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Aprendizaje: del automatismo al control

En días anteriores explicábamos algunas sencillas estrategias de modificación de la conducta que pueden ser de gran utilidad cuando queremos evitar determinados comportamientos de nuestros hijos que consideramos inadecuados o desadaptativos. Muchas de ellas forman parte de la «caja de herramientas educativas» que padres y madres utilizamos habitualmente en nuestra labor de educadores. El problema es que no siempre lo hacemos bien, lo que reduce su eficacia e incluso puede reforzar el comportamiento que queremos evitar. Para comprender el funcionamiento de esas herramientas, hemos de familiarizarnos con el concepto de aprendizaje, el fenómeno a través del cual la persona adquiere conocimientos, competencias y habilidades a lo largo de su vida con un claro propósito: adaptarse al ambiente. Por ello, dedicaremos la entrada de hoy al proceso de aprendizaje.

aprendizaje

Lo primero que hemos de tener en cuenta es que para que haya aprendizaje tiene que producirse una huella cognitiva; de lo contrario no retendríamos los conocimientos. El aprendizaje significativo -aquel en el que los nuevos conocimientos interaccionan con la información previa que la persona posee, de tal manera que su bagaje de experiencias y conocimientos condicionan ese aprendizaje, dotándolo de un significado personal- tiene una repercusión directa en el cerebro en forma de creación de nuevas conexiones nerviosas. Cuanto más significativo sea el aprendizaje (cuanto mayor sea su vinculación con los conocimientos previos que actúan como anclaje), más estables serán esas conexiones y también los cambios cognitivos experimentados.

Algunos tipos de aprendizaje

La psicología reconoce numerosos tipos o categorías de aprendizaje (dependiendo de la escuela o de la teoría) no excluyentes entre sí. Aquí nos centraremos en los más comunes y, en particular, en el aprendizaje automático.


moldeado

Aprendizaje automático

Se trata de un aprendizaje inconsciente, en el que la información no adquiere un significado personal para el niño, que actúa como sujeto pasivo almacenándola mecánicamente, sin «anclarla» en sus conocimientos previos, como ocurre con el aprendizaje significativo. Se trata de un aprendizaje útil cuando necesitamos realizar tareas repetitivas que no requieren comprender su propósito. En esta entrada nos centraremos en tres tipos principales de aprendizaje automático:

No asociativo

Llamamos así al tipo de aprendizaje consistente en la incorporación de cambios a través de la repetición sistemática de la misma respuesta motivada por el ambiente. Nos referimos a los hábitos. Todo padre o madre sabe lo necesarios que son los hábitos y las rutinas en la educación de sus hijos pequeños y lo mal que lo pasan los niños si el entorno no propicia su aparición.

Cuanto más pequeño es el niño, más inmaduro es su sistema cognitivo y, por consiguiente, menor su capacidad para orientarse en el tiempo, anticipar lo que ocurrirá a continuación o controlar lo que sucede a su alrededor. El niño necesita situarse en el aquí y ahora y esto lo consigue a través de los hábitos y rutinas. Desenvolverse en un entorno ordenado y con hábitos claros le confiere sensación de control: puede anticipar lo que ocurrirá después; no hay el efecto sorpresa que tanto desasosiego le provoca. Este tipo de aprendizaje le permite consolidar las bases que harán posible en el futuro formas de aprendizaje más complejas.

Imitativo o por modelo

La capacidad imitativa está predeterminada en el ser humano ya que facilita su supervivencia. Los niños asimilan los cambios por imitación. Salvo que esta capacidad esté alterada por un trastorno, los niños son auténticas esponjas: incorporan todo lo que se les dice pero, sobre todo, lo que se les transmite a través de la comunicación no verbal. Por eso es tan importante el modelo, en particular, el de los adultos de referencia, de sus amigos y de sus personajes (dibujos o juguetes) de relevancia.

