en niños expuestos a un mundo que les exige mucho más que al resto.
La viñeta de hoy ilustra una situación habitual en el aula. Cuando los profesionales sugerimos implementar adaptaciones escolares para los alumnos con diagnósticos, algunos docentes responden: «Ya, pero entonces, ¿qué hago con los demás?». Esta postura, a mi entender, es equiparable a decir que cancelarás la clase de educación física porque un alumno se ha roto una pierna.
Es evidente que los docentes tienen la difícil labor de educar a un número considerable de niños y que no es viable ni necesario aplicar una enseñanza personalizada a cada niño, entre otras cosas, porque la mayoría no tendrá dificultades para seguir el ritmo de la clase. Sin embargo, cuando existe un diagnóstico que revela necesidades específicas, la atención a la diversidad se convierte en un deber ético. Algunos pequeños ajustes bastan para facilitar las cosas. Por ejemplo, permitir cierto movimiento controlado en la silla de un niño con hiperactividad, instalando una sencilla cinta elástica, puede mejorar notablemente su concentración.
Algunos profesores argumentan que hacer diferencias perjudica al propio niño. No comparto esa visión. Es importante que el niño conozca sus fortalezas y dificultades. La psicoeducación es una herramienta imprescindible en estos casos. El niño o la niña «neurodivergente» se enfrentará a situaciones conflictivas que no entiende y debe saber qué estrategias puede utilizar. Esto no solo le ayuda a resolver conflictos, sino que le permite experimentar la satisfacción de haberlo conseguido. Nada resulta tan motivador como poder decirse: «Esto me cuesta mucho. Por eso, cuando lo logro, me siento genial».
Un sistema educativo equitativo, capaz de reconocer las necesidades individuales, es mucho más justo que un sistema igualitario donde se trata a todos por igual, no importa si esas necesidades complican -en ocasiones, mucho- la vida escolar del niño.