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Saber dar un paso atrás

Cualquier padre o madre ha podido experimentarlo: la adolescencia es una etapa clave en el desarrollo de la personalidad de sus vástagos … y todo un reto con su torbellino de cambios fisiológicos, emocionales, cognitivos y conductuales.

Los cambios entrañan complejidad y el de la adolescencia es particularmente complicado, por más que esté programado genéticamente y sea puente obligado para acceder a la etapa adulta. Además, los cambios de nuestros adolescentes no solo afectan a la persona, sino también (y mucho) a su entorno.

Todo lo que el niño ha aprendido durante los diez o doce primeros años de vida y que le ha sido de gran utilidad en sus contextos cotidianos, deja de servir ahora. Esos primeros aprendizajes tienen una característica clave: se han realizado de la mano de las figuras de referencia en un entorno seguro y protegido por una tupida red de relaciones afectivas.

La ruptura que se produce en la adolescencia, ¿significa que todo lo anterior no ha servido para nada? En absoluto. La calidad de la relación forjada entre padres e hijos será crucial en la nueva etapa. En el proceso de cambio del adolescente, los amigos ganan importancia. El grupo de iguales le aporta experiencias novedosas, pero el adolescente «tirará» del aprendizaje adquirido en el seno familiar, por observación directa de los padres, al incorporar esas nuevas experiencias.

El adolescente siente una tremenda responsabilidad sobre los cambios que experimenta (la explosión hormonal ayuda un poquito). Irrumpe, además, el pensamiento crítico -ya no le vale lo que dice papá o mamá, porque la relación vertical característica del seno familiar ha sido sustituida por la horizontal propia del grupo de iguales-. Toma decisiones y, por tanto, comete errores, un aspecto ineludible del desarrollo humano.

En esta nueva posición, es fácil que a veces se sienta poco arropado. Ahí cobra especial relevancia el vínculo que la familia ha forjado durante la niñez. Nuestros hijos necesitan tener la seguridad de que pueden recurrir a nosotros cuando se encuentran en una situación complicada, bien porque no saben cómo proceder o porque la forma en cómo ha actuado no ha sido la adecuada.

Esta etapa tampoco es fácil para el resto de la familia. El padre y la madre que hasta entonces ocupaban un lugar privilegiado en la vida del niño tienen que aprender a dar un paso atrás y dejar espacio para que su hijo o hija ponga en práctica, dentro de su grupo de iguales, todo lo que le han ensañado.

Puede ocurrir que nos cueste renunciar al papel que hemos venido desempeñando desde el momento en que hemos tomado por primera vez en brazos a nuestro pequeño o pequeña y que nos resistimos a entender cuál es nuestro papel como padres en la nueva etapa vital de nuestros hijos. Y es entonces cuando -como ilustra la viñeta-, nos lo hacen saber, en ocasiones, de forma un poquito abrupta.

 

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