Durante el primer año de la vida del niño tienen lugar importantes cambios en su ritmo de sueño. Estos cambios seguirán produciéndose durante los años siguientes –aunque de forma mucho más progresiva– hasta alcanzar, en torno a la pubertad, el patrón definitivo: ocho horas de sueño y dieciséis de vigilia.
El feto duerme alrededor de veinte horas al día y alterna los periodos de sueño y vigilia en función de las señales que recibe de la madre a través de la placenta y de los estímulos ambientales. Podemos decir que el reloj biológico encargado de regular las funciones fisiológicas cíclicas del organismo del embrión viene marcado por el ritmo circadiano de la madre.
Cuando el niño nace, su propio sistema circadiano o reloj biológico interno es inmaduro, por lo que su ritmo de sueño es fragmentado y está regulado, en gran medida, por factores exógenos como la necesidad de alimentarse. El niño duerme de 18 a 19 horas diarias, repartiendo en sueño en siestas de 1 a 3 horas de duración (lo que se conoce como sueño polifásico) y se despierta fundamentalmente para mamar.
A partir del tercer mes comienza a producirse la maduración de una estructura cerebral imprescindible para alargar progresivamente el tiempo de sueño y adaptarlo a las rutinas cotidianas: el núcleo supraquiasmático. Este núcleo (o núcleos ya que disponemos de dos) está ubicado en la base del cerebelo, en el hipotálamo anterior, y es el encargado de regular el ritmo circadiano del sueño en función, principalmente, de la luz que penetra a través de la retina del ojo. El núcleo supraquiasmático estimula la liberación de una hormona denominada melatonina que, entre otros cometidos, se encarga de reducir el nivel de actividad, induciendo el sueño. A mayor cantidad de luz, menor segregación de melatonina y viceversa. La melatonina, cuya liberación alcanza niveles máximos durante la noche, nos permite concebir un sueño placentero y reparador.
A medida que el niño crece, además de reducir sus necesidades de sueño, también modifica su ciclo vigilia-sueño. De 0 a 3 meses, un bebé duerme entre 14 y 17 horas al día, aunque de forma muy fragmentada. Entre los 4 y 11 meses, el tiempo de sueño oscila entre 12 y 15 horas, y en torno al sexto mes se observa un aumento notable del tiempo que el niño duerme sin interrupciones y además el sueño se concentra fundamentalmente en la noche.
El desarrollo del ritmo circadiano del sueño es un proceso innato, pero para sincronizarlo con los ciclos ambientales se requieren los denominados «sincronizadores», factores externos que ayudan a adaptar nuestro reloj biológico a las necesidades de nuestra vida diaria. La luz-oscuridad, las variaciones de temperatura, los horarios de las comidas, la actividad física o la interacción social son algunos de estos sincronizadores.
Dado que los sincronizadores o «zeitgebers», como también se denominan, son necesarios para desarrollar una rutina de sueño adecuada, podemos tener en cuenta algunas consideraciones que ayudarán a nuestros hijos a establecer un patrón de sueño saludable.
- No despertar al niño. Durante los primeros meses de vida, el ritmo de sueño del recién nacido se rige principalmente por las sensaciones de hambre y saciedad. Aunque nos parezca que el niño duerme demasiado desde la última toma, si sintiese hambre se despertaría por sí solo. El dicho de «dormir alimenta» que tanto hemos oído repetir a nuestras abuelas, tiene mucho de cierto. El sistema neurológico del recién nacido se desarrolla durante el sueño, así que no pasa nada porque duerma un poco más de lo previsto salvo, por supuesto, que el pediatra nos aconseje despertarlo por razones médicas concretas.
- ¡Mientras se come, no se duerme! Para nuestro bebé, tomar el biberón, y más aún el pecho, es una sensación tranquilizadora y placentera, no solo porque sacia su hambre sino porque permanece cerca del cuerpo de la madre, siente su respiración, calor y olor, y escucha las palabras cariñosas que esta le dedica. Es fácil, por ello, que se adormezca e incluso que siga succionando mientras está dormido. Si queremos que aprenda a relacionar el acto de alimentarse con la vigilia, es preferible evitar que se quede dormido mientras come. Si vemos que se le cierran los ojos, podemos llamar su atención hablándole, haciéndole cosquillas… cualquier cosa que se nos ocurra para espabilarlo con suavidad.
