En el pasado, lo habitual era que el padre trabajara fuera de casa y que la crianza de los hijos y el cuidado del hogar recayese en la madre. Con la incorporación de la mujer al mercado laboral, los progenitores se ven obligados a delegar el cuidado de sus vástagos en terceras personas: abuelos, niñeras, profesores de extraescolares, monitores de tiempo libre…
La conciliación familiar y laboral debiera permitir que los niños fuesen cuidados y educados por sus padres, con independencia de la situación familiar. Sin embargo, la realidad del día a día nos demuestra que esto está lejos de ser así: nuestras horas de trabajo y demás quehaceres diarios, junto con las de colegio y extraescolares de nuestros hijos convierten cada jornada en una carrera contrarreloj que nos deja agotados y sin tiempo para la comunicación familiar. Y así, sin darnos cuenta, nos sorprendemos diciéndole a esa pareja que espera descendencia aquello que en su momento nos cansamos de escuchar: «Disfrutadlo, que crecen muy rápido y no te enteras». El sentimiento de culpa por estar ausentes de la vida familiar es una constante entre los padres y madres que no podemos pasar con nuestros pequeños tanto tiempo como quisiéramos, un sentimiento que se acrecienta en situaciones concretas como, por ejemplo, cuando están enfermos, acuden al médico o tienen algún acto especial.
Nuestros hijos necesitan atención, y que les dediquemos tiempo es fundamental para su crecimiento y el bienestar familiar: el tiempo compartido refuerza la comunicación y el conocimiento mutuo; favorece la seguridad, confianza y autoestima de los niños; contribuye a su desarrollo físico, social, emocional, afectivo e intelectual y ayuda a liberar el estrés de toda la familia. La conclusión parece obvia: hemos de esforzarnos por priorizar y ajustar nuestras agendas para pasar el mayor tiempo posible con nuestros hijos. Un tiempo que, además, debe ser de calidad; es decir, que haya interacción entre ambas partes: que papá o mamá friegue los platos mientras el niño juega con el móvil, no es tiempo de calidad por mucho que ambos estén en la misma habitación. Que enjabone los platos mientras el niño los aclara, sí lo es.
Sé lo que estáis pensando: «La teoría está muy bien, pero la hipoteca no se paga sola, la compra y la colada no se hacen solas, y el día solo tiene veinticuatro horas». La realidad es la que es y, en muchos casos, no podemos ajustar más el tiempo; sin embargo, sí podemos aprovechar mejor el que tenemos:
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Fuera ese sentimiento de culpa. No lo estamos haciendo mal y no somos malos padres ni malas madres: el hecho de que nos preocupemos lo demuestra. Tampoco debemos incurrir en el error de ser excesivamente permisivos con nuestros hijos o de perdonárselo todo para compensarlos por nuestra ausencia: necesitan límites y aprender a respetar. Con independencia del tiempo que podamos dedicarles, sigue siendo nuestra responsabilidad educarlos.
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El niño, sobre todo si es pequeño, no entiende por qué tenemos que ausentarnos tanto, ni qué es eso de ir a trabajar. Se lo explicaremos y escucharemos sus dudas hasta estar seguros de que comprende que es necesario y lo hacemos por su bienestar y el de la familia.
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Si podemos elegir qué momento del día pasar con nuestros retoños, mejor hacerlo a la hora de levantarse o acostarse, durante el baño, en las comidas… ya que a través de esos cuidados se consolida el apego entre padres e hijos.
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Hemos de estar presentes al cien por cien cuando compartamos tiempo. Nada de móvil, ni de televisión ni de llamadas de trabajo. Nuestra atención debe ser para ellos: mirarlos, escucharlos, responderles, jugar, compartir vivencias…
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Podemos dejarles notas si nos vamos antes de que se levanten. Comenzarán el día sabiendo que pensamos en ellos. Tal vez decidan hacer lo mismo y se convierta en un bonito juego de detalles por ambas partes.
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Otra manera de que sepan que los tenemos en mente es llamarles por teléfono, al menos una vez al día; interesarnos por cómo les va la jornada y contarles la nuestra, lo que estamos haciendo. Aunque el niño sea tan solo un bebé y no pueda contestarnos, le reconforta escuchar nuestra voz.
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Es importante que estemos al día de todos sus asuntos, desde en qué curso están y quién es su tutor hasta qué tal han comido o cómo se han portado. Que sepan que, aunque no podamos estar con ellos, estamos pendientes. Cuando les veamos, comentaremos nuestro día y les preguntaremos por el suyo, pero sin atosigarlos a preguntas ya que parecerá un interrogatorio y, probablemente, el niño se mostrará reacio a hablar. Si la conversación es fluida y tomarmos por costumbre charlar un rato cada día (por ejemplo, durante la cena), la conversación surgirá de forma natural.
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Si tenemos tareas pendientes, es buena idea dejar que nos acompañen y ayuden: hacer la compra, tender la ropa, cargar el lavavajillas… Seguramente nos lleven más tiempo de lo normal, pero será un tiempo compartido con nuestros hijos, en el que aprenderán de nosotros y nosotros de ellos.
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Si pasamos muy poco tiempo con los pequeños, ¡paciencia! Ese tiempo querrán que nos dediquemos a ellos en exclusiva y nos reclamarán constantemente. Se mostrarán menos demandantes cuanto más compartamos con ellos y más seguros se sientan de nuestra presencia, atención y dedicación.
El tiempo en familia es importante para el desarrollo de nuestros hijos. Nuestro primer paso será, por tanto, el de priorizar y organizar nuestras tareas para alargarlo. Si esto no es posible, exprimiremos los minutos de los que dispongamos y nos aseguraremos de que nuestros niños sepan que los queremos y pensamos en ellos cuando no estamos juntos. Dejemos de repetirnos que no lo estamos haciendo del todo bien y adoptemos una postura constructiva: disfrutemos del tiempo que pasamos juntos, sea cual sea este; compartamos esos momentos de calidad que constituyen la base del auténtico apego; hagamos planes, organicemos cosas juntos, impliquemos a nuestros hijos. No dejemos que la sensación de estar perdiéndonos el crecimiento de nuestros retoños desvirtúe esos momentos.
Uxue Montero