Las funciones ejecutivas a las que ya hemos hecho referencia en numerosas ocasiones tienen mucho que ver con la gestión de las emociones. Recordemos que estas funciones son lo último que madura en el niño, por lo que es muy probable que nos encontremos con problemas de conducta o explosiones emocionales derivados de la falta de madurez. Pretender que un niño de 3, 4 o 5 años gestione correctamente sus emociones es desproporcionado: simplemente no está preparado para hacerlo.
Muchas veces oímos a los profesores decir que un niño o niña tiene que aprender a gestionar sus emociones. Efectivamente, tiene que aprender a gestionarlas porque, de lo contrario, será un adulto con muchos problemas. Ahora bien, aprender es un proceso continuo en el que el adulto asume la función de acompañar y supervisar al niño, no de castigar. Podemos reconducir y enseñarle cómo debe actuar, pero no tiene sentido castigar una reacción que probablemente no sabe ni puede controlar todavía, ya que su sistema de autocontrol no está desarrollado.
Reflexionar antes de actuar para no incurrir en comportamientos injustos
Tomemos un ejemplo habitual. El niño llora desconsoladamente porque le han quitado su juguete. ¿Qué hace el adulto? Pedirle que no llore. Sin embargo, el niño llora porque no puede gestionar las emociones que siente (en este caso, enfado e ira) y porque cuando alguien te hace algo que te molesta, lloras, sobre todo si careces de otras herramientas.
Entonces, si esta es una respuesta natural, ¿porque tratamos de reprimirla sin más?
¿Cómo debemos actuar?
- En lugar de anular esa primera reacción emocional, tratemos de expresarla a través de las palabras. Queremos que el niño empiece a regular sus emociones, así que se lo haremos saber: «Entiendo que estés llorando. Estás triste porque te han quitado el juguete. A mí me pasaba lo mismo de pequeño (creamos un vínculo). Es más, cuando me hacen algo como lo que te han hecho a ti, también me pongo triste».
- Como podemos ver, esta reacción ante el comportamiento del niño es muy diferente del «¡No llores!». Nuestra atención y palabras afectuosas reducirán de inmediato su nivel de activación. En el momento en que nuestro hijo es consciente de que papá o mamá entienden cómo se siente, esa intensa emoción se desvanece como por arte de magia.
- Ahora el niño está tranquilo y hemos forjado una vinculación. En este momento está receptivo para entender el siguiente paso: «Cuando verbalizo algo, vuelvo a sentirme bien. Pero como no sé que es ese «algo», mi papá y mi mamá me van a ayudar».
- Es el momento de ofrecer posibles soluciones. «¿Qué te parece si le dices a Antoñito que no te gusta que te quite el juguete. A lo mejor quiere jugar contigo y no sabe cómo hacerlo. ¿Qué te parece si le preguntamos si quiere jugar contigo?». Esta es una salida, pero hay muchas otras. Lo importante es que el adulto entienda su función. Y esta función no es castigar, reprimir o buscar al niño que no es, sino el estar aquí y ahora, analizar todo aquello que el niño aún no tiene capacidad de analizar y conectar con él para se produzca el aprendizaje.
¿Cómo actuamos en realidad?
¿Qué hacemos los adultos por regla general? Tratar de enseñar al niño cuando su nivel de activación es altísimo. Viene a ser algo así como que nuestro jefe quisiera explicarnos la política de empresa mientras estamos en pleno ataque de ansiedad. No podemos pretender que un niño desconsolado o en plena rabieta preste atención a nuestras palabras.
La primera estrategia para ayudar a nuestro hijo a gestionar sus emociones es reducir su nivel de activación. Y esto se consigue con la empatía, no con el castigo. Los padres, como sistema ejecutivo externo de nuestros hijos, debemos ayudarles a calmarse y, a partir de ahí, explicarles qué les sucede, por qué y cómo pueden enfrentarse a esa situación de una forma mucho más eficaz para todos.
La realidad es que pretendemos que los niños hagan algo que a los propios adultos nos cuesta a pesar de contar con un estupendo sistema ejecutivo: gestionar las emociones. Por suerte, todo parece indicar que padres y madres prestamos más atención al desarrollo de nuestros hijos y que la educación basada en el castigo y la imposición comienza a ser cosa del pasado.
Quiero concluir esta entrada con una frase del neurocientífico A. Damasio que merece ser recordada en todo momento: «Es el proceso de sentir lo que da al organismo incentivos para tener en cuenta el resultado de las emociones. Y yendo un paso más allá, es el sentir que sabemos que tenemos emociones lo que nos permite planear respuestas concretas y no estereotipadas o que complementen la emoción o que garantizan que lo ganado a través de la emoción se conserve en el tiempo». Nuestra misión como padres y madres es hacer que nuestros hijos sientan y sepan que hay tras cada emoción.
Iciar Casado (Psicóloga)
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