Lo habitual es que una sesión individual dure 45 minutos y que se impartan a razón de una o dos por semana.
Sin embargo, algunos pacientes (niños con TEA, por ejemplo) tienen mayores dificultades para mantener la atención por lo que este tiempo puede ser excesivo, mientras que en otros casos puede ser conveniente ampliar la duración y reducir el número de sesiones.
Dado que la intención del logopeda es que el niño aproveche al máximo el tiempo de intervención y que, además, disfrute aprendiendo, valorará las dificultades y disposición de cada niño y, dado el caso, explicará a los padres por qué considera conveniente modificar la duración y frecuencia de las sesiones.