Dada la creciente importancia de la educación bilingüe en un mundo cada vez más internacionalizado, son muchos los padres que me expresan su preocupación por que el retraso en el lenguaje o el habla que observan en su hijo o su deficiente rendimiento respecto a los niños monolingües, estén motivados por el aprendizaje de dos idiomas.
Diferentes estudios neurofisiológicos parecen demostrar que una segunda lengua, adquirida en las primeras fases del desarrollo lingüístico del niño, comparte con la lengua materna (o dominante) áreas comunes de la corteza cerebral. La adquisición simultánea de dos lenguas favorece las conexiones cerebrales, potencia el desarrollo cognitivo y neurológico del niño además de su capacidad metalingüística, analítica, de atención y concentración, mejora su autoestima y fomenta su sensibilidad intercultural. El niño que crece en el seno de una familia donde padre y madre hablan idiomas diferentes aprende de forma espontánea e intuitiva a partir de lo que oye a los adultos y aunque el ritmo de aprendizaje pueda ser (aunque no necesariamente) más lento y utilizar indistintamente palabras de ambas lenguas (interferencias léxicas), ya que opta por los términos y estructuras que le resultan más familiares para expresarse con mayor fluidez, pronto aprende a diferenciar ambos sistemas lingüísticos y a comprender en qué contexto debe utilizar cada uno de ellos. Durante los 2 o 3 primeros años mezclará la sintaxis y el vocabulario, pero a partir de los 36 años hablará con fluidez los dos idiomas.
Sin embargo, el niño que incorpora un segundo idioma al acceder a la escuela, como parte de un plan educativo, en un momento en el que todavía no ha consolidado el desarrollo de la lengua materna, se enfrenta obviamente a mayores dificultades académicas. Si ese niño, además, padece un trastorno que dificulta la adquisición del lenguaje o la comprensión o expresión en su propia lengua, difícilmente podrá aprender otra, ya que no solo estructurará su pensamiento y lenguaje mezclando ambos idiomas –lo que se traducirá en un deficiente desarrollo de los dos- sino que es muy posible que esa dificultad añadida a un trastorno que ya de por sí afecta a su rendimiento académico, provoque en el niño sensación de ansiedad, miedo al ridículo y pérdida de autoestima.
Ante esta situación, la recomendación que doy a los padres es la de esperar a que el niño consolide sus competencias lingüísticas y comunicativas en la lengua materna antes de introducir un segundo idioma, y en ningún caso forzarle a aprenderlo si observamos dificultades obvias de expresión o comprensión en su propia lengua. Sin negar las muchas ventajas que puede aportar el aprendizaje precoz de un idioma, son muchos los niños y adolescentes que, sin haber cursado enseñanza bilingüe, han aprendido en otra etapa de su vida a expresarse correctamente en otro idioma, y el bienestar emocional de nuestros hijos debe prevalecer sobre cualquier otra consideración.
Iciar Casado (Psicóloga)