Son muchas los momentos que tenemos los padres para ayudarles a pronunciar correctamente los sonidos: el tiempo dedicado al juego es uno de ellos. Soplar bolitas de papel con una pajita para hacer carreras, hacer gárgaras con y sin agua, «poner caras» divertidas delante del espejo (hacer «pedorretas», sacar y meter la lengua, llevarla a una y otra comisura, bostezar exageradamente…), realizar onomatopeyas, adivinar sonidos de animales, cantar o leer cuentos en voz alta, nos permite enseñarles a discriminar sonidos, reforzar la motricidad labiolingual y ejercitar la coordinación respiratoria.
No obstante, en ocasiones el comportamiento de nuestro hijo dispara nuestra alarma. Algunos padres, por ejemplo, creen ver síntomas de retraso cuando el niño no articula o distorsiona algunos fonemas. Sin embargo esta dislalia, conocida como evolutiva, forma parte del proceso normal de adquisición del lenguaje y desaparece, por lo general, cuando el niño madura y, como hemos señalado anteriormente, cada niño tiene su propio ritmo de desarrollo sociocognitivo que depende, en gran medida, de factores hereditarios y del contexto familiar (aprovechamos la ocasión para recordar una vez más la necesidad de hablar al niño correctamente y de forma clara).
En la mayoría de los casos, no hay razón para preocuparse aunque, si persiste la duda, no estará de más consultar con el pediatra o el logopeda.
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