El confinamiento en un momento clave del desarrollo, las omnipresentes redes sociales, las expectativas de un futuro incierto, la ubicua cultura de la imagen y el materialismo, la aparición de nuevas adiciones o el fracaso escolar… nuestros adolescentes no lo tienen fácil. La nueva realidad tecnológica ofrece rapidez, comodidad y eficiencia, pero complica mucho las cosas en lo que a relaciones interpersonales se refiere.
Las consultas de psicología y psiquiatría asisten a una creciente demanda de atención entre la población de adolescente y preadolescente (10 a 17 años). Pero no solo aumenta el número de pacientes; también lo hace la gravedad de las patologías presentadas.
La salud mental y emocional depende en gran medida de la interpretación que el adolescente hace de sus relaciones con el mundo. Y, como seres sociales, los aprendizajes que aportan las interrelaciones de carne y hueso no pueden ser sustituidas por las virtuales. No hablamos de problemas de entendimiento entre «adolescentes y padres», sino de un problema social de amplio alcance.
Como padres tenemos el deber de proporcionar a nuestros hijos un entorno de apego, estable y seguro, en el que prevalezca -más allá de las diferencias intergeneracionales- la vinculación afectiva y el espacio para la comunicación franca.
Como sociedad tenemos el deber de hacer una reflexión profunda y honesta sobre la forma en cómo nos estamos enfrentando a los nuevos desafíos culturales y tecnológicos. El aumento de los problemas de salud mental entre adolescentes es la demostración de que no lo estamos haciendo bien.
Y, desde luego, no podemos pasar por alto ni minimizar los síntomas o comportamientos que revelen la presencia de problemas de salud mental. Solo así podremos abordarlos de la forma más efectiva: a través de la intervención terapéutica precoz.
marzo 4, 2024
