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Cuando se confunde la finalidad de las actividades extraescolares

Hay quien entiende las extraescolares como mecanismo de conciliación familiar y apunta a sus hijos a todo lo habido y por haber con el propósito de que estén atendidos hasta al momento de recogerlos.

Hay quien considera que cualquier hora del día es adecuada para enriquecer el currículo y aprovecha las extraescolares para insuflar conocimientos a sus hijos que les serán de utilidad en el futuro.

Hay quien concibe las extraescolares como una prolongación del horario lectivo, perfecto para reforzar aquellas materias en las que el alumno no es demasiado bueno en el aula.

De las tres acepciones, la tercera es probablemente la más perjudicial, ya que suma a la carga lectiva -que, en el caso de existir problemas de aprendizaje puede ser muy dura-, una dosis adicional de la misma medicina y, además, cuando el alumno está agotado.

Sin embargo, las actividades extraescolares, bien entendidas, proporcionan innumerables beneficios. La conciliación familiar es uno de ellos. Pero más allá de esto, son un estupendo escenario para que los alumnos se relacionen con sus iguales de forma diferente a como lo hacen en el aula, donde existe una competencia implícita evidente para los niños con dificultades de aprendizaje o trastornos del neurodesarrollo: saben que lee peor, se concentran menos y les cuesta más aprender que a los otros. Además, es poco probable que respondan a las preguntas del docente, pero casi seguro que se irán a casa con alguna regañina. Después de todo, no es fácil adaptarse día tras día a una estructura educativa que les resulta tremendamente exigente.

Cuando niños y niñas eligen una actividad extraescolar, lo hacen porque les gusta y, sobre todo, porque se les da bien. El caso contrario -elegir algo que se te da mal- es muy poco frecuente- y, cuando ocurre, suele percibirse la intervención de los padres.

Así que ni refuerzo académico ni mejora del currículo. Las extraescolares ofrecen al alumno la oportunidad de elegir qué desea hacer, de relacionarse con sus compañeros de otra forma y de mejorar el autoconcepto a través de ese agradable sentimiento de que «valgo para esto», una sensación de satisfacción que los niños con dificultades no experimentan a menudo.

Por su propio diagnóstico, un niño o una niña con TDAH necesita grandes dosis de deporte y se da el caso, ademas, de que suele ser buenos deportistas. Así que no solo aprovechan los muchos beneficios del ejercicio como, por ejemplo, mantener la forma física, trabajar en equipo o aprender a gestionar la frustración (de perder) y la ansiedad (de ganar), sino que además sienten que son buenos en algo y que incluso despiertan la admiración de otros. Y esa chispa de autoestima es importantísima en su desarrollo.

 

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