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Las familias preguntan: adolescencia

Durante los talleres de formación de familias fomentamos la intervención de los papás y mamás porque estamos convencidos de que las preguntas que plantean y sus experiencias de primera mano son de gran utilidad para el resto de los participantes. En las líneas siguientes recogemos algunas de las preguntas formuladas«» durante el taller «Adolescencia: claves para una convivencia feliz». ¡Os agradecemos vuestra aportación!

  1. ¿Cómo gestionas la adolescencia cuando tienes en casa varios hijos de edades muy similares (10, 13 y 15 años)?
  2. ¿La madurez llega antes en las niñas?
  3. ¿Cómo podemos ayudar a un niño de 14 años que se niega a acudir a un profesional cuando los padres detectamos la existencia de dificultades?
  4. Dices que no castiguemos, pero ¿qué hacemos si el niño repite ese comportamiento una y otra vez?
  5. Nos da la impresión de que nuestro hijo no sabe valorar lo que tiene y eso nos preocupa.
  6. Mi hijo parece triste con frecuencia y no sabemos si es una característica propia de la adolescencia o si esa tristeza oculta un problema.
  7. ¿Qué podemos hacer cuándo observamos que nuestro hijo adolescente se dedica a jugar en el ordenador en lugar de estudiar?
  8. ¿Qué podemos hacer si no nos gustan las compañías de nuestro hijo o hija?
  9. ¿Cómo puedo hacer para saber qué hace mi hijo? ¿Cómo puedo incitarle a que me cuente cosas?

¿Cómo gestionas la adolescencia cuando tienes en casa varios hijos de edades muy similares (10, 13 y 15 años)?

Sin duda es una situación complicada porque todos tus hijos se están adentrando en la adolescencia o ya son adolescentes, pero se encuentran en etapas de maduración diferentes. Cuando las familias tienen muchos miembros es difícil no gestionarlo todo «colectivamente» y meter a todos los hermanos en el mismo saco. Todos los niños -no importa la edad- necesitan sentirse únicos y compartir momentos en exclusiva con papá o mamá. Si las circunstancias lo permiten -y sé que en una familia numerosa no es nada fácil- te recomendaría dedicar un tiempo «individualizado» a cada uno de tus hijos. No tiene por qué ser mucho tiempo, pero sí un momento en el que podáis hablar a solas y hacerle hincapié en el hecho de que cada uno de ellos se encuentra en un proceso madurativo diferente y que no le haces ningún favor permitiéndole lo mismo que a su hermano mayor. Es una mera cuestión de protección. Los padres tenemos que interiorizar y transmitir a nuestros hijos que los límites no son un castigo: su razón de ser es brindarles protección y ayudarles a que tengan un desarrollo seguro. No debemos caer, por tanto, en el error de imponer muchísimos límites, porque dejarían de tener sentido como mecanismo de protección. Nuestro hijo de 10 años debe saber que los límites que le imponemos -pocos y claros- le ayudan a desarrollarse de forma sana, autónoma y feliz, porque son los que corresponden a su edad. Cuando tenga 13 años, esos límites serán otros. Dicho de otra manera, las diferenciaciones que hacemos entre nuestros hijos tienen que ver con el instinto de protección, no con un castigo como muchas veces lo interpreta el adolescente. Te propongo un triple enfoque:

  • Cambiar el discurso y vender el límite como algo positivo (no es un castigo, sino una herramienta que adapto en función de tu edad para que te puedas desarrollar de una forma sana).
  • Reducir el número de límites.
  • Buscar tiempo en exclusiva con cada uno de tus hijos.

¿La madurez llega antes en las niñas?

Sí. Por una cuestión hormonal la madurez llega antes en las niñas a todos los niveles y no solo desde el punto de vista de los tiempos, sino también de las «especializaciones». Por regla general, las niñas inician la maduración de algunos procesos cognitivos antes de la adolescencia. Nuestra experiencia personal es que la maduración del lenguaje, al menos del expresivo, se produce mucho antes en las niñas. Intentar comparar los desarrollos entre sexos es complicado porque esa asimetría madurativa se marca aún más en la adolescencia.

¿Cómo podemos ayudar a un niño de 14 años que se niega a acudir a un profesional cuando los padres detectamos la existencia de dificultades?

A los catorce años no podemos obligar al niño a recibir terapia, porque necesitamos que él ponga de su parte para iniciar cualquier intervención. Los psicólogos sabemos por experiencia que la probabilidad de que un adolescente abandone la terapia es bastante alta: hablamos de una personita que está en pleno desarrollo, con unos cambios emocionales tremendos. Es fácil que, de pronto, no encuentre sentido a la terapia o que esta no satisfaga sus expectativas o que incluso considere que el profesional debería trabajar de otra manera. Si en este momento el niño no quiere acudir a terapia, debemos esperar, siempre observando y trabajando el vínculo, la comunicación y tratando de no sobre-reaccionar a lo que nos molesta de él para no generar más malestar.

