Durante los talleres de formación de familias fomentamos la intervención de los papás y mamás porque estamos convencidos de que las preguntas que plantean y sus experiencias de primera mano son de gran utilidad para el resto de los participantes. En las líneas siguientes recogemos algunas de las preguntas formuladas durante el taller «Lectoescritura en infantil». ¡Os agradecemos vuestra aportación!
[+] ¿Influye una mala pronunciación en el aprendizaje de la lectoescritura?
[+] ¿Cuál es tu opinión, como profesional, sobre el aprendizaje inicial de las mayúsculas para pasar después a las minúsculas?
[+] ¿Cómo podemos animar a un niño de cinco años que se frustra y empieza a llorar en cuanto le piden que escriba una redacción?
¿Influye una mala pronunciación en el aprendizaje de la lecto?
Por supuesto. Ante esta pregunta es inevitable hacer referencia al sistema educativo. Lo lógico sería que el niño no empezase la lectoescritura hasta que hubiese completado el desarrollo fonológico del lenguaje oral (y no cometa errores de articulación, de pronunciación, etc.), porque el aprendizaje de la lectura se apoya en el lenguaje oral. No tiene sentido que niños con «lengua de trapo», que todavía no pronunciación bien y no discriminan bien sonidos parecidos tengan que aprender a leer, una actividad que requiere dominar la discriminación para poder conectar el sonido con la pista visual.
¿Qué ocurre entonces? Nos encontramos con niños que tienen cierto retraso en el área fonológica del lenguaje oral y que, como cabría esperar, trasladan esos errores a la lectura. En ese caso, aconsejamos a los profesores que esperen a que el niño o niña complete el desarrollo fonológico.
En torno a los tres años, el área fonológica del lenguaje ya ha alcanzado cierta madurez. El niño debe haber adquirido todos los fonemas (a excepción de la /r/, que puede demorarse hasta los 5 años). Algunos niños cecean o sesean (tienen dificultades con los fonemas /s/ y /c/) pero, por regla general, el repertorio fonético ya está completo. Por ello, si observamos que nuestro hijo de 3 años no es capaz de articular correctamente algunos fonemas, nuestra recomendación es que no esperemos a que tenga que enfrentarse al aprendizaje de la lectura, porque su adquisición le costará más. Tiene que trabajar esos fonemas a nivel oral para adentrarse después en la lecto sin problemas.
Los papás y mamás (y en general, todos los adultos) nos adaptamos de inmediato a la lengua de trapo del niño; hacemos un esfuerzo por comprender y conectar con nuestros hijos. Pero los otros niños no harán ese esfuerzo. Si nosotros, los padres, tenemos dificultades para entender a nuestros hijos; si tenemos que pedirles que nos repitan lo que han dicho o que lo digan de otra forma, esto terminará siendo un problema para el niño, porque su grupo de iguales no le dará la oportunidad de corregir o aclarar lo que dice. Es probable que los otros niños, al no entenderle, dejen de prestarle atención y el niño termine evitando la interacción verbal con sus compañeros.
A los tres años, los niños hablan como «cotorras» porque a esa edad el lenguaje es una importante herramienta de socialización. Mi recomendación es que, si observáis problemas de pronunciación en vuestro hijo, pidáis consejo a un profesional. Por dos razones: para identificar por qué a nuestro hijo le cuesta pronunciar esos sonidos (puede tratarse de vegetaciones, respiración oral, poca musculatura en los músculos orofaciales, dificultades de discriminación auditiva…) y porque los malos hábitos se consolidan con el tiempo, lo que dificulta su corrección. Pueden generar, además, situaciones poco cómodas para el niño con su grupo de iguales.
¿Cuál es tu opinión, como profesional, sobre el aprendizaje inicial de las mayúsculas para pasar después a las minúsculas?
En lo que se refiere al aprendizaje de las letras, no hay una opinión común en el ámbito educativo. A nosotros, como profesionales que cada día tratamos a niños con problemas de lectoescritura, nos cuesta entender la razón de tener que aprender dos códigos. Durante la etapa de infantil, los peques aprenden las letras ligadas. Pero esto cambia cuando acceden a primaria. Desaparece la letra ligada de la lectura –aunque no de la escritura– y se enfrentan a la letra de imprenta.
