Tabla de contenido de este vídeo
00:13 ¿Qué es la disfemia o tartamudez?
02:43 ¿Debe considerarse disfemia toda interrupción en la fluidez del habla?
05:04 Las disfluencias motoras: un signo que debe alertarnos
05:56 El proceso terapéutico debe iniciarse cuanto antes
El lenguaje, esa facultad distintiva del ser humano, nos permite estructurar y transmitir pensamientos, emociones y conocimientos. Y nos proporciona toda la infinitud de la capacidad simbólica. El habla es la manifestación oral característica del lenguaje. Sin embargo, lo que para la mayoría de las personas es un acto sencillo y natural, puede ser un duro desafío para quienes experimentan fallos en la programación motora. Ante estas dificultades, hablamos de cuadro disfémico.
La disfemia o tartamudez es un trastorno que afecta a la coordinación y secuencia de los movimientos musculares y respiratorios necesarios para producir un habla fluida.
Aunque el origen de estas disfluencias se encuentra en este componente motor, la disfemia se ha explicado erróneamente, durante mucho tiempo, como un trastorno de origen psicológico o emocional. Esta confusión se debe en parte a que las reacciones fisiológicas, emocionales y conductuales características en la persona que tartamudea -conocidas como comportamientos secundarios- han sido interpretadas como demostración de ansiedad o nerviosismo.
Hoy sabemos que comportamientos como la tensión muscular, el uso de muletillas, los rodeos en el discurso o la evitación son, en realidad, estrategias inconscientes que las personas con disfemia utilizan para intentar mitigar el impacto de sus disfluencias aunque, paradójicamente, suelen agravar el problema.
Es fácil anticipar que, con el transcurso del tiempo -en particular, si no hay una intervención adecuada- terminarán apareciendo signos de ansiedad en circunstancias que requieren interacción verbal o asociados a situaciones sociales. Esto condiciona a la persona, empeora progresivamente el cuadro disfémico y termina por menoscabar su autoestima y calidad de vida.
¿Toda interrupción en la fluidez debe considerarse disfemia?
En absoluto. Todos hemos experimentado en algún momento problemas de fluidez en el habla, en particular en situaciones de estrés o de elevada carga emocional. El origen de la disfemia no es emocional, pero las emociones influyen sobre nuestra conducta y nuestro habla.
Algunos comportamientos nos pueden hacer pensar en una disfluencia de tipo evolutivo -por ejemplo, en el caso de niños pequeños que empiezan a tartamudear- o, por el contrario, en la instauración de un patrón disfémico.
Las disfluencias evolutivas suelen deberse a inmadurez cognitiva. El niño o la niña simplemente interrumpe su discurso porque no encuentra la palabra apropiada para expresar sus ideas. Mientras «rebusca» en su vocabulario el término que se le resiste, tal vez emita un sonido o introduzca una interjección. Este tipo de disfluencias no son, por lo general, problemáticas ni sugieren un trastorno del habla.
A veces, no obstante, observamos complicaciones motoras y estas sí suponen una señal de alerta. El niño o la niña no tiene dificultad para acceder al vocabulario y, sin embargo, no puede articular la palabra que desea verbalizar. Surgen entonces los bloqueos, las repeticiones, el alargamiento de sonido iniciales y todo el repertorio de comportamientos secundarios como la sensación de esfuerzo, el aumento de la tensión muscular o las muecas faciales.
La importancia de la evaluación temprana
Quiero hacer hincapié en la importancia de iniciar el proceso terapéutico cuanto antes. Algunos padres, acuden al pediatra alertados por el esfuerzo que realiza su hijo o hija al hablar. El pediatra, con la mejor de las intenciones, les tranquilizará diciéndoles que es una cuestión evolutiva. En muchos casos será así, y la tartamudez desaparecerá espontáneamente. En otros, el desenlace será diferente.
Aconsejamos encarecidamente a las familias que no subestimen las disfluencias de sus hijos, especialmente si notan sufrimiento o frustración en el niño o si, habiendo encontrado la palabra que desea utilizar, tiene problemas para articularla.
Cuando las familias acuden al centro, realizamos una valoración de las producciones del niño, teniendo en cuenta, además, determinados criterios de riesgo:
- Ser varón
- Tener antecedentes familiares de disfemia
- Las disfluencias persistan más allá de los cinco o seis años
Si el niño cumple con alguno de estos criterios y las disfluencias no parecen ser de tipo evolutivo, se recomienda iniciar la intervención sin demora con los padres para enseñarles estrategias. Uno de nuestros cometidos es evitar que un problema de fluidez del habla se transforme en un problema psicológico.
Tal vez te interese:
→ Disfemia evolutiva: un riesgo que no debemos pasar por alto