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El útil concepto de zona de desarrollo próximo

Las funciones ejecutivas nos permiten mantener el control consciente de todo lo que hacemos: planificar, organizar, revisar, evaluar nuestra conducta o trazar planes de actuación. Son indispensables para que podamos controlar nuestras respuestas emocionales, motoras y conductuales. Dada su complejidad, su desarrollo es lento: comienza en la primera infancia, alcanzan el primer hito madurativo hacia los 7 años y su cúlmen en torno a los dieciocho años de edad.

La conducta está condicionada por dos elementos:

▶️ Aspectos genéticos y dependientes del propio individuo.

▶️ Aspectos dependientes del ambiente.

Una conducta determinada genera un impacto en el ambiente y, en función de ese impacto, es reforzada o no por aquel haciendo que se repita o, por el contrario, desaparezca. La repetición de un comportamiento refuerza las mismas conexiones neuronales, lo que genera un aprendizaje.

Cuando padres y madres (el ambiente) exigen al niño o a la niña más de lo que puede hacer debido a su proceso madurativo, es fácil colegir el resultado: se genera frustración. La frustración conduce al enfado y a las reacciones intensas con el consiguiente conflicto entre las partes.

Pero también puede ocurrir lo contrario: que el ambiente no demande lo suficiente en función del desarrollo cognitivo del niño. En ese caso caemos en la sobreprotección e impedimos su maduración. No creamos conexiones neuronales y, por tanto, no generamos aprendizajes.

Para encontrar el punto de equilibrio basta recurrir a la «zona de desarrollo próximo o de confort», esa intersección entre el desarrollo cognitivo esperado en función de la edad cronológica del niño y la información que obtenemos de su observación directa. Una vez determinada la fase de desarrollo, iremos un poco más allá; lo bastante para no generar frustración, pero lo suficiente como para que sea un reto.

Veamos un ejemplo: nuestra hija tiene dificultades para esperar. Si pretendo que aguante media hora sin moverse mientras charlo con la vecina, tratará de llamar mi atención e incluso incurrirá en comportamientos de riesgo, como salir corriendo o cruzar la calle, por ejemplo. Tampoco interrumpiré la conversación, porque no le estaría ayudando en su desarrollo. Pero sí puedo decirle: «Hija, en diez minutos estoy contigo» (lo suyo es que respetemos el compromiso adquirido). Si aún no entiende el concepto de tiempo, le ayudaré con una pista visual («Cuando la aguja esté aquí») e incluso puedo ofrecerle una ayuda («Puedes colorear esto entre tanto»). Estos pequeños pasos estimulan su capacidad de demora.

La conducta del niño está condicionada por aspectos cognitivos y emocionales en pleno desarrollo. Y estos aspectos están a su vez estrechamente vinculados con el ambiente. Cada vez que nosotros, los padres, potenciamos una conducta, actuamos sobre el cerebro infantil promoviendo la generación de nuevas conexiones. En nuestra mano está el decidir qué conductas queremos potenciar.

 

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