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Covid, redes sociales e intimidad

La pandemia ha introducido cambios que complican las relaciones interpersonales, como la distancia social, el uso continuado de la mascarilla (que afecta a nuestro lenguaje gestual y, con ello, a nuestra comunicación no verbal), y la imposibilidad de abrazarnos o de mantener otro tipo de contacto físico –tan importante en sociedades como la nuestra–. El ser humano siempre ha hecho frente a los acontecimientos adversos uniendo fuerzas: nos apoyamos, nos socorremos y trabajamos en equipo contra el enemigo común con la esperanza de retornar a la normalidad y, con ella, recuperar la tranquilizadora confianza en el futuro. Pero la pandemia nos obliga a aislarnos e incluso a separarnos de aquellos que más queremos por su propio bien. Sin posibilidad de sentir el aire en la cara, el abrazo del otro, de interpretar sus gestos faciales o de transmitir aquello para lo que no bastan las palabras, surgen síntomas de malestar, de tristeza, de ansiedad. Para evadirnos, depositamos nuestra atención en la estimulación virtual y las fronteras entre lo real y lo imaginario comienzan a difuminarse. Se produce entonces una situación paradójica: cuando más conectados estamos, más solos nos sentimos.

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En el nuevo escenario, las redes sociales (Whatsap, Twiter, Instagram, etc.) se han convertido en un aliado clave para comunicarnos y sentir la cercanía de familiares, amigos y compañeros, además de una herramienta imprescindible en nuestra vida profesional. Omnipresentes en todos los ámbitos, estas plataformas están modificando nuestra forma de interactuar y, con ello, nuestra forma de vida. Todos somos conscientes de las ventajas que aportan, pero tal vez no lo seamos tanto de los riesgos que entrañan.

Lo vemos a menudo: grupos de adolescentes que comparten banco con la vista clavada en el móvil; adultos reunidos en la mesa de una terraza que chatean con alguien que no está presente; comidas familiares en las que los comensales miran de reojo los teléfonos; conciertos en los que asistentes, pendientes de subir el evento a sus redes, olvidan disfrutar el momento; mensajes entrantes que dificultan nuestra capacidad de concentrarnos en los estudios u obligaciones laborales… la lista de ejemplos es larga y pocos de nosotros estamos en posición de poder tirar la primera piedra. Una cosa es innegable: lo virtual gana peso sobre lo real. Parece interesarnos más lo que viven los otros que lo que vivimos nosotros mismos; lo que hacen quienes no están presentes que lo que hacen quienes comparten nuestro presente.

El eslabón más débil

Los niños son la parte más delicada del nuevo modelo de interrelación social. Además del riesgo de un consumo excesivo de dispositivos electrónicos (redes, videojuegos, youtubers, etc.) y de material no siempre indicado para su edad, corren el peligro de ver vulnerados sus derechos a la intimidad y la privacidad. La capacidad de inhibir los impulsos, valorar las intenciones del otro o de ponerse en su piel todavía no está formada en el niño. Y el anonimato de las redes genera una falsa sensación de seguridad que puede hacer que el menor se sienta invulnerable y desinhibido, lo que aumenta el riesgo de sufrir (o cometer) prácticas de ciberbullying o ciberacoso (acoso por parte de un compañero a través de redes, chats, emails, etc.) o de ser objeto de grooming (acoso sexual por parte de un adulto a través de dispositivos digitales).

El niño menor de ocho años no está preparado para gestionar dispositivos electrónicos sin supervisión, entre otra cosas, porque le cuesta comprender conceptos abstractos como «intimidad» (no es consciente de sí mismo como persona) o «engaño» (aún no ha aprendido a mentir), lo que le hace particularmente vulnerable. Pese a ello, vemos como niños cada vez más pequeños se conectan a las redes sociales, sin tener la madurez cognitiva necesaria para gestionar ese complejo universo.

Esta circunstancia es, en parte, reflejo de las dificultades de las familias para conciliar vida laboral y familiar. Los padres trabajan largas jornadas y, cuando llegan a casa, no desean enfrentarse al desgaste que ocasionan las discusiones con sus hijos para «que dejen la tablet, el ordenador o el móvil», cuando el cansancio hace mella en su energía y firmeza y lo único que quieren es un poco de paz familiar. Sin embargo, hemos de ser conscientes del riesgo que representa el uso intensivo e indiscriminado de las redes sociales para la salud psico-emocional del menor.