Cuando nos encontramos ante una situación de este tipo y el adolescente rechaza acudir a consulta, solemos trabajar con los padres para realizar lo que se denomina intervención indirecta. Estas dinámicas indirectas suelen funcionar bien porque al producirse determinados cambios en el comportamiento de los padres, también se generan cambios en el chaval. Es posible, asimismo, que el psicólogo que os ayuda pueda introducir a terceros en la fórmula. Tal vez haya cosas que, dada la situación, no podáis plantear vosotros como padres, pero sí pueda hacerlo, por ejemplo, otro familiar.

La negociación funciona, por lo general, muy bien con el adolescente. Identifica aquello que motiva a tu hijo y, a partir de ahí, trata de llegar a un compromiso (Estoy dispuesta a aceptar esto y, a cambio, tú aceptas esto otro). También es posible que tu hijo no haya tenido buenas experiencias en el pasado con los terapeutas que ha trabajado. En ese caso puede ser buena idea implicarle en la búsqueda del profesional, hacerle partícipe de ese proceso.

Dices que no castiguemos, pero ¿qué hacemos si el niño repite ese comportamiento una y otra vez?

Antes de nada debemos analizar la situación con calma. ¿Por qué repite ese comportamiento? Puede que sea una forma de llamar la atención o que el límite no sea claro o que el niño esté recibiendo una recompensa de la que nosotros no somos conscientes cada vez que actúa así. La realidad es que si este comportamiento es repetitivo, hay algo que no estamos haciendo bien, ya sea porque estamos potenciando sin darnos cuenta este tipo de conducta, porque no estamos siendo claros en nuestros límites o porque estamos utilizando estrategias de imposición ineficaces que no generan cambios en el adolescente.

Nos da la impresión de que nuestro hijo no sabe valorar lo que tiene y eso nos preocupa.

Muchas veces esto está relacionado con el modelo que transmitimos a nuestros hijos. En ocasiones les pedimos comportamientos que nosotros no mostramos. Empecemos por autoanalizarnos -sin ningún tipo de culpa o malestar- y preguntémonos: ¿Valoro yo lo que tengo? ¿Doy importancia a las pequeñas cosas? ¿Hago yo lo que le pido a mi hijo que haga? Esto que parece tan básico, no lo es en absoluto, y necesitamos pararnos y pensar en ello para darnos cuenta de que nosotros somos los primeros que no valoramos las cosas. Con frecuencia vivimos en un estado de aceleramiento continuado y no encontramos el momento de disfrutar de una comida familiar, de una música que nos gusta o de cualquier otra experiencia agradable. Debemos tomar conciencia de esto, porque transmitimos y enseñamos mucho más con nuestros actos que con nuestras palabras.

La mejor forma de que el niño valore las cosas es que te vea valorarlas a ti. Y si a él le cuesta, ayúdale guiando su pensamiento. No impongas. Olvida las expresiones del tipo «es que nada te parece bien» o «nada te interesa» porque, en definitiva, caemos en el reproche, que es otra forma de castigo. Adopta otra estrategia. Formula preguntas del tipo «¿Te has dado cuenta lo a gusto que estamos? Me encanta poder estar un rato contigo y no estar trabajando hasta las mil». Obviamente esta pregunta no es más que un ejemplo. Lo importante es sacar a relucir esas pequeñas cosas de las que él no se percata, guiar al chaval de forma muy indirecta, haciéndole ver de una forma natural todo lo que tiene y todo lo que eso le permite hacer. Entramos de paso en el terreno de la responsabilidad. Si dejamos de imponer, favorecemos la responsabilidad. Cuando hagamos responsable a nuestros hijo de determinadas cosas, será cuando empiece a valorarlas. Si el niño no asume ninguna responsabilidad porque todo son imposiciones, anulamos la capacidad de valorar las cosas.

Mi hijo parece triste con frecuencia y no sabemos si es una característica propia de la adolescencia o si esa tristeza oculta un problema.

Nuestro hijo se ha ido desarrollando y vivido experiencias que le han llevado por un camino u otro, pero ha nacido con un temperamento determinado. Debemos tener esto en cuenta y respetarlo. Nos encontramos con padres y madres que son muy alegres, extrovertidos y abiertos con hijos más retraídos. ¿Por qué? Por la simple razón de que su temperamento es diferente. Aquí surgen los conflictos. Nos gustaría que nuestro hijo fuese de otra forma y constantemente le incitamos a ello. La cuestión es que nuestro hijo vive y se expresa de otra manera en esas situaciones. Os invito a los papás, en particular si vuestros hijos siempre han vivenciado las cosas de la misma forma, a que conectéis con su manera de ser. ¿Cómo es mi hijo? Es posible que sea un niño serio desde que nació, que tienda a ser precavido, que tenga una visión más negativa de las cosas. Todo esto son rasgos del temperamento. Tenemos que buscar el equilibrio entre estimular con nuestro comportamiento esa parte de nuestro hijo que queremos que modifique porque consideramos que le beneficiará en su desarrollo y el hecho de que no es posible modificar el temperamento. Y, como siempre, debe prevalecer el amor incondicional: «te quiero tal como eres».

