La depresión tiene muchos rostros
Hace unos días, una persona por la que siento mucho cariño, se lamentaba de vivir embargada por una tristeza profunda que la mantenía en estado de continua preocupación respecto a todo y a todos. Pese a las reiteradas peticiones de su pareja, preocupada por ese persistente abatimiento, ella misma justificaba su rechazo a solicitar ayuda profesional alegando lo siguiente: «La tristeza me ha acompañado siempre. A veces es llevadera; otras me resulta muy dura. Es cosa de mi carácter gallego, qué se le va hacer».
Mi compañera, la psicóloga María Villacampa, se refería esta misma mañana a la depresión de baja intensidad, a menudo cronificada, que con tanta frecuencia recaba en nuestras consultas disfrazada de cansancio crónico, de apatía o de risas forzadas que dicen «estoy bien» cuando el cuerpo grita todo lo contrario.
Y aunque mi intención inicial -cuando me propusieron esta viñeta- era hablar de la depresión en terminos clínicos, creo que los comentarios recopilados por María, precisos y conmovedores, dicen mucho más que cualquier cosa que yo pueda aportar al respecto. Revelan sin tapujos, a través de la voz de los propios pacientes, el peso de una existencia en la que vivir cada día es un esfuerzo carente de sentido:
- Siempre estoy cansada, aunque el sueño haya sido reparador.
- He perdido el deseo y cuanto me ilusionaba en el pasado es ahora una carga más.
- Mis conversaciones estan repletas de «debería» y «tendría que», pero vacías de «quiero» o «me gusta».
- Vivo en piloto automático: cumplo con la vida, pero sin vivirla.
- Me cuesta tomar decisiones porque todo me parece irrelevante.
- Me siento culpable de desaprovechar la vida, como si la tristeza fuese una elección personal.
- Me veo como una carga, incapaz de aportar nada; no importa que los demás digan lo contrario.
- Temo ser una molestia y un peso para los otros, por eso prefiero guardar silencio. Y, además, ¿de qué valdría hablar?
- Siento una profunda sensación de soledad en medio de la multitud.
El aislamiento silencioso de quienes, pese a todos los pesares, se esfuerzan por seguir socializando, es quizás una de las caras más invisibles de la depresión.
El impacto de la depresión sobre el entorno
Pero en consulta también conocemos el sufrimiento y la impotencia de quien convive con esa persona y se enfrenta a su propia angustia como consecuencia de:
- el esfuerzo por animar, sin saber qué decir o hacer.
- la frustración de ver sufrir a un ser querido y no poder «arreglarlo».
- El miedo a decir algo equivocado y empeorar la situación.
- El desgaste emocional de intentar ayudar cuando la otra persona no puede recibirlo.
Muchos pacientes siguen cumpliendo con sus responsabilidad diarias, por mucho que les cueste. Y se repiten como un mantra el «siempre he sido así» o el «es mi carácter» y debo sobrellevarlo. La depresión de baja intensidad no grita, susurra. Escuchar esos susurros es el primer paso para empezar a recuperar la vida.