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Pesadillas y terrores nocturnos: algunas diferencias

Las pesadillas y terrores nocturnos son alteraciones del sueño (lo que se conoce como «parasomnias») no preocupantes y habituales en los primeros años del desarrollo infantil; sin embargo, son incidentes angustiosos para el niño y, por suerte, podemos ayudarles a sobrellevarlos. Nuestra intervención será diferente si son pesadillas o terrores nocturnos, por lo que lo primero es aprender a diferenciarlos:

Pesadillas
  • El pequeño se despierta brusca y completamente y experimenta terror, miedo, angustia o ansiedad a causa de un sueño muy vívido.
  • Si acudimos a su lado, se percata de nuestra presencia y se tranquiliza. Si no estamos, nos reclama o acude a buscarnos.
  • Recuerda con mayor o menor detalle el contenido del sueño y, dependiendo de la edad, puede relatarlo.
  • Es probable que sienta miedo a volver a dormirse.
  • Suele producirse durante la segunda mitad de la noche (fase REM), a partir de las tres o cuatro de la mañana, cuando los sueños son más intensos.
  • Por lo general, están relacionadas con alguna circunstancia que preocupa al niño.
  • Tienden a desaparecer hacia los siete años.

Terrores nocturnos

  • El niño llora, grita o habla, se agita —incluso se incorpora—, tiene los ojos abiertos y muestra expresión de angustia, ritmo cardíaco acelerado y mayor sudoración. A pesar de ello, no se despierta.
  • No se da cuenta de nuestra presencia y puede llegar a apartarnos. Si intentamos tranquilizarlo puede aumentar su agitación.
  • No es habitual que se despierte, y si lo hace no recuerda lo ocurrido y experimenta un momentáneo estado de confusión.
  • Continúa durmiendo concluido el episodio. Si se despierta, vuelve a conciliar el sueño sin más.
  • Aparecen al comienzo de la noche, a las dos o tres horas de haberse dormido, cuando el sueño es muy profundo.
  • Tienden a desaparecer hacia los doce años.

Ahora que sabemos identificar si nuestro pequeño sufre una pesadilla o un terror nocturno, veamos cómo debemos reaccionar en cada caso:

Qué hacer si nuestro hijo sufre una pesadilla
  • Acudiremos a su lado cuando lo oigamos gritar y le ayudaremos a tranquilizarse, hablándole con suavidad y sin mostrar preocupación. Si estamos nerviosos, el niño lo percibirá y no conseguiremos sosegarlo.
  • Le escucharemos con atención si nos relata el sueño. Si no tiene ganas de contarlo, no insistiremos.
  • Le explicaremos que se trata de una pesadilla, que el mal sueño ya ha pasado y nada puede ocurrirle. Una vez que se haya tranquilizado le alentaremos a dormirse de nuevo. Por lo general, el niño está cansando y pronto volverá a quedarse dormido. Dejaremos que duerma en su cama. Si lo acostumbramos a hacerlo en la nuestra estaremos fomentando un mal hábito.
  • Si sigue alterado podemos dejarle una pequeña luz encendida o darle su muñeco o mantita preferida.
  • Si la pesadilla es recurrente, trataremos de identificar qué subyace tras la misma. Es muy posible que algo inquiete al niño (en la escuela, en la familia…). Conocer esos estresores nos ayudará a reducir sus efectos sobre el niño.
  • Esta es una ocasión excelente para hacer uso de nuestra creatividad: algunos papás descubren grandes aliados en objetos imaginativos como el «pulverizador anti-monstruos» o la «escoba barre-pesadillas». La lectura de un cuento divertido que ayude a desdramatizar las pesadillas también puede ser de ayuda.
  • No le reñiremos si se muestra reacio a retomar el sueño. Esta sugerencia puede parecer innecesaria pero lo cierto es, que después de un día agotador y de varias noches levantándonos, los adultos no siempre reaccionamos del «todo bien». Es importante que tengamos paciencia: son episodios angustiosos para el pequeño y necesita nuestro consuelo, cariño y apoyo.
Qué hacer si nuestro hijo sufre un terror nocturno
  • Acudiremos a su lado, pero sin tratar de despertarlo ya que, como señalamos anteriormente, durante los terrores nocturnos el estado de agitación del niño puede agravarse ante cualquier estímulo externo. Por frustrante que nos resulte, esperaremos a que pase el episodio sin intervenir.
  • Estaremos atentos para evitar que se golpee contra la pared o el cabecero o se caiga de la cama. Recordemos que está dormido y no es consciente de los movimientos que realiza.

Aunque las pesadillas y los terrores nocturnos no tienen por qué ser motivo de alarma, está claro que preferiríamos que nuestros retoños no los sufrieran. No hay una fórmula mágica que evitarlos, pero sí algunas consideraciones a tener en cuenta para reducir su aparición:

  • Acostar al niño temprano, antes de que esté demasiado cansado, y siempre a la misma hora para que interiorice un patrón de sueño adecuado y le resulte más fácil dormirse.
  • Darle una cena ligera, con pocas grasas, para evitar digestiones pesadas.
  • Evitar las pantallas (televisión, consolas…) y las actividades físicas antes de ir a la cama, ya que constituyen una fuente de excitación.
  • Concluir la jornada con una rutina relajante: darle un baño, contarle un cuento, cantarle una canción, etc. Cuanto más tranquilo se vaya a la cama, mayor será la probabilidad de que el niño tenga un sueño plácido.
  • Si la oscuridad total le da miedo, podemos dejar encendida una luz tenue que le permita ver lo que le rodea, evitando las luces directas que dificulten el sueño. Si algún objeto le produce intranquilidad, lo retiraremos.
  • Permitirle dormir con el muñeco de su elección. Le ayudará a sentirse acompañado y protegido.

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Se desconoce la causa exacta de los terrores nocturnos y las pesadillas, pero estos son más frecuentes si el niño se acuesta preocupado o sobreexcitado, tiene fiebre o molestias, ha ingerido una cena pesada o está excesivamente cansado. Nuestro cometido, como padres, es procurar a nuestro hijo las condiciones idóneas para garantizar las horas necesarias de descanso y evitar en lo posible aquellas circunstancias que puedan repercutir negativamente en la calidad del sueño.

Si a pesar de mantener una higiene del sueño adecuada, tu hijo sufre pesadillas o terrores nocturnos recurrentes, aumenta su frecuencia u observas que repercuten sobre sus actividades diarias, coméntalo con tu pediatra: te orientará sobre otras medidas apropiadas o derivará al especialista si lo considera oportuno.

 

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