En nuestro centro tratamos, sobre todo, con niños que tienen dificultades con la lectura. Si a un niño le cuesta aprender el código escrito, pensemos en el esfuerzo titánico de aprender primero la letra ligada y en mayúsculas, a continuación las letras minúsculas, para incorporar después la letra de imprenta. Todo ello con una complicación añadida: va a leer en un formato y a escribir en otro. En el colegio no se admite la letra de imprenta: el niño tiene que seguir utilizando la letra ligada. Viene a ser como si me hablasen en un idioma y yo tuviese que responder en otro. El empleo de dos códigos distintos tampoco nos permite aprovechar el aprendizaje de la lectura para reforzar el aprendizaje de la escritura, como ocurriría si la tipografía en la que leo y escribo fuese la misma.
La respuesta que concita mayor consenso respecto al uso de la letra ligada es que favorece la rapidez al escribir. A mi juicio, esta es una opinión subjetiva, ya que muchos niños escriben más rápido con letra separada y a otros les resulta muy complicado escribir una palabra sin levantar el bolígrafo del papel. Nuestra propuesta de intervención es clara y más aún si existen problemas de grafomotricidad: el niño o niña debe aprender la letra de imprenta desde los tres años, porque es la letra en la que leerá a lo largo de toda su vida.
El niño con un desarrollo cognitivo normotípico terminará aprendiendo, antes o después, los dos tipos de código. Pero si pensamos en los niños con dificultades lectoescritoras, la pregunta surge de inmediato: ¿qué necesidad hay de que lo pasen mal (y en muchas ocasiones, muy mal) aprendiendo un código que cambiará poco después?
Somos muchos los profesionales que reivindicamos este enfoque. Si el niño tiene problemas grafomotores, hay que permitirle que utilice la letra de imprenta, porque mantener la motricidad fina de principio a fin de la palabra puede ser una tortura. Nuestra recomendación es clara: el niño tiene que aprender a escribir en letra de imprenta y relacionando mayúsculas con minúsculas.
¿Cómo podemos animar a un niño de cinco años que se frustra y empieza a llorar en cuanto le piden que escriba una redacción?
Este tipo de reacciones son bastante frecuentes. Por mi parte, empezaría valorando al niño desde una perspectiva más general, teniendo en cuenta cuestiones relacionadas con la personalidad: cuál es su tolerancia a la frustración, cómo le afecta el fracaso, si es muy perfeccionista (no soporta confundirse), qué experiencias ha tenido en relación con el aprendizaje de la escritura. Este sería el punto de partida. Después habría que valorar –ya que las exigencias escolares a las que está sometido un niño de 5 años son bastante elevadas– si tiene dificultades grafomotoras (poca fuerza en la mano, uso deficiente de la pinza digital) que afectan a los movimientos precisos.
Sin embargo, a la vista de la respuesta visceral que manifiesta el niño, todo hace pensar en cuestiones que afectan a otros ámbitos, más allá de la escritura, como la baja tolerancia al error o un exceso de perfeccionismo, cosa que ya observamos en algunos niños de esta edad.
También es posible que se bloquee ante la demanda de «escribe lo que tu quieras». Muchos niños no son capaces de decidir porque, para poder decidir algo tienes que ser capaz de «desengancharte de otro algo». Y cuando te gusta todo, es difícil valorar qué es más importante. Eso es lo que hacemos en el gabinete: enseñar al niño a decidir. Y, además, a decidir con todas sus consecuencias.
En el caso concreto de este peque habrá que plantear situaciones muy controladas en las que experimente errores y fracasos, para que pueda vivenciarlos como algo natural. También tenemos que analizar el modelo que hay en casa, porque los niños reproducen los modelos de sus padres. Si los padres son muy perfeccionistas, el niño también lo será. Podemos aplicar la «táctica» de compartir recursos: «¿Qué te parece si empiezo yo y cuando suene la alarma sigues tú? o «¿Hacemos una historia a medias: yo la empiezo y tú la acabas». Lo único que no servirá de nada (sino todo lo contrario) es obligar al niño a escribir en contra de su voluntad.
Iciar Casado (Psicóloga)