La viñeta de hoy aborda el tema de la estigmatización que algunos niños con determinados diagnósticos sufren por parte de los adultos. Paradójicamente, esos adultos suelen mostrar preocupación por la posibilidad de que esos mismos niños sean estigmatizados por sus compañeros… algo así como si la estigmatización adulta fuera constructiva y la infantil, dañina.
Esta creencia también se observa en algunos docentes -afortunadamente, no todos – que acostumbran a proporcionar feedback sobre la conducta del niño o la niña problemáticos ante la concurrencia, es decir, el propio alumno, sus padres, sus compañeros y los padres de estos.
Se trata de una práctica poco profesional en cualquier circunstancia. Pero si, además, el feedback es negativo, la cosa empeora. Basta con preguntarnos si nos parecería aceptable que nuestro jefe o jefa, ignorando por completo el respeto a la privacidad, nos reprendiera o criticara por un bajo rendimiento ante nuestros colegas. Es difícil imaginar que el afectado no lo percibiera, cuando menos, como una falta de respeto.
Esta costumbre tiene una segunda implicación. Algunos diagnósticos presentan una sintomatología que los padres conocen a la perfección, ya que conviven con ella a diario. Por ello, no tiene sentido que el profesor les repita constantemente —y, además, en público— todo lo que su hijo hace mal; muchas de estas conductas, por cierto, no son más que manifestaciones propias del diagnóstico. El resultado es el predecible: padres cada vez más desesperados, niños que internalizan la etiqueta de «problemáticos» y actúan en consecuencia y familias que terminan alejándose del docente para evitar este tipo de situaciones.
Surge, además, el efecto de habituación: cuando padres e hijos escuchan siempre lo mismo, los reproches terminan perdiendo cualquier efecto.
¿Significa esto que no debemos mantener a los padres informados sobre los comportamientos inadecuados de sus hijos en el centro escolar? Por supuesto que no. Sin embargo, cualquier comunicación mantenida con las familias debe realizarse en un espacio privado, donde se tracen pautas claras para prevenir la repetición de los comportamiento inapropiados. Asimismo, compartir con los padres los pequeños avances y mejoras observadas en el niño generará motivación, actuará como motor de futuros cambios y evitará el ineficaz efecto de habituación que produce escuchar «más de lo mismo» sin ninguna expectativa favorable que arroje algo de luz.
Es previsible que en algún momento se manifiesten en el aula o en el patio conductas relacionadas con el diagnóstico infantil y, en ocasiones, el docente tendrá que echar mano de toda su experiencia y buen hacer para resolver esas situaciones de la mejor forma posible. Sin embargo, encontrar la ocasión de destacar los pequeños avances del niño es una estrategia eficaz, porque actúa como refuerzo social positivo y propicia un clima mucho más favorable al cambio.