Algunas recomendaciones

Las recomendaciones siguientes os ayudarán a gestionar el tiempo que vuestros hijos (niños o adolescentes) dedican a la tecnología digital y, en particular, a prepararlos para que hagan un uso responsable de la misma:

  • Ayúdale a desarrollar el sentido de identidad y el conocimiento de sí mismo: si tu hijo es pequeño, una eficaz forma de trabajar el sentido de la identidad es la lectura conjunta de cuentos que te den pie a preguntarle cómo se sentiría en esa situación, cómo cree que se siente el protagonista de la historia, para qué cree que sirven esas emociones o qué solución propondría si se encontrase en el lugar de ese personaje. Se trata de que esa experiencia compartida sea agradable, por lo que las preguntas deben surgir de forma natural, sin que supongan un «interrogatorio». Puedes actuar como modelo expresando tus propias emociones («si me pasase eso, yo me sentiría…», «yo me sentí así cuando…»). Los vídeos, cortos o películas que giran en torno a las emociones son otro valioso recurso. Ver en familia este tipo películas, cuyo contenido suele ser muy motivador para el niño (y de las que hay un amplísimo repertorio tanto en las distintas plataformas digitales como en youtube), nos da pie para trabajar las emociones, analizando el comportamiento de los personajes, y también para reflexionar sobre aspectos tales como las intenciones ocultas, el valor de la intimidad, el derecho a la privacidad y la necesidad de observar, ser precavidos y, ante la menor duda, recurrir a los padres.

  • Juega a las emociones: puedes aprovechar cualquier momento del día para hacerlo. Cuando escuchas la radio en el coche, por ejemplo. Cuando suene una canción puedes contarle a tu hijo cómo te hace sentir y en qué otro momento del día has sentido esa emoción. Jugar al juego de «verdad o mentira» es otra buena opción: dices una frase como, por ejemplo, «Me encanta jugar al fútbol» y el otro jugador tiene que adivinar si estás diciendo la verdad o no.

  • Amplía el repertorio de juegos y actividades lúdicas en familia: paseos, excursiones, películas, lectura de cuentos o libros, scapes rooms y, en general, actividades que favorezcan la comunicación entre los miembros de la familia, ya que esta es la principal red de protección del niño y el mejor entorno en el que aprender de los errores y a adaptarse al mundo exterior.

  • Permítele que cometa errores: no penalices los errores, utilízalos como herramienta de reflexión y aprendizaje.

  • Establece límites: los límites son necesarios y el niño debe aprender a respetarlos. La recompensa o refuerzo positivo es más eficaz que el castigo, pero si es necesario recurrir a este último, debe ser siempre ponderado, creíble y no afectar a actividades importantes para el desarrollo del menor. Dejar a nuestro hijo sin ver sus dibujos animados favoritos por haber pegado a su hermano (además de reparar primero lo que ha hecho mal con una conducta alternativa como disculparse por su comportamiento y acordar cómo actuar si se repite una situación parecida) sería un castigo ponderado. Dejar (o amenazar con dejar) al niño sin comer, sin ir al parque durante varios días o con sacarlo de su equipo de fútbol, no lo sería. Los castigos que no son ponderados o creíbles provocan el efecto contrario al buscado.

  • Habla con tu hijo adolescente con franqueza: las redes son una ventana abierta al corazón. A través de ellas desnuda públicamente sus emociones e intimidades. Debe saber con quién comparte ese valioso regalo y de quién debe protegerlo. Háblale de confianza, de respeto, de tolerancia, de la libertad de la persona, del riesgo del chantaje (también el emocional). La adolescencia es un momento complicado, por lo que si habéis mantenido una comunicación fluida y basada en la confianza desde que era niño, te resultará mucho más fácil «conectar» ahora con tu hijo o hija.

  • Predica con el ejemplo: todo lo anterior será de poca utilidad si no ponemos en práctica la más eficaz de las recomendaciones en el ámbito de la educación familiar: «Predica con el ejemplo» o aplicado al tema que nos ocupa, «no pretendas que tu hijo no haga en las redes lo que te ve hacer a ti».

Ana Alonso (Psicóloga)

 

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