Me gustaría pedirte a ti, querido lector o lectora, que hagas un sencillo ejercicio: recordar aquella vez que decidiste apuntarte al gimnasio.
Nuestras expectativas…
Probablemente todo comenzó con una promesa de fin de año, una recomendación médica o, quizás, por un reto personal. Sea cual sea la causa, hay una cosa clara: tenías una motivación para hacerlo. Estoy segura de que recordarás la sensación de bienestar y felicidad que sentías al imaginarte más delgado (o delgada), esbelto, con los músculos bien perfilados y luciendo de nuevo ese «tipín» (y esa prenda que guardas desde tiempo inmemorial en el armario) que la falta de tiempo, la vida sedentaria y las comidas rápidas se obstinan en dar a traste. De hecho, estabas tan motivado con la idea que al día siguiente acudiste al centro comercial dispuesto a comprarte el modelito deportivo más fashion con el que no desentonar entre los veteranos del gym.
… y la realidad
El primer día es una experiencia apasionante: pura adrenalina. Tanto es así que no te importa sentir el cuerpo magullado al día siguiente. Es más, lo consideras la prueba de que te has esforzado como es debido y eso te hace sentir bien contigo mismo. Lo mismo ocurre durante tu segunda y tercera incursión en el gimnasio.
Pero los días transcurren y la pasión inicial comienza a apagarse. Los ejercicios te parecen cada vez más monótonos. Esas máquinas –que al principio considerabas el súmmum de la tecnología deportiva ergonómica–, comienzan a recordarte a un potro de tortura (y además son aburridísimas) y, por si fuera poco, los resultados se hacen de rogar: la imagen con la que has fantaseado de lucir un cuerpo «10» no se vislumbra por ningún lado.
Surgen entonces las preguntas: «¿Cuánto tengo que sudar para adelgazar unos gramos?, ¿Cuánto tiempo tiene que pasar para lograr resultados? ¿Servirá esto para algo?». Las dudas se acumulan y la desmoralización hace mella en tu motivación. Comienzas a faltar al gimnasio porque surgen obligaciones inaplazables que los primeros días conseguías posponer o reubicar en otro momento de la jornada sin mayores problemas. Y, al poco tiempo, te encuentras justificándote a tí mismo –con más o menos éxito– por qué no puedes acudir hoy al gimnasio. Por último, en un intento de aliviar la sensación de culpa, arrinconas el chándal en el armario con un tranquilizador «para cuando tenga más tiempo», y te das de baja en el gym felicitándote porque, al menos, no has comprado el bono anual.
Porque no a todos nos motiva lo mismo
Un vistazo a cualquier gimnasio nos permite vislumbrar distintos perfiles de usuarios: tenemos, por ejemplo, al grupo de quienes asisten encantados y a los que muy pocas cosas les impediría acudir a su cita diaria con el gym. O el de quienes no disfrutan tanto, pero una razón de peso les impele a cumplir con su obligación de ejercitarse regularmente… y está, por supuesto, ese vasto grupo en el que –reconozcámoslo– nos encontramos muchos de nosotros, que abandonarán el gimnasio al cabo de algunos meses, semanas e incluso días.
¿Cuál es la causa? Es obvio que algunas personas obtienen un elevado nivel de satisfacción y una buena descarga de endorfinas como resultado del propio ejercicio físico («Lo hago porque me gusta»). Un segundo grupo está formado por aquellos que buscan motivaciones que van más allá del placer que proporciona el mero ejercicio. Y las encuentran, como lo demuestra el hecho de que persistan en una tarea que, por sí misma, no les emociona demasiado («Lo hago para cumplir un propósito»). Y está ese tercer grupo –el de los que abandonan– que, tras el impulso inicial, no encuentran motivación suficiente para seguir acudiendo al gimnasio.
Pero volvamos a ti, lector, que has dejado el gimnasio al cabo de un par de meses, pese a tu convencimiento inicial. ¿Sería adecuado decir que no te has esforzado? ¿Debemos entender que la persona que disfruta haciendo ejercicio y que aprovecha cualquier oportunidad para hacerlo se esfuerza más que tú? Coincidirás conmigo en que, al menos en el ejemplo que te he planteado, no tiene sentido establecer diferencias o calificaciones BASADAS EN TÉRMINOS DE ESFUERZO entre el usuario entusiasta del ejercicio físico y tú.
Porque, como has podido intuir, la razón que marcará nuestra continuidad en el gimnasio será, por encima de todo, la capacidad de postergar la recompensa (estrechamente vinculada con el mantenimiento de la motivación). Esto requiere, por un lado, contar con un buen sistema ejecutivo que nos permita proyectarnos en el tiempo y trazar un plan más o menos organizado y, por otro, una elevada dosis de autocontrol. Con estas herramientas en nuestra mochila podemos mantener un refuerzo continuado que alimente nuestra motivación extrínseca (sujeta a factores externos) y nos impida abandonar a la primera de cambio nuestro compromiso de alcanzar las metas a largo plazo que nos hemos planteado.
Para el niño con TDAH no es una anécdota
Esto, que puede resultar anecdótico cuando nos referimos al gimnasio, es un verdadero problema para el niño con TDA o TDAH, al que con frecuencia se etiqueta de vago o incapaz de esforzarse.
Numerosos estudios revelan una clara inmadurez en las funciones o capacidades cognitivas a las que he hecho referencia anteriormente –organización, planificación y autocontrol– lo que implica una dificultad significativa para postergar la recompensa. El niño se mostrará poco perseverante en la tarea que desempeñe, en particular, si no cuenta con la motivación inicial, y probablemente la abandonará sin llegar a concluirla, con independencia de la dosis de esfuerzo que haya invertido en su realización. El cúmulo de experiencias de fracaso repetidas, a pesar de haberse esforzado, harán que el niño deje de intentarlo.
Al etiquetar como vago al niño con TDA o TDAH debilitamos su autoconcepto y autoestima, generando daños emocionales que pueden ser difíciles de reparar.
Tengamos en cuenta su especial idiosincrasia y adaptemos las tareas a sus necesidades planteando metas a corto plazo, reforzables de manera inmediata para fomentar la perseverancia y evitar el abandono.
Solo con un sistema de refuerzo continuado lograremos que nuestros niños con TDA o TDAH estén en buena forma para enfrentarse a los retos que se planteen o les planteemos.
Iciar Casado (Psicóloga)
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