Sabemos desde hace tiempo que el origen de la tartamudez no es emocional, sino neurológico. Se trata, concretamente, de un trastorno neuromotor que afecta a la programación de los numerosos y precisos movimientos implicados en el habla. Pese a los avances en la comprensión de los mecanismos subyacentes, no podemos determinar un único mecanismo fisiopatológico del trastorno.
Ante la dificultad para articular un determinado sonido, la persona con tartamudez pone en marcha un conjunto de respuestas, por lo general relacionadas con un aumento de la fuerza. Esto no hace más que agravar el cuadro.
Cuando la situación se repite con cierta frecuencia, la persona tiende a anticipar lo que va a ocurrir. Si además ha vivido experiencias negativas previas, la cosa empeora, porque comienza a adoptar comportamientos secundarios asociados con el habla (tics, muletillas, rodeos, etc.) que persiguen evitar o escapar de la disfluencia.
Las emociones afectan a la calidad del habla…
Cualquier situación o contexto que provoca reacciones emocionales (alegría, emoción, enfado…) afectará a la fluidez de nuestro habla, con independencia de que tengamos tartamudez o no.
pero no son la causa de la tartamudez
Así es. Las emociones pueden afectar a la calidad de nuestro habla, pero no son el origen de la tartamudez.
Cuestión aparte es la «tartamudez psicógena». Esta se observa tras un episodio estresante o en situaciones en las que la persona se siente insegura, nerviosa o atemorizada. Pero esto ya será tema de otro post.
Amplía este tema aquí:
→ Escuela de familias: abordaje de la tartamudez infantil
→ Tartamudez y edad mínima de diagnóstico
→ Disfemia evolutiva: un factor de riesgo que no podemos pasar por alto
→ Protocolo frente al acoso escolar