- Sacar los gases. Algunos niños tienen dificultades para expulsar los gases y al poco tiempo de dormirse se despiertan porque están molestos. Si esto le ocurre a nuestro pequeño, lo mantendremos despierto, en brazos y en posición vertical, hasta que los eche. Un cuarto de hora debería ser más que suficiente. Si no expulsa los gases o son flojos y no experimenta molestias durante el sueño, no debemos preocuparnos: algunos niños apenas retienen gases.
- Crear rutinas. Aun cuando durante los primeros meses los patrones de comida y sueño suelen ser irregulares, podemos ir sentando las bases para introducir una rutina previa a la hora (teórica) de ir a dormir. Un baño relajante y una canción o un cuento antes de dormir, son una buena forma de concluir la jornada. A medida que nuestro pequeño vaya mostrando sus preferencias, sabremos que le ayuda a tranquilizarse y a conciliar el sueño. Es posible que aun no se duerma, pero irá asociando estas acciones con el sueño e interiorizará el hábito con el transcurso de los meses.
- Coger el sueño solo. Lo ideal es que aprenda a dormirse solo: que una vez que haya terminado de comer, le hayamos cambiado el pañal y sacado los gases, lo dejemos en la cuna, se quede tranquilo y que al cabo de 20 o 30 minutos concilie el sueño. A veces estamos tan acostumbrados a dormir a nuestro hijo en brazos que no se nos ocurre darle tiempo para que conciba el sueño por sí solo en la cuna. O estamos tan cansadas que lo tumbamos sobre nosotras al darle el pecho, sabiendo que al hacerlo se quedará dormido. Conocemos la teoría de «pe a pa», pero no siempre nos resulta fácil llevarla a la práctica. De lo que hemos de ser conscientes es de que al niño le costará desprenderse de aquellos rituales que rodeen al acto de dormir. Si mamá o papá acostumbran, por ejemplo, a mecer la cuna o a darle la mano hasta que se quede dormido, exigirá que lo hagan todas las noches. Y lo mismo ocurrirá si nos dedicamos a pasearlo por el pasillo de casa en brazos, a ponerle música (o la televisión) de fondo o –como me explicaban unos padres desconsolados y faltos de sueño– «a sacarlo a altas horas de la noche porque el niño se ha acostumbrado a dormir al aire libre en su carrito y no hay forma de que coja el sueño en la cuna». Cuanto más sencillo sea el ritual previo a la hora de irse a dormir, menos engorroso y más gratificante resultará para todos.
- De noche, silencio y oscuridad. No importa si el bebé duerme en su propia habitación o en la nuestra o si optamos por el colecho (en este último caso, siempre con las debidas precauciones para no dificultar la respiración del niño): en la habitación debe reinar el silencio y la oscuridad. Si el niño se despierta por la noche, procuraremos no estimularlo para que vaya aprendiendo que esas son horas de descanso. Si es necesario alimentarlo o cambiarle el pañal, emplearemos una luz tenue e indirecta, y nos dirigiremos a él en un tono suave, evitando juegos o actividades que lo exciten.
- Esperar a que vuelva a conciliar el sueño. Si durante la noche notamos que nuestro hijo está despierto, pero tranquilo, le daremos tiempo para que vuelva a dormirse: lo más probable es que dedique un tiempo a balbucear o hacer gorgoritos y vuelva a dormirse arrullado por el sonido de su propia voz. No te abalances a cogerlo en brazos o a mecer la cuna en cuanto notes que está despierto porque lo convertirás en costumbre: el niño dejará de llorar de inmediato cuando lo tomes en brazos y reanudará el llanto cuando lo devuelvas a la cuna. Si tu hijo está intranquilo o llora porque siente molestias o hambre, no dejará de hacerlo hasta que hayas calmado esas necesidades o malestar.
El sueño es un tema que preocupa a los padres, en particular si el niño tiene dificultades para dormir o un sueño ligero y es propenso a llorar por las noches. Para la madre que da pecho, el hecho de no poder dormir de un tirón puede resultar agotador, y como tiene que levantarse con cada toma, tenderá a hacer lo posible para que el niño retome el sueño cuanto antes aunque eso signifique acunarlo durante un buen rato si se muestra reacio a dormirse. Pensemos, sin embargo, que esta es una etapa pasajera y que, en cuestión de unos meses, ¡los sistemas circadianos de nuestro hijo estarán maduros para echarnos una mano!
Uxue Montero