La evaluación, un imprescindible
Todo programa de intervención psicológica o logopédica comienza con una evaluación exhaustiva que ha de cumplir dos objetivos de partida:
- Enfoque integral, es decir, abarcar todas las áreas del desarrollo del niño o la niña.
- Análisis de los factores contextuales que pueden estar influyendo en los síntomas presentados.
Padres y madres se ponen en contacto con nosotros preocupados por el comportamiento de sus hijos: bajo rendimiento escolar, dificultad para interactuar con sus iguales o conductas inadecuadas son algunas de las inquietudes más recurrentes. Pero estos síntomas sólo son, a nuestro juicio, la punta del iceberg. El psicólogo o logopeda debe llevar a cabo una evaluación en profundidad para identificar las causas subyacentes de estas dificultades (por lo general, son más de una) y analizar las variables que contribuyen a su persistencia.
Cada evaluación debe ser diseñada teniendo en cuenta la problemática y el contexto concretos del niño o la niña. Dicho esto, todas las evaluaciones comparten un elemento común: la necesidad de recopilar e integrar información cuantitativa y cualitativa. Tan importante es la información obtenida a través de pruebas estandarizadas que nos permite realizar comparaciones con el grupo normativo, como aquella otra que recogemos durante el propio proceso de evaluación a través de la observación directa. Mediante esta observación sabemos cómo el niño o la niña se enfrenta a la tarea, resuelve los problemas, gestiona las situaciones de frustración o interacciona con la evaluadora, unos conocimientos valiosos que no reflejan las pruebas estandarizadas. Los cuestionarios cumplimentados por padres y profesores constituyen la tercera pata del proceso.
Una vez finalizada la evaluación, cuya duración variará en función de cada caso, es indispensable que padres, madres y profesores conozcan los resultados y, sobre todo, entiendan lo que significan. El adulto más cercano al niño será parte imprescindible de la intervención y solo podrá brindar apoyo si comprende adecuadamente lo que le sucede a su hijo o hija.
Por consiguiente, nos reunimos con la familia -y, si es posible, con el colegio- para explicarles los datos recogidos en el informe escrito y aclarar todas sus dudas.
Cuando la familia ha comprendido las dificultades, los objetivos a trabajar y el diagnóstico correspondiente, podemos dar por concluido el proceso de evaluación y comenzar la terapia que se adapta mejor a las necesidades de cada caso.