El título oficial de musicoterapeuta se obtiene cursando un posgrado universitario o un máster en musicoterapia. Por lo general suelen acceder al mismo profesionales procedentes de campos como la psicología, la enfermería, la medicina o la docencia que desean formarse en una especialidad complementaria que les permite aplicar sus conocimientos musicales y las muchas herramientas que aporta la música en provecho de sus pacientes o alumnos.
El musicoterapeuta no es, por tanto, un músico o un profesor de música (aunque posee profundos conocimientos de esta disciplina): es un profesional formado en la utilización de los múltiples recursos ofrecidos por la música y sus elementos para facilitar y reforzar aspectos tan dispares como las habilidades comunicativas, la memoria, la concentración, la planificación, la gestión emocional o la motricidad. Posee además la preparación necesaria para establecer objetivos y programas terapéuticos, evaluar, rehabilitar, documentar la evolución del paciente y proponer medidas preventivas, lo que lo convierte en un elemento valioso en el seno de un equipo multidisciplinar. Reúne, por último, cualidades personales tales como empatía, paciencia, creatividad, sensibilidad y, por supuesto, sentido del humor que facilitan la comunicación fluida con aquellas personas con las que trata en el curso de su labor profesional y le permiten generar el entorno propicio para implicarlas en las actividades propuestas.
De lo anterior se deduce que no toda actividad musical puede considerarse musicoterapia ni toda persona que conoce un instrumento o tiene amplios conocimientos musicales está cualificada para ello. La música, en cualquiera de sus manifestaciones, aporta innumerables beneficios, pero la musicoterapia, entendida como «terapia a través de la música», requiere de la aplicación de métodos y procedimientos fiables, basados en la investigación empírica, que hayan demostrado su eficacia como parte del tratamiento y rehabilitación de determinadas alteraciones.