Educar en valores es enseñar a los niños a ser personas de bien. Queremos que nuestros hijos sepan discernir entre lo que está bien y lo que está mal y que, por supuesto, se decanten por lo primero. Que sean generosos, pacientes y empáticos, que sepan lo que quieren, tengan principios y no se arredren ante la injusticia. Deseamos que sean felices y que deseen la felicidad de los otros. Y aunque la educación de nuestros pequeños es una labor diaria y continuada, las fiestas navideñas se prestan a echarnos una mano.
Fechas de paz, amor y…vorágine
El periodo navideño comienza el 24 de diciembre y concluye el 6 de enero, pero el ambiente festivo se respira desde días e incluso semanas antes, animado por la decoración de los escaparates, los anuncios publicitarios y las luces que alumbran las calles. Nos despedimos del año que acaba, con sus alegrías y tristezas, y estrenamos el nuevo año con el ánimo repleto de esperanzas, deseos y buenos propósitos. Se suceden las celebraciones de empresa, las comidas con amigos y familiares y las compras aceleradas: es difícil no dejarse arrastrar por la vorágine de esos días.
Los niños aguardan con ilusión los regalos. Redactan su carta a los Reyes Magos, Papá Noel, Olentzero, tío de Nadal… y esperan ansiosos a que llegue el momento de abrirlos. Es probable que muchos de nuestros hijos, al ser preguntados con qué relacionan la Navidad, contesten que con los regalos —o con el personaje que los trae—. Los anuncios de televisión, los escaparates de las jugueterías o los catálogos de juguetes que llegan a casa son un atractivo reclamo. Si incluso a nosotros, los adultos, nos resulta difícil abstraernos del consumismo navideño, ¿qué decir de los más pequeños, principales destinatarios de las campañas publicitarias? Cualquier niño escribirá una carta interminable a los Reyes Magos, porque lo querrá todo y todo le parecerá igualmente importante.Aprovechemos este momento para enseñarle la diferencia entre necesitar y desear algo –también lo que es un capricho pasajero– y limitar el número de regalos que puede pedir. Quizás nuestra propuesta no sea aceptada de buen grado en un principio, pero aprender a tolerar la frustración es un aprendizaje clave en el proceso de gestión de las emociones.
La importancia de la ponderación
Muchos niños reciben demasiados regalos; a los que compramos los padres hay que añadir los del resto de la familia. El pequeño no puede atender a ese exceso de estímulos, se satura, no sabe en qué concentrarse, pierde el interés en cuanto retira el papel… y se abalanza a abrir otro paquete, y después otro, y así sucesivamente sin prestar atención al contenido. Es incapaz de valorar y disfrutar de los regalos, porque no le ha costado nada conseguirlos, y pronto comenzará a repetir la descorazonadora frase de «Me aburro». Lo que debiera ser una experiencia emocionante se transforma en una experiencia frustrante. Acordar los regalos con el resto de la familia o hacer una «hucha común» es otra estrategia útil: nos permite elegir los regalos adecuados —pocos, pero acertados— en función de las preferencias y gustos de nuestros hijos. Podemos pedir al niño que enumere los regalos de su carta a los Reyes por orden de importancia. Esto le obligará a sopesar los pros y contras de cada uno de ellos, a decidir lo que realmente quiere, a tomar decisiones… y a hacer uso de una herramienta importante en su vida futura: el razonamiento crítico-analítico.
La Navidad es un buen momento para fomentar las conductas solidarias y recordar a nuestros hijos que no todos los niños tienen la fortuna de poder recibir los regalos que desearían. En prácticamente todas las localidades se realizan campañas de recogida de juguetes. Animemos a nuestros hijos a que revisen los suyos y seleccionen algunos para donarlos. Y si acompañan a papá y a mamá a entregarlos, mejor que mejor. Otra opción, sobre todo para los pequeños que creen en los Reyes Magos, es animarlos a que en su carta incluyan a otros niños que no pueden escribir la suya propia. En lugar de pedir, por ejemplo, cuatro regalos para él, puede ceder uno y pedir tres.
Evitemos vincular los regalos de Reyes con el comportamiento del niño. Es fácil recurrir a ello cuando nuestro hijo se porta mal. Pero el niño recibirá la misma cantidad de regalos, con independencia de su conducta. ¿Qué sentido tiene entonces amenazarlo con algo que no se va a cumplir en ningún caso? El razonamiento del niño es de una lógica aplastante: «A los Reyes les da igual si soy bueno o malo, ¿para que molestarme?» o «Si a mí me traen tantos regalos, los niños que no reciben ninguno deben ser malísimos». Nuestro propósito, como educadores, es que nuestros hijos se sientan gratificados por el mero hecho de hacer las cosas bien, no porque busquen una recompensa material. El regalo, como reforzador, debe utilizarse con prudencia, en particular el día que todo gira en torno a él.
La espera de la llegada de los Reyes Magos genera gran expectación, nervios e incluso ansiedad entre los pequeños de la casa. Esta es una buena ocasión para fomentar una virtud tan importante (y útil) como la de la paciencia. Un calendario de Adviento, con las casillas numeradas y un detalle en el interior de cada una de ellas (una chocolatina generalmente) puede ser una forma divertida de controlar el tiempo y mantener a raya los nervios.
Cada niño es diferente y también lo son sus circunstancias familiares, por lo que no es posible aplicar una misma fórmula en todos los casos, pero sí podemos tener en cuenta algunas sugerencias que siempre serán oportunas:
- Elegir un juguete que de verdad deseen tus hijos. Aunque la lista sea interminable, conocemos perfectamente a nuestros hijos y sabemos qué juguete les hará más ilusión a cada uno de ellos. Si les pedimos que sean ellos mismos quienes elijan entre la lista que han redactado, mejor aún: aprenderán a decidir sobre lo que realmente quieren.
- Un libro. La lectura es una puerta a la imaginación, el conocimiento, el aprendizaje y la cultura. Fomentar esta afición en nuestros hijos es impulsar su educación.
- Incluir algo que necesiten. Un bañador, unas zapatillas, una mochila, una camiseta o unos pinceles también son un buen regalo; aprenderán a agradecer lo que reciben aunque sea algo indispensable para el colegio o sus actividades.
El temor a defraudar y no cumplir las expectativas de nuestros hijos no debe hacernos caer en excesos que no los beneficiarán en absoluto. Los niños son inteligentes y nos asombrará lo receptivos que resultan cuando se les explican las cosas adecuadamente. Sin embargo, hay algo mucho más eficaz que cualquier explicación cuando se trata de educar en valores: nuestros propios actos. Si mostramos paciencia, empatía, solidaridad y generosidad, nuestros pequeños, que no pierden detalle de lo que hacemos —aunque no siempre nos demos cuenta— interiorizarán ese comportamiento de forma natural. Abrir los regalos con nuestros hijos, ayudarles a montar los juguetes y, por supuesto, jugar con ellos y compartir su emoción es el mejor regalo que podemos ofrecerles y lo que hará del día de Reyes una valiosa experiencia para todos.
Uxue Montero