Todos convendremos en que padres y madres queremos acompañar a nuestros peques para que se desarrollen como personas autónomas y felices. Como adultos, lo que más valoramos es el sentirnos útiles. ¿Cómo? A través de la capacidad de trabajo, del amor propio y del amor de los demás.
Para que esto sea posible necesitamos adquirir una serie de aprendizajes complejos que abarcan desde el control de la atención y del impulso hasta la perseverancia, la gestión del tiempo, la capacidad para postergar la recompensa, la gestión del estrés, la empatía o la regulación de las emociones, por citar tan solo algunos. Los niños dedican muchos años a adquirir estos aprendizajes. Podríamos decir que llegar a ser una adulto autónomo y feliz requiere una preparación digna de un atleta de alto nivel y la ayuda de los más entusiastas entrenadores: los padres.
¿Cómo se produce el aprendizaje natural?
De 0 a 6 años, el niño aprende por contacto físico e interacción directa con los otros. Como ser social y motor necesita, además, moverse para aprender. En esta etapa, su desarrollo depende principalmente de la figura de apego.
El aprendizaje infantil sigue, por regla general, la estructura siguiente: va de lo externo a lo interno. Al principio, el niño reacciona espontáneamente al estímulo externo. A medida que van madurando sus sistemas de control, pasa a ser el dueño de su atención y conducta.
Veamos un ejemplo: cuando hacemos sonar un sonajero cerca de un bebé captamos de inmediato su atención. No puede dejar de mirarlo. Con el tiempo será él quien decida si presta atención o no al sonajero, dependiendo del interés que le despierte ese estímulo. Irá sustituyendo, por tanto, el criterio de intensidad estimular inicial por el criterio de relevancia en función de sus intereses.
El niño también aprende a demorar la recompensa, es decir, a posponer el premio inmediato con el propósito de obtener una recompensa más valiosa. Esto implica desarrollar la capacidad de establecer metas y prioridades.
Y aprende a resolver problemas a través de la experiencia directa. Para que sea posible la adquisición de ese aprendizaje, tenemos que permitir situaciones naturales en las que pueda enfrentarse a esos problemas.
¿Qué hacemos nosotros, los padres y madres?
Ofrecemos apoyo continuado en contextos adecuados (lo que se conoce como «zona de desarrollo próximo»). Nuestros hijos aprenden porque somos capaces de acompañarles en contextos que no son ni lo suficientemente complicados como para que se desmotiven ni lo bastante fáciles como para que impidan su desarrollo. ¿Con qué objeto? Adquirir y consolidar por experiencia directa las competencias de las que hemos hablado (control de la atención, identificación de problemas, planteamiento de alternativas, toma de decisiones, gestión de la frustración, etc.).
Esto será lo que les permita generar los aprendizajes complejos necesarios para la vida adulta. Se trata, sin duda, de un aprendizajes lento, costoso y dependiente del momento madurativo del niño, pero eso es lo que garantiza resultados duraderos y de éxito, entendidos como el desarrollo de conductas adaptativas a todos los niveles.
Visto lo anterior, cabe preguntarse: ¿facilitan las pantallas el aprendizaje del niño de 0 a 6 años en zona de desarrollo próximo? La respuesta es no. Ningún estudio realizado hasta la fecha defiende los beneficios de las pantallas en el desarrollo infantil. Ningún aprendizaje online será mejor que el aprendizaje natural, entre otras cosas, porque la realidad es mucho más compleja que el mundo digital.
En posts anteriores dedicados a este monográfico sobre las pantallas ya he ahondado en esta cuestión, por lo que me limitaré aquí a enumerar tres razones básicas por las que el aprendizaje online no puede reemplazar al aprendizaje natural.
- El niño recibe información aleatoria, que tal vez no responda a su momento madurativo. Desaparece el eficaz mecanismo de aprendizaje en zona de desarrollo próximo.
- Se produce en el niño un déficit ejecutivo como consecuencia de no utilizar las funciones ejecutivas.
- Se reduce el tiempo dedicado a actividades saludables.
Algunas recomendaciones genéricas
En entradas anteriores me he centrado específicamente en los efectos de las pantallas sobre los niños con TDAH y recomendado medidas concretas para ese caso. Las sugerencias siguientes son de carácter general y os aconsejo aplicarlas en casa, ya que beneficiarán a todos vuestros hijos, tengan dificultades o no.
- No utilizar las pantallas como reforzador. El móvil es probablemente el reforzador más potente del que disponemos. Proporciona estímulos de gran intensidad de forma continuada, por eso es práctica habitual utilizarlo como moneda de cambio para que el niño haga lo que deseamos («Si recoges tu cuarto, te dejo un ratito el móvil»). Esto entraña un doble problema: ¿qué otro reforzador podremos utilizar para reforzar conductas deseables si ya nos hemos puesto un tope con el móvil? Y, ¿por qué reforzar una conducta utilizando algo que sabemos que no es bueno para el correcto desarrollo cognitivo de nuestros hijos?
- No utilizar la retirada de pantallas como castigo de otras conductas. Si la conducta de nuestro hijo o hija no es adecuada tendremos que actuar en consecuencia. No tiene sentido que le retiremos el móvil si este no tiene nada que ver con ese comportamiento.
- Evitar el estudio a través de la pantalla. En mi opinión, la tendencia que observamos estos últimos años en los colegios de reemplazar los libros por la tablet no favorece en absoluto al niño, salvo casos puntuales de chavales con determinadas dificultades (disgrafía, por ejemplo).
- No solicitar escucha activa o demanda cognitiva mientras nuestros hijos usan las pantallas. Queremos que nuestros hijos nos escuchen mientras están viendo la televisión o que nos respondan mientras juegan con videojuegos, es decir, en un momento en que la atención está enganchada en lo que ocurre en la pantalla. Repetimos las cosas una y otra vez y, al no obtener respuesta, les retiramos el móvil enfadados. Esto no es coherente. Si dejamos el móvil al niño durante el tiempo que consideremos oportuno, tengamos en cuenta que no podrá atender a otra fuente de estímulos. Si en ese momento queremos interactuar con él, le pediremos que pare el videojuego (o lo que esté viendo) durante unos instantes. Esto es algo que el niño tiene que aprender: parar, atender y volver al juego, un aprendizaje que guarda relación con el control de la atención y con la alternancia en función de la relevancia del estímulo.
- Evitar comentarios negativos acerca de su atención o conducta. Los móviles, tablets y resto de pantallas han sido diseñadas para captar la atención del usuario y utilizan todos los medios a su alcance para conseguirlo. Si permitimos su uso, hagámoslo sabiendo que la finalidad de estos dispositivos es mantenernos conectados el mayor tiempo posible. ¿Qué sentido tiene, por tanto, hacer comentarios negativos sobre el comportamiento de nuestros hijos que, por otra parte, es totalmente previsible?
- Ofrecer alternativas al uso de las pantallas.
NO OLVIDES:
Nuestros niños de hoy serán los adolescentes de mañana. Como bien saben todos los padres con hijos adolescentes, nuestro papel en esta etapa de su vida pasa a un segundo plano. Nuestros hijos otorgan mucha más importancia a la relación con sus iguales, comienza a producirse la «rotura del cordón umbilical» y el acceso a ellos será más complicado. Por consiguiente, tenemos que aprovechar los años previos a la adolescencia para enseñarles a utilizar estos dispositivos de la misma forma que les enseñaríamos cualquier otra conducta.
Icíar Casado (Psicóloga)
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