¿Qué podemos hacer cuándo observamos que nuestro hijo adolescente se dedica a jugar en el ordenador en lugar de estudiar?

Sí, el ordenador nos nos ayuda mucho en etapa, pero creo que ya conocéis la respuesta. ¿Llegamos a algún lado castigando al adolescente, quitándole el ordenador o gritándole lo mismo una vez más? No. La única solución a estas edades pasa por la negociación. El primer paso de una buena negociación es el de la conexión con nuestro hijo («Entiendo que estás cansado y que necesitas tiempo para jugar, pero hay que sacar los estudios adelante. Vamos a pactarlo y poner un límite. ¿Cuánto tiempo crees que puedes dedicarle al estudio de forma óptima y con concentración? ¿Veinte minutos? Perfecto, pactamos un rato de juego a los veinte minutos. Ahora bien, si no respetas ese compromiso, la consecuencia de tu irresponsabilidad -no es un castigo- es que no podrás jugar con el ordenador». La actuación de los padres ha sido un poco diferente en esta ocasión: ha habido conexión, se ha trazado un plan a través de la negociación conjunta entre adultos y se ha delegado la responsabilidad. Si esto no se cumple, no hay juego. Este es el camino que debemos seguir o al menos intentarlo.

¿Qué podemos hacer si no nos gustan las compañías de nuestro hijo o hija?

Contar hasta veinte y confiar (dentro de lo razonable). Sabemos que nuestro hijo o hija adolescente está en plena cambio, que va a ir experimentando por ensayo y error para reforzar ese «yo puedo y tanto si sale bien como si sale mal ha sido decisión mía» y que, en esa experimentación, a veces se van a los extremos. Todos, en alguna medida, aprendemos así: yéndonos a los extremos para luego ir moderándonos.

Que nuestros hijos tengan amigos que no nos encajan entra dentro de lo previsible. Es normal y no debemos alertarnos por ello. La adolescencia dispara todos nuestros miedos. Nuestros hijos adolescentes están especializados en despertar todo aquello que nos incomoda y frustra. Así que, también en este caso, los padres debemos hacer algo de autocrítica. ¿Por qué no me gustan los amigos de mi hijo? ¿Tal vez porque visten raro o porque viven en una zona en la que no suelo moverme y que asocio con conflicto? Lo primero que tenemos que hacer es descartar que ese malestar no se debe a prejuicios o miedos nuestros. No os extrañe que la adolescencia de nuestros hijos sea el momento idóneo para que muchos adultos hagan terapia.

Lo primero es tener claro qué cosas son aceptables y cuáles no. Cuando consideremos que algo es inaceptable para nosotros, debe haber una conversación con nuestro hijo o hija, pero poniéndonos a su nivel y comprendiendo sus intereses. Y a partir de ahí, recomendar y sugerir. Aunque no lo parezca, esas sugerencias quedan grabadas en la mente de nuestros hijos y son tenidas en cuenta a la hora de tomar decisiones, en tanto que la prohibición desencadena un rechazo absoluto. Si a pesar de nuestros esfuerzos en este sentido, nuestro hijo o hija se niega de plano hablar con nosotros, no dudes en solicitar ayuda profesional.

¿Cómo puedo hacer para saber qué hace mi hijo? ¿Cómo puedo incitarle a que nos cuente cosas?

De los quince a los diecisiete años se complica la interacción con nuestros hijos debido a ese proceso de separación del que hablábamos en la charla. Por eso es tan importante que tendamos puentes antes de la adolescencia. Cuando nuestro hijo tenga un problema recurrirá a nosotros. Esto no significa que tenga que contarnos todo lo que hace, porque para él no es necesario. Ya es un proyecto de adulto y lo que quiere es contar las cosas a sus iguales, no a sus padres. Tenemos que deshacernos de ese temor que nos produce el que nuestro hijo no nos hable de su vida y se muestre celoso de su intimidad. Si habéis construido un buen puente tened la seguridad de que en cuanto surja alguna dificultad o una situación verdaderamente desestabilizadora, acudirá a vosotros. Dicho esto, si observas algún signo de alerta que va más allá del «ya no hablamos», es el momento de buscar ayuda de un profesional.

Como cierre de esta batería de preguntas me gustaría destacar una vez más la importancia de que los padres demos un paso atrás y permitamos que nuestros niños -que ya no lo son- empiecen a caminar solos. Os invito a confiar en el vínculo que habéis creado con vuestros hijos y a que tengáis en cuenta que el mayor regalo que podemos hacerles es apartarnos del primer plano, dejar que brillen por sí mismos, que aprendan por propia experiencia y que sepan, sin ningún tipo de dudas, que estamos ahí siempre.

Icíar Casado (Psicóloga)

 

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