Explicábamos en el post anterior que la conducta del niño de 3 a 6 años está claramente condicionada por los procesos cognitivos y emocionales en pleno desarrollo. Los padres observamos algunos comportamientos en nuestros hijos que pueden parecernos preocupantes, pero se trata de conductas típicas motivadas, en su gran mayoría, por la inmadurez de esos procesos.
Nuestra prioridad, en este caso, es lograr el ajuste entre niño y el entorno para que ese desarrollo se produzca adecuadamente.
Algunos elementos prácticos que facilitan ese objetivo
- Contar con información general sobre el desarrollo esperado según edad cronológica. Esta información sirve exclusivamente de referencia. Comparar a tu hija con la hija de tu vecina, aunque las dos tengan la misma edad, poco aporta ya que cada niño se desarrolla de forma diferente. Lo que de verdad importa es la información sobre el propio proceso madurativo de tu hija. No necesitas saber lo que hacen otros niños de su edad, sino lo que es capaz de hacer ella (a nivel de lenguaje, atención, memoria…). Y a partir de ahí («zona de desarrollo próximo»), exigirle un poco más.
- Información sobre la conducta del niño en los principales contextos. Los niños no se comportan de la misma forma en todos los contextos. Cuando detectemos comportamientos que no nos parezcan adecuados es importante verificar en qué contextos específicos se producen.
- Ante conductas desajustadas, reflexionemos antes de actuar. Si actuamos sin pensar ante cualquier comportamiento de nuestro hijo, podemos estar castigando o reforzando comportamientos que nada tienen que ver con lo que nosotros creemos estar castigando. Puede ser que el niño se comporte de una manera muy molesta para llamar nuestra atención y, al regañarle, le prestamos atención, que es exactamente lo que busca. Reflexionemos sobre cuál puede ser la causa profunda de que nuestro hijo actúe de una determinada manera.
- Ante la duda, contacta siempre con un profesional. Los padres no tenemos por qué saber de todo. Además, en ocasiones la relación con nuestros hijos está viciada y necesitamos la aportación de un tercero externo que vea las cosas desde fuera y con objetividad.
Quiero aprovechar esta ocasión para destacar, una vez más, la importancia del juego no reglado. Lamentablemente, debido a nuestro estilo de vida (los papás llegamos cansados a casa, los horarios son muy ajustados, siempre hay «cosas que hacer»), nos olvidamos de jugar. Y cuando jugamos con nuestro hijo, predominan los juegos reglados en los que el adulto marca la dinámica. Sin embargo, el juego es una radiografía de nuestro hijo. A través del juego podemos saber cómo procesa, cómo habla, cómo comprende, cuáles son sus intereses, si está adquiriendo o no los comportamientos esperados. A través del juego conocemos el desarrollo introspectivo de nuestros hijos porque mientras juegan se muestran tal y como son, sin ningún tipo de condicionante.
Imagino lo que estáis pensando: «La teoría está muy bien pero, como padre o madre, ¿qué hago cuando me encuentro en una situación de ese tipo?»
«Tips» básicos
La influencia del contexto
Límites
Ningún niño puede desarrollarse como persona autónoma sin límites. Hay algo que a los adultos nos cuesta entender: límite no es sinónimo de castigo o prohibición. La función del límite es ayudarnos a proteger a nuestros hijos. Los límites potencian su autoestima porque entienden que nos preocupamos por ellos y les prestamos atención. Hemos de modificar nuestro concepto de límite.
Amor incondicional
Sí, tal vez suene cursi, pero este es un elemento básico del vínculo entre padres, madres e hijos. Un factor clave de la autoestima del niño es sentirse querido, pase lo que pase, por esas figuras (sus adultos de referencia); esa agradable sensación de seguridad que aporta el saber que «papá y mamá me quieren por encima de todo y me quieren tal como soy». El niño siempre buscará la atención y el afecto del adulto. Está genéticamente predeterminado para ello. Y si no lo consigue por las buenas, lo buscará por las malas. Son muchos los estudios y experimentos (realizados con seres humanos y animales) que ponen de manifiesto el daño que puede provocar la falta de afecto de las personas de referencia.
Esto tiene mucho que ver con esa visión que nos forjamos del niño modelo, olvidando al niño real que tenemos ante nosotros. Rompamos con esos prejuicios. Los modelos no son más que arquetipos. Mi hijo es este. Y es a este niño al quiero y deseo ayudar en su desarrollo.
Necesidad del adulto
El ser humano nace siendo mucho más vulnerable que el resto de las especies. La razón es que un sistema cognitivo tan complejo como el nuestro no podría desarrollarse en el vientre de la madre -requiere del contacto con el mundo exterior y el resto de los congéneres-. El adulto tiene el cometido de traducir, regular y monitorizar esos primeros años del niño. Suple la función de un sistema ejecutivo infantil aún inmaduro. Pero esto no significa que tenga que hacer las cosas por el niño. Simplemente marca la hoja de ruta, el plan de actuación, hasta el momento en el que el niño puede actuar con autonomía.
Sensación de ser útil
El niño necesita sentirse útil. Volvemos a la «zona de desarrollo próximo». Tan perjudicial resulta plantearle desafíos inalcanzables como cosas tan sencillas que su consecución no genere ningún tipo de autoestima.
Padres y madres nos enfrentamos en ocasiones a comportamientos que nos abruman, no entendemos o ante los que no sabemos cómo proceder. En algunos casos, esos comportamientos podrán considerarse «patológicos» porque son consecuencia de un déficit o trastorno. Pero esos casos son una minoría.
Conozcamos el grado de madurez de nuestro hijo. ¿Cómo? A través del juego, porque nos brinda la ocasión perfecta para ver a nuestro hijo o hija actuar sin ningún tipo de condicionante. Cuando me siento en al suelo y juego con él o ella a los coches, a las cocinitas o a lo que sea, estoy conociendo sus intereses, su lenguaje expresivo y comprensivo, su capacidad atencional, su control inhibitorio, su tolerancia a la frustración… estoy conociendo a mi hijo en estado puro.
Y a partir de esa información, cada vez que reaccione de una forma que nos genere desasosiego, haced esa labor detectivesca antes de actuar. Los papás tendemos a reaccionar rápidamente con cierta propensión al castigo. Es probable que tras las conductas que percibís subyazca alguna de las causas que hemos visto en los apartados anteriores: falta de atención, falta de afecto, información incoherente, exceso de protección o, por el contrario, exceso de permisividad.
Todos reaccionamos alguna vez con enfados o gritos -somos humanos y es inevitable- pero comprender el desarrollo de nuestro hijo nos ayudará a reflexionar antes de actuar.
Iciar Casado (Psicóloga)
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