Ser zurdo no es ninguna deficiencia ni tampoco un hábito o costumbre indeseable que el niño haya adquirido y que debamos corregir: tiene que ver con las características neurológicas naturales de la persona y con la dominancia hemisférica. En el niño zurdo, a diferencia del diestro, el hemisferio derecho es el dominante. Esta condición no afecta en absoluto a su capacidad de aprendizaje pero sí supone una dificultad adicional en un mundo diseñado para los diestros en el que el uso de herramientas tan sencillas como una tijera, por ejemplo, representa un desafío para el niño zurdo.
El niño zurdo se enfrenta a mayores dificultades que el diestro durante la etapa escolar: escribe de izquierda a derecha cuando lo natural, en su caso, sería hacerlo en sentido contrario. Esto le obliga a adoptar posturas corporales forzadas, para no tapar lo que escribe, y a sujetar el lápiz o el bolígrafo de forma poco apropiada, lo que repercute en la agilidad y legibilidad de su escritura. Con frecuencia, el niño presta más atención a cómo sujeta el lápiz que a la escritura, lo que se traduce en una letra marcada, muy junta y poco armoniosa. También es habitual que sus cuadernos presenten borrones o aspecto poco limpio debido a que, al escribir de izquierda a derecha, arrastra con la mano parte de la tinta aún fresca.
Padres y educadores deben prestar al niño zurdo la atención que precisa, enseñándole patrones motores y posturales y estrategias de adaptación, y aportándole herramientas y condiciones ambientales adecuadas para facilitar el aprendizaje, en particular, en una fase tan crítica como la del desarrollo de la lecto-escritura.