Un indicador del desarrollo
El juego desempeña un papel fundamental en el desarrollo cognitivo infantil; es la estrategia natural a través de la cual niños y niñas estimulan ese desarrollo. Mediante el juego exploran, experimentan y establecen conexiones neuronales que se consolidan posteriormente en la vida real.
La observación del juego infantil nos aporta, por consiguiente, valiosa información sobre diversas funciones -entre ellas, las ejecutivas- que guardan estrecha relación con el grado de complejidad del juego practicado, de forma espontánea, por los niños.
Así, en torno a:
- los dos años: observamos un juego muy «egocéntrico» debido a la inmadurez de las funciones ejecutivas. Los niños comparten espacio, pero no interactúan con sus iguales.
- los tres años: existe interacción, aunque el juego se caracteriza por la falta de control y la ausencia de reglas que lo regulen. Ejemplo de ello son los niños que corren de un lado a otro por el patio del colegio.
- los cuatro años: a esta edad se produce una ventana de desarrollo con aprendizajes importantes. El juego gana en sofisticación. Este es el caso, por ejemplo, del «Pilla pilla», en el que el niño comienza a practicar, de forma rudimentaria, la inhibición de una conducta (si un compañero me toca, me detengo).
- los seis años: sigue aumentando la complejidad. En el juego del «Tulipán», por ejemplo, además de inhibir la respuesta (me detengo), el niño pone en marcha un plan motor (abro los brazos y las piernas) y comienza a gestionar los tiempos.
- los ocho años: los juegos típicos de esa edad, como «Polis y cacos», reflejan de inmediato la maduración de las funciones ejecutivas. Ahora se suma al control inhibitorio y a la ejecución de un plan de acción otras capacidades como la estrategia y el trabajo en equipo hacia un objetivo común.
Conclusión
La observación del tipo de juego del niño o la niña que están siendo evaluados aportará al profesional valiosa información sobre su nivel de madurez, tanto general como a nivel ejecutivo.