Asociativo

En este tipo de aprendizaje distinguimos dos estilos claramente diferenciados:

  • Por condicionamiento clásico: cuando un estímulo neutro que no genera ninguna reacción en el individuo se produce de forma contingente con un estímulo incondicionado que sí genera respuesta, el estímulo neutro termina provocando en el individuo la misma reacción que el estímulo incondicionado (los perros de Paulov, a los que bastaba con oír los pasos de la persona que los alimentaba para empezar a salivar, son el ejemplo típico de este condicionamiento). El condicionamiento clásico está muy presente en nuestra vida diaria. Por ejemplo, una fragancia que en un principio no tenía ningún significado especial (estímulo neutro) despierta de inmediato en nosotros sensaciones o vivencias respecto a personas relevantes en nuestras vidas. El condicionamiento clásico no se centra en la conducta, sino en el estímulo que se modifica por asociación con otro estímulo significativo para la persona.
  • Por condicionamiento operante: tanto si hablamos de seres humanos como de animales, sabemos que la frecuencia de una conducta aumentará o disminuirá en función de las consecuencias. Toda conducta contingente a un estímulo positivo tenderá a repetirse, y a reducirse si el estímulo es negativo. A diferencia del condicionamiento clásico, en este caso el cambio se centra en la conducta, no en el estímulo.

Aprendizaje controlado

Este tipo de aprendizaje requiere mayor madurez cognitiva. Las funciones ejecutivas empiezan a cobrar importancia. El niño decide lo que quiero aprender -tiene, por consiguiente, una meta- y regula el proceso que le llevará a alcanzar esa meta. Para ello, necesita poner en marcha funciones complejas como la motivación, el control de la atención, la capacidad de resolver problemas, etc.

ambiente

Todos los aprendizajes a los que hemos hecho referencia en los párrafos anteriores se producen en un entorno. Dependiendo de la etapa madurativa del niño, el entorno influirá en mayor o menor medida en su aprendizaje. El niño pequeño es muy dependiente del ambiente. A medida que madura, comenzará a modificar el entorno de forma consciente y voluntaria. El aprendizaje, que inicialmente era inconsciente (dependiente de los estímulos recibidos y del ambiente) transita hacia un estilo de aprendizaje más controlado en el que cobran importancia las funciones ejecutivas. Esta progresiva transición desde el aprendizaje automático al controlado debe darse siempre y, de no producirse, indica que algo está entorpeciendo el desarrollo del niño.

Pero de la misma forma que la conducta del niño genera cambios en el ambiente, también el ambiente influye sobre su conducta (haciendo que se repitan unos comportamientos y que desaparezcan otros) y sobre su madurez cognitiva y emocional. La suma de estos factores (desarrollo cognitivo-emocional + conducta + ambiente + experiencias) irá conformando la personalidad del niño o niña. La familia (padres, madres y otros adultos de referencia) son importantes agentes del ambiente y como tales pueden modificar, interferir o favorecer su maduración cognitivo-emocional-conductual.

A TENER EN CUENTA:
Los procesos que el niño o la niña lleva a cabo para desenvolverse en determinado ambiente son los mismos que utilizaremos nosotros para modificar, si es necesario, algunos comportamientos.

Cuando trabajamos en terapia con papás y mamás preocupados por determinados comportamientos de sus hijos utilizamos el entrenamiento parental. Vosotros, los padres, como principales reguladores de la conducta de vuestros hijos tenéis que comprender cómo aprenden, por qué les cuestan determinados aprendizajes y por qué se producen o mantienen determinadas conductas que no deberían darse.

Pero lo primero que hemos de preguntarnos ante una conducta indeseada es: «¿Realmente es un comportamiento indeseable dado el proceso madurativo del niño?». Puede parecer una pregunta básica, pero no lo es tanto. ¿Es realista lo que le pido a mi hijo teniendo en cuenta su edad? ¿Puede un niño de cuatro años, por ejemplo, esperar sentado durante dos horas a que yo termine de hablar con la vecina? Si, tras responder a esta pregunta, consideramos que hay que intervenir, analizamos los antecedentes. ¿Qué ocurre antes de que aparezca esa conducta concreta? ¿Qué estímulo la desencadena? Es muy probable que, si esa conducta se da con frecuencia, algo la esté manteniendo. Es importante identificar el estímulo desencadenante y qué ocurre justamente después (consecuente). Una vez delimitado lo anterior, seleccionaremos la estrategia de modificación de conducta que más nos convenga en función de diversos factores: edad del niño, tipo de conducta, recursos con los que cuenta, situación vital, momento de inicio, frecuencia, etc.

Muchas de las técnicas de modificación de conducta que utilizamos en terapia son aplicables en casa pero, si decidimos implementarlas, hemos de hacerlo bien porque, de lo contrario, correremos el riesgo de consolidar el comportamiento que queremos extinguir.


 

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