Aunque la onicofagia o hábito de morderse las uñas es frecuente entre niños y adolescentes, son pocos los estudios epidemiológicos realizados sobre la materia y, por regla general, son investigaciones vinculadas con determinados trastornos (TDAH, TOC, TEA, trastornos de ansiedad…). También es escasa la literatura sobre el tema aun cuando se trata de un problema habitual en el ámbito médico y, en particular, en el odontológico, al ser una de las causas de las alteraciones y malaoclusiones dentales que llevan al niño a la consulta del especialista. Se estima que casi la mitad de la población escolar se muerde ocasional o asiduamente las uñas, práctica que alcanza su punto álgido entre los seis y los trece años y disminuye en la adolescencia. En la adultez, el hábito se reemplazado por otras conductas con mayor aceptación social como mordisquear bolígrafos u otros objetos o tocarse el pelo. Esta es, probablemente, una de las razones por la que esta patología está infradiagnosticada. No se observan grandes variaciones entre sexos, si bien algunos estudios señalan que la onicofagia deliberada o consciente es más frecuente entre los niños, mientras que las niñas suele morderse las uñas mientras están concentradas en otras actividades. La menor incidencia entre las mujeres adolescentes también se achaca a su mayor preocupación por el aspecto físico.
Los patrones son muy diversos y abarcan desde los casos moderados en los que la conducta se manifiesta en momentos puntuales y por periodos de tiempo cortos, hasta los más graves, en los que las deformidades y lesiones en uñas y cutículas que las rodea pueden llegar a ser importantes. Estos últimos se acompañan, con frecuencia, de otras parafunciones como arrancarse el pelo (tricotolomanía, más habitual en mujeres) o comerse las mucosidades (mucomanía).
Decimos que la onicofagia es una parafunción oral porque es así como se denominan las conductas repetitivas y duraderas, no achacables a causa orgánica, que carecen de un cometido funcional determinado; succionarse o morderse el dedo, el labio o el interior de la mejilla, apretar la mandíbula, rechinar los dientes (bruxismo) o la protracción lingual serían otras parafunciones frecuentes.
Se desconoce la etiología concreta de la onicofagia. Lo que comienza siendo un hábito infantil voluntario –algunos estudiosos lo consideran un sustituto de la succión del pulgar–, termina transformándose en un acto involuntario ajeno al control del niño y que, al producirse inconscientemente, resulta más difícil de extinguir. Cuando esta conducta se dispara y empieza a repercutir negativamente en cualquiera de los ámbitos de la vida de la persona (físico, emocional, social) hablamos de un trastorno. Las circunstancias que desencadenan la necesidad de morderse las uñas son numerosas. El inductor puede ser, simplemente, una actividad que requiere gran esfuerzo de concentración. O una situación que provoca tensión o ansiedad. Puede tratarse de una forma de autoestimulación ante la sensación de aburrimiento, desmotivación, cansancio o necesidad de actividad física. O una mera imitación de lo que hace otro miembro de la familia. Puede estar precedido de tensión y ansiedad -síntomas que se acrecientan ante el intento de resistirse y que solo desaparecen al morderse las uñas-, y provocar después sentimientos de arrepentimiento y vergüenza al no haber podido resistirse a la pulsión. La intensidad de las emociones que acompañan al acto de morderse las uñas puede ser indicativa de la severidad de la patología. En cualquier caso, termina convirtiéndose en un comportamiento reflejo que se activa en respuesta a situaciones o estados de ánimo que varían dependiendo de la persona. Por ello la onicofagia se relaciona con una multiplicidad de factores, más que con una única causa.
Por regla general, el hábito remitirá espontáneamente. No obstante, la onicofagia mantenida en el tiempo, además de entrañar riesgos médicos y estéticos, puede ser la manifestación de una alteración emocional o de la conducta que menoscabe notablemente la calidad de vida de la persona.
Problemas médicos:
- Aparición de infecciones (paraniquia) e inflamaciones (panedizo) debido a las bacterias, gérmenes y hongos que anidan en las zonas lesionadas.
- Aparición de verrugas.
- Separación de la uña de su plataforma de soporte o lecho ungueal.
- Deformidades en los dedos.
Problemas dentales:
- Infecciones y heridas en labios y encías (herpes).
- Sobrecarga en dientes y músculos orofaciales que pueden ocasionar alteraciones en la articulación mandibular (síndrome temporomandibular).
- Desgaste del esmalte dental que favorece la aparición de caries y el debilitamiento y fracturación de los dientes.
- Malaoclusión dental y problemas de mordida.
Problemas funcionales:
- Las uñas no solo tienen la función de proteger el extremo del dedo y sus terminaciones nerviosas frente a las agresiones; son un elemento esencial del sentido del tacto y una eficaz herramienta en nuestra vida diaria: muchas de nuestra actividades manipulativas y de sostén, en particular, aquellas que requieren precisión o están relacionadas con la motricidad fina, serían francamente complicadas si no dispusiésemos de uñas (pensemos, por ejemplo, en tocar algunos instrumentos). El niño o el adolescente que se las muerde encontrará dificultades para realizar actividades que para el resto no entrañan complicación alguna.
Problemas estéticos:
- Las manos son parte fundamental de nuestro cuerpo y un elemento básico de nuestra comunicación corporal: con ellas saludamos, acariciamos, expresamos nuestros sentimientos, impartimos indicaciones, brindamos en una comida familiar o jugamos al ajedrez. Es difícil imaginar un acto comunicativo o social en el que las manos no desempeñen un papel preponderante. Las manos -y por extensión las uñas- son nuestra tarjeta de visita ante los demás. El rechazo generalizado que despierten las uñas mordidas va más allá de la simple apariencia estética: tiene mucho que ver con la imagen que la persona proyecta sobre su salud física y, sobre todo, emocional.