A padres y madres nos encanta utilizar estrategias de modificación de conducta en la educación de nuestros hijos como los famosos premios y castigos de toda la vida («Si te comes la sopa, te dejo ver la tele» o «si no haces las tareas, no podrás jugar», por poner algunos ejemplos habituales).
Estas estrategias pueden ser muy eficaces siempre y cuando las apliquemos teniendo en cuenta lo siguiente:
- No se pueden utilizar de forma indiscriminada.
- Debemos explicar a nuestros hijos cuáles serán las consecuencias de sus actos.
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Las consecuencias deben mantener una relación lógica con la respuesta que los adultos demandamos.
Veamos un ejemplo: si nuestro hijo, después de jugar se niega a recoger su cuarto, una consecuencia adecuada será decirle que mañana no podrá utilizar ese juguete, porque la recogida forma parte del momento de juego. Si no está dispuesto a cumplir con esto (podemos ayudarle a recoger, si es muy pequeño), el próximo día no podrá jugar con ese juguete. Esta es una consecuencia coherente.
Dicho lo anterior, con frecuencia observamos que padres y madres queremos construir la casa por el tejado: nos liamos a aplicar este tipo de estrategias sin haber establecido una buena base con nuestros hijos mientras son pequeños. Esto requiere jugar con ellos (mejor aún, tirados en el suelo), escuchar sus preocupaciones (que tal vez nos parezcan tonterías, pero que para ellos son importantes), acompañarles en el error y estar accesibles cuando nos necesitan. A través de la construcción de este vínculo seguro nos posicionamos como el modelo a seguir.
Una vez creado un vínculo seguro podremos aplicar este tipo de estrategias con eficacia.
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