Denominamos disfagia a la dificultad para deglutir por causas orgánicas, psicológicas, sensoriales o motoras. Esta dificultad para tragar los alimentos, sólidos o líquidos –e incluso la saliva– puede ir acompañada de ataques de tos, regurgitación, vómitos y aspiraciones traqueobronquiales. Se trata de una patología infradiagnosticada a pesar de su alta prevalencia y de sus graves repercusiones socio-emocionales sobre las personas afectadas. Los costes sanitarios derivados de sus complicaciones, entre otras, el riesgo de malnutrición y deshidratación o las infecciones del tracto respiratorio, son elevados. Su gravedad puede variar desde la dificultad moderada para tragar hasta la incapacidad absoluta en los casos más severos.
Clasificaciones básicas de la disfagia:
- Disfagia orofaríngea
- Disfagia esofágica
Por el tipo de alimento afectado:
- Disfagia a sólidos
- Disfagia a líquidos
- Disfagia mixta
Aunque los atragantamientos ocasionales debido a una excesiva rapidez al comer o a una inadecuada masticación no tienen por qué indicar disfagia, se trata de una patología que puede progresar lentamente, por lo que hemos de estar atentos a algunos síntomas que nos permiten identificarla en una fase temprana:
- Tos o atragantamiento durante o después de comer.
- Dificultad para controlar la producción de saliva.
- Dificultad para tragar el bolo alimenticio de una vez: es necesario realizar varios intentos.
- Quedan residuos en la boca tras la deglución.
- Sensación de que el alimento se queda «pegado» en la garganta.
- Cambios en la calidad de la voz (debilitada).
- Carraspeo frecuente.
- Pérdida de peso sin otras causas que la justifiquen.
- Infecciones respiratorias recurrentes (en particular, neumonía aspirativa).
La deglución es un acto complejo que exige la perfecta coordinación de nuestros sistemas sensorial y motor, así como la intervención de más de una treintena de pares de músculos: el alimento se mastica y prepara en la boca hasta formar el bolo alimenticio (fase oral), el bolo pasa a continuación al esófago empujado por la lengua (fase faríngea) y, desde allí, es trasportado hasta el estómago mediante los movimientos musculares involuntarios (fase esofágica). Una alteración en cualquiera de estas fases de deglución (voluntaria o involuntarias) provocará molestias durante y después de la comida que, en muchos casos, pueden transformar lo que debiera ser una experiencia gratificante, en un momento de auténtica tensión, tanto para el disfágico como para sus cuidadores o familiares.
El acto de comer va mucho más allá de alimentarse para satisfacer una necesidad fisiológica. En todas las culturas, la comida y cuanto la rodea constituye un elemento clave de las relaciones sociales. Gran parte de nuestra vida gira en torno a la cultura gastronómica: encuentros con amigos y familiares, conmemoraciones, excursiones o viajes serían difíciles de imaginar sin su presencia. La imposibilidad de compartir con los otros una experiencia tan «nuestra» y cotidiana como la de comer por el embarazo que originan las dificultades que acompañan a la disfagia o el temor al atragantamiento en público conduce con frecuencia a la autorreclusión y aislamiento de quien la padece.
La presencia de algunos o todos los síntomas antes citados debe alertarnos de que algo no va bien, por lo que no debemos dudar en acudir a un profesional de la salud, quién realizará la oportuna exploración y las pruebas pertinentes para valorar la existencia y, dado el caso, la gravedad de la disfagia.
Una vez diagnosticada la patología será el logopeda quien se encargue de reeducar u optimizar la deglución, enseñando y entrenando al paciente en sus distintas fases mediante técnicas adaptadas a su sintomatología concreta.
La implicación del paciente, sus cuidadores y familiares es fundamental para obtener resultados satisfactorios y afianzar la eficacia y seguridad de la deglución.