Aunque se ha observado cierta capacidad para reconocer estructuras lingüísticas en otros primates como chimpancés y bonobos, el lenguaje, con toda su complejidad gramatical y simbólica, parece ser una cualidad exclusiva del ser humano de la que éste se siente, con razón, orgulloso. Adoramos hablar… en particular cuando entramos en el terreno educativo, pero olvidamos que el lenguaje no verbal y nuestros actos tienen mayor relevancia que nuestras palabras.
Padres y madres emplean el discurso como herramienta básica para educar a sus hijos. Esto plantea una situación paradójica: progenitores que explican a sus vástagos cómo debe ser el modelo a seguir en lugar de servir ellos como modelo.
La cuestión es que los niños aprenden -lo bueno y lo malo- a partir del modelo de sus referentes. ¿Por qué ocurre esto?
▶ Aunque no son los únicos canales sensoriales, vista y oído son sentidos muy eficientes en la recepción de la información del entorno. Dicho esto, hay una característica diferenciadora entre ambos: el procesamiento de los estímulos recibidos a través del canal visual es mucho más rápido.
Como consecuencia, la información a la que accedemos a través de la vista genera más impacto que la que entra por el oído, por una sencilla razón: es procesada antes.
▶ Además, somos seres empáticos, provistos de numerosas neuronas espejo. Estas células nerviosas «replicadoras» de la información que reciben son básicas en el aprendizaje por observación e imitación. Si nuestro interlocutor expresa tristeza, por ejemplo, se movilizarán todos los músculos de nuestro rostro para adoptar un gesto coherente con la emoción que percibimos en él. Las neuronas espejo nos ayudan a empatizar y son claves en la adquisición de habilidades sociales y comunicativas.
Padres y madres nos empeñamos en recurrir a la «repetición del discurso» como metodología educativa. El resultado:
1️⃣ generamos fatiga y desinterés en los niños. Si repetimos lo mismo una y otra vez, lo más probable es que nuestros hijos ni siquiera nos escuchen.
2️⃣ se producen conflictos debido a la incoherencia entre lo que los progenitores dicen y hacen.
Cuando los niños no comprenden el mensaje, debido a la inconsistencia entre lo que se les dice y el modelo que reciben, no saben cómo reaccionar y optan, a menudo, por copiar lo que ven, simplemente porque es un estímulo mucho más potente. Esto provoca conflictos en casa que se saldan con regañinas.
Muchos de estos conflictos serían evitables si los padres fuésemos más conscientes de la influencia de lo que transmitimos a través de nuestros emociones, expresiones corporales o actos, sin que medie palabra alguna.
De lo que estoy convenida es de que muchos padres y madres se ha encontrado alguna vez en situaciones cómicas cuando su hijo o hija, con toda la ingenuidad del mundo, exclama: «Mira mamá (o papá), ¡hago lo mismo que tú!». Y ese «hacer lo mismo que tú» no es exactamente lo que querrías que tu hijo hubiese aprendido.