Cuando madres y padres observamos determinados comportamientos en nuestros hijos -especialmente aquellos que parecen escapar de nuestro control- es natural que experimentemos cierta sensación de frustración. Nos preguntamos entonces si estamos actuando de la mejor manera, si nuestras estrategias de crianza son adecuadas o incluso si estamos fallado en nuestra labor de educadores.
Cómo afecta a nuestros hijos el «hacer como si nada ocurriese»
Con frecuencia, en un intento por proteger a nuestros hijos y evitar que experimenten malestar, optamos por el silencio. Elegimos no hablar del tema, disimular nuestra preocupación y hacer como si nada ocurriese. Sin embargo, nuestro cuerpo es un espejo de nuestras emociones y transmite todo aquello que no expresamos con palabras. Nuestros hijos, aun sin comprender del todo lo que ocurre, perciben esas señales de inquietud y las interpretan a su manera.
Dependiendo de la edad, su nivel de madurez y sus experiencias previas, podrían llegar a conclusiones erróneas que alimenten pensamientos negativos sobre sí mismos. Pueden creer que han hecho algo malo (sobredimensionando las cosas), que son el problema o que no son lo suficientemente buenos para sus referentes, por ejemplo. A la larga, esto terminará menoscabando su autoconcepto y autoestima.
Por eso, cuando experimentamos esa sensación de frustración, en lugar de inclinarnos por el silencio, es mejor opción compartir lo que sentimos con nuestros hijos desde una perspectiva positiva y motivadora que contemple la posibilidad del cambio.
En esa conversación no olvidaremos recalcar que el cambio no es responsabilidad exclusiva del niño o la niña, sino el resultado del trabajo conjunto de ese gran equipo, llamado familia, del que forman parte.
Este sentimiento de pertenencia y apoyo, con el respaldo de un buen modelo de gestión emocional -como el de no tratar de silenciar nuestros sentimientos- es el mejor de los métodos para forjar una autoestima sólida.
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