En el vídeo de hoy analizamos otra de esas dinámicas habituales que generan conflictos en el seno de la familia y que, a su vez, pueden favorecer la aparición de conductas problemáticas en nuestros hijos. Hablamos de la idea tan extendida en el mundo adulto de que los niños, por el hecho de serlo, no tienen capacidad para tomar decisiones acertadas.
Como resultado de esta creencia, se establecen relaciones rígidas basadas en el principio de que los niños deben hacer lo que dicen los padres.
¿Qué potencia este tipo de educación?
- Niños inseguros con una autoestima debilitada.
- Niños con dificultades para relacionarse de forma asertiva fuera de casa.
- Niños que no se sienten validados, porque sus padres no confían en sus criterios.
El ser humano nace en un estado mucho más inmaduro que el resto de los animales y necesita del acompañamiento de los padres, durante un largo periodo de su vida, para desarrollarse como persona autónoma y sana. Si nosotros -papá y mamá- impedimos sistemáticamente que nuestros hijos intenten resolver los problemas a los que se enfrentan, no permitiremos que maduren en algo tan importante como la capacidad de tomar decisiones.
Hemos de dejar que el niño o la niña se enfrenten a esas situaciones problemáticas, aunque acompañándoles durante todas las fases del proceso.
Fases del proceso de toma de decisión
- Identificación del problema: ayudaremos al niño o niña a identificar las situaciones que merecen un ejercicio de reflexión previo a la toma de decisiones.
- Establecimiento de alternativas: una vez identificada la situación, les ayudaremos a identificar alternativas. Los problemas no tienen una única solución y hemos de decidir la más conveniente para nosotros en un momento determinado.
- Toma de decisión: aquí confluyen aspectos cognitivos y emocionales. Los niños están en pleno desarrollo, por lo que necesitarán nuestra ayuda para decidir cuál es la mejor decisión. Este proceso, que se repetirá en numerosas ocasiones, es básico para que nuestros hijos se conviertan en adultos felices y seguros de sí mismos.
Recuerda:
No debemos pretender que nuestros hijos tomen las decisiones adecuadas desde el primer momento ni dejar correr el tiempo a la espera de que pueden realizar ese ejercicio sin confundirse. Aprender a tomar decisiones es un proceso complejo en el que hemos de acompañarles de forma que, cuando dispongan de una buena capacidad para razonar y gestionar sus emociones, sean capaces de tomar decisiones adecuadas (e informadas), porque habrán experimentando todas las fases previas con nuestro acompañamiento.
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