Muchos padres se sorprenderían de lo que sus hijos expresan en terapia acerca de su percepción de la relación paterno-filial. A menudo, los adultos no somos conscientes de nuestro comportamiento, en particular, cuando hay niños por medio. Asumimos la inevitabilidad de una relación asimétrica en la que el adulto ejerce la posición de autoridad. Además, estos comportamientos se producen en el seno familiar. Y este, a diferencia de otros contextos sociales, no está sometido a la presión del «qué pensarán de nosotros».
La ausencia de esa presión tiene un lado positivo: actuamos con naturalidad. Sin embargo, la familiaridad también nos hace ser menos conscientes de cómo nos relacionamos con las personas cercanas.
La viñeta de hoy ilustra una situación conocida: niños que reciben numerosas órdenes en «estéreo», por parte de dos adultos, a veces incluso contradictorias.
Por regla general, los niños responden de dos formas a esta dinámica:
▶️ Habituación: el exceso de demandas termina provocando una actitud de «paso de todo».
▶️ Respuesta «tipo autómata»: el niño cumple las exigencias del adulto sin cuestionarlas, con riesgo de desarrollar dependencia y falta de autonomía.
El exceso de instrucciones suele ser consecuencia de la carga laboral de los padres, quienes, para ganar tiempo, optan por dar órdenes en lugar de fomentar la autonomía, algo que, al menos al principio, requiere tiempo y esfuerzo.
Es obvio que el niño tiene que aprender a respetar determinadas órdenes, ya que su vida estará jalonada de figuras de autoridad. Sin embargo, basar la educación en la obediencia exclusivamente anula el pensamiento crítico y la capacidad de tomar decisiones.
Ante esta situación, recomendamos a los padres revisar la cantidad de órdenes que imparten diariamente a sus hijos. Estas deben ser limitadas, claras y ejecutables (el niño debe poder cumplirlas para que la presencia del adulto sea cada vez menos necesaria). Tampoco está de más valorar si todas las instrucciones deben adoptar el formato de órdenes o si podríamos plantearlas de forma que promuevan la reflexión y la toma de decisiones. Muchas veces, basta con un cambio sutil. Por ejemplo, en lugar de decir a nuestro hijo «Recoge la ropa y métela en la lavadora», podemos preguntarle cómo ve su ropa. Ante la predecible respuesta de «sucia», le preguntaremos qué cree que debería hacer. Lo más probable es que el niño decida por sí mismo meter su ropa en la lavadora, sobre todo si es el equipamiento deportivo del que está tan orgulloso.
Una última reflexión sobre la vertiente emocional: las órdenes generan gran reactividad. Por eso, propongo a los padres dos sencillas preguntas:
⏩ ¿Son necesarias todas órdenes que doy a mi hijo a lo largo del día?
⏩ De las que sí lo son, ¿es imprescindible que adopten ese formato o podría plantearlas de forma que promuevan la reflexión y la capacidad de decisión?
Los resultados tal vez no sean inmediatos, pero sí duraderos y valiosos.