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La resolución de problemas como rutina

por qué la resolución de problemas debe convertise en una rutina

En una de sus recientes entrevistas, la flamante astronauta Sara García Alonso, doctora en Biología Molecular del Cáncer y primera mujer española seleccionada por la Agencia Espacial Europea, contaba las durísimas pruebas de selección que hubo de superar durante nada menos que once intensas horas consecutivas. Entre los muchos tests psicológicos, cognitivos, físicos y médicos, hubo un ejercicio que le resultó particularmente extraño: resolver ante un tribunal, en tiempo real, diversos problemas de ingeniería y física, materias con las que no estaba familiarizada en absoluto.

Ante ese reto y, al recordar a los miembros del jurado su formación como bióloga, la respuesta fue clara: no buscaban un resultado concreto a los ejercicios, sino evaluar su capacidad de razonamiento lógico y, en particular, de enfrentarse a los problemas. O dicho de otra forma, comprobar si sería capaz de adaptarse sobre la marcha a situaciones nuevas, desconocidas o adversas, muchas veces bajo presión.

La capacidad de adaptación, en particular, en situaciones ambiguas que no requieren una solución determinista (para la que tan bien funciona la inteligencia artificial), sino una solución adaptativa dependiente del medio y basada en prioridades es, hoy por hoy, una cualidad puramente humana.

Más allá de sus capacidades cognitivas -sin duda, excepcionales-, Sara pudo enfrentarse a este desafío, porque tenía una amplísima base de conocimientos y experiencias perfectamente interrelacionados. Esto no hubiera sido posible sin dominar dos materias instrumentales sobre las que se construyen todas las demás: las matemáticas y la lengua.

He oído a algunos jóvenes y no tan jóvenes decir: «¿Y para qué estudiar si la IA lo hará todo por nosotros?». Creo que la respuesta es obvia: si la IA te dice lo que debes saber y hacer… y tu ignorancia te obliga a confiar de lleno en todo lo que te propone, vete haciéndote a la idea de que otros pensarán por ti.

El acto de estudiar nos aporta algo que va mucho más allá de la acumulación de información: genera estructuras de pensamiento analíticas y flexibles que nos permiten extrapolar lo aprendido a múltiples situaciones y convertir, como dice el título de este post, la resolución de problemas en una rutina. Y, de paso, nos enseña a evaluar con cierto carácter crítico si lo que se nos dice -vuelvo aquí a la famosa IA- tiene sentido o no son más que datos sesgados o erróneos, por bien que suenen.

Es cierto que un buen alumno lo será siempre, con independencia de si tiene o no un buen profesor. Pero un alumno medio o un mal alumno solo será brillante si se cruza en su camino un buen docente. Esta es razón más que suficiente para exigir una elevada capacitación a los profesores de nuestros hijos e hijas y, por supuesto, valorar y reconocer debidamente ese esfuerzo y dedicación.

 

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