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¿Aprender a leer es sólo cuestión de esfuerzo?

No nos extraña que al niño con déficits sensoriales le cueste aprender a leer. Por ello, ponemos a su alcance apoyos para facilitarle las cosas. Todo se vuelve más complicado cuando las dificultades tienen que ver con procesos cognitivos implicados en el aprendizaje, en particular, de la lectura, cuya adquisición es imprescindible para un adecuado rendimiento escolar.

Por un lado, no son problemas orgánicos identificables a primera vista y, por otro, los déficits no se manifiestan hasta que el niño necesita saber leer con cierta soltura.

El «tiene dificultades, pero se esfuerza por superarlas», que implica un reconocimiento al trabajo que hace el niño del primer ejemplo, se transforma en el caso del segundo en un «no se esfuerza lo suficiente». En el primer supuesto valoramos el esfuerzo con independencia de los resultados. En el segundo, valoramos los resultados con independencia del esfuerzo. ¿Cuál es la lógica cuando ambos niños deben hacer un esfuerzo superior al de sus compañeros?

El niño nace con la capacidad innata de desarrollar el habla en un entorno hablante. Esto no ocurre con la lectura, un hito mucho más reciente en la evolución humana que involucra funciones cognitivas más complejas. Se estima que el ser humano empezó a hablar hace más de 50.000 años, mientras que la antigüedad de los primeros signos escritos ronda los 7.000 años. Como quien dice, aprendimos a leer ayer.

La capacidad de disfrutar de la lectura es un don y los dones requieren de cierta facilidad innata. Si un niño dedica numerosos recursos cognitivos a decodificar el sonido de los grafemas y tiene que hacer esfuerzos para recordar las palabras que deletrea, es poco probable que pueda extraer el significado de un texto y mucho menos emocionarse con su lectura.

Dicho lo anterior, nuestros hijos necesitan aprender a leer con fluidez suficiente para valerse del código escrito en su vida cotidiana. Busquemos formas creativas de acercarles la lectura cuando las metodologías convencionales no funcionen con ellos. Convirtamos ese aprendizaje en un juego a través del cual estimular todos los aspectos implicados en el acto de leer; simplifiquemos la lectura con todos los instrumentos de los que dispongamos para hacer de ella una herramienta eficaz de comunicación y transmisión de conocimientos.

Pero sobre todo, no nos obcequemos con el «a fuerza de leer, se le coge el gusto». Esto sirve para el niño que no tiene problemas. Pero si no queremos que el cuarto de nuestro hijo esté lleno de libros sin estrenar, enseñémosle a leer cómo le enseñamos a vivir, implicando todos nuestros sentidos en la tarea.

Quién sabe si, a pesar de los obstáculos, nuestro hijo terminará disfrutando con la lectura de un buen libro.

 

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