Todos tenemos días malos
Un niño no puede hacer menos, pero tampoco más de lo que aún no ha aprendido.
Imaginemos, por ejemplo, que tu hijo se ha vestido sólo (se ha puesto las prendas en el orden y la forma que cabría esperar). Sabes, por consiguiente, que ha adquirido ese aprendizaje y esperar que siga poniéndolo en práctica es un objetivo realista.
Es posible, sin embargo, que hoy el niño se sienta inquieto, triste, molesto, disperso o simplemente haya dormido mal… algo que, por otra parte, también nos ocurre a los adultos: tenemos días buenos y días malos.
Por tanto, si tu hijo se muestra hoy reacio a vestirse, debe primar el sentido común. Sea cual sea su trastorno es, antes de nada, una persona y como toda persona, su estado anímico puede experimentar altibajos.
Mi recomendación es, por tanto, que asumas que tiene un mal día (investiga por qué) y que necesita un poco de ayuda por tu parte.
¿Pero qué entendemos por «prestar un poco de ayuda»?
En pocas palabras: arrancar la secuencia.
Empezar la acción es lo que más cuesta, así que si tu hijo un día cumple como un relámpago la orden de «hay que vestirse» y otro día no, es una buena estrategia iniciar la secuencia de vestirse diciéndole: «Yo empiezo con la camiseta y luego sigues tú».
- No te anticipes. No intervengas hasta que veas que el niño tiene dificultades para iniciar la acción. Tu ayuda siempre debe estar un poco por detrás de su necesidad. Si no arranca, le ayudas a arrancar; si a mitad de secuencia se dispersa, le ayudas a centrar la atención. Pero dale antes la oportunidad de asumir la iniciativa por sí solo.
- No caigas en el error de pensar que al ayudar a tu hijo estás sobreprotegiéndolo. La sobreprotección se produciría si te anticipases a vestirlo o redirigir su atención sin darle la oportunidad de intentarlo.