La adolescencia es una etapa de cambios físicos, cognitivos y emocionales de gran intensidad que guardan estrecha relación con los cambios hormonales, aunque no se trata solo de hormonas. También se produce la maduración cerebral que sustenta esos cambios a nivel neuropsicológico. Todo lo anterior genera cambios en la conducta que, a su vez, repercuten en el ambiente modificándolo. Los efectos adolescente-entorno son recíprocos: el ambiente, por su parte, influye en la conducta del adolescente provocando nuevos cambios cognitivos y emocionales.
Muchos de vosotros me diréis: ¿pero no son habituales ese tipo de cambios a medida que el niño crece? Efectivamente. A lo largo del desarrollo tienen lugar cambios físicos, hormonales y cognitivos. Y, al igual que en la adolescencia, se producen en un ambiente determinado que, a su vez, reforzará un tipo u otro de aprendizaje. Entonces, ¿qué diferencia a la adolescencia de las etapas anteriores?
El agente regulador
Durante el desarrollo infantil, el adulto es el encargado de dirigir, regular y supervisar los cambios que se producen en sus hijos. La influencia de los iguales en esta etapa es residual.
Esto cambiará radicalmente al entrar en la adolescencia (y los padres debemos tenerlo en cuenta porque será un importante motivo de conflicto). La «potestad reguladora» de la que disfrutamos los adultos es suplida por los iguales, es decir, por los amigos de nuestros hijos.
¿Cuáles son los cambios de los que hablamos?
- Aumento notable de la emocionalidad y, con ella, de la sensación de vulnerabilidad. Esta intensidad emocional, muy vinculada con el componente hormonal, no es fácil manejar; menos aún cuando las emociones son tan cambiantes. No olvidemos que, aunque podamos considerar las emociones como algo «extra-cognitivo», el control de las mismas depende de ciertas funciones ejecutivas que siguen madurando hasta la edad adulta.
- Motivación restringida a señales muy concretas. La motivación está íntimamente ligada con la emoción y esta, a su vez, con la memoria. Emoción y componente amnésico van de la mano. El adolescente integrará y guardará en su almacén de memoria aquello que le emociona y, por tanto, que despierta su interés. Se focaliza en un conjunto de intereses que le resultan útiles en ese momento del desarrollo y que, para contrariedad de padres y madres, no suelen corresponderse con los intereses que nos gustaría a los adultos.
- Sentimientos nuevos. La madurez cognitiva permite elaborar pensamientos más complejos y se amplía el abanico de sentimientos: aparece la culpa, la vergüenza ajena (en particular, respecto a los padres), la soledad o la incomprensión.
- Pensamiento crítico y rigidez. Algo claramente observable, en particular, en la preadolescencia. Como la flexibilidad de pensamiento está muy ligada con la madurez de las estructuras cognitivas, el adolescente irá introduciendo paulatinamente más elementos que le permitirán ir abandonando esa rigidez para dar cabida a nuevas opciones.
- Aumento notable de la imaginación. Tanto que incluso parece mostrar tendencia a fantasear y tener ensoñaciones.
- Resolución de problemas. El adolescente entra en un nuevo escenario en el que los problemas son cada vez más complejos y necesita nuevas estrategias. Se bandea bastante bien con los problemas prácticos, porque es algo que ha ido aprendiendo de la mano de sus adultos de referencia, pero la cosa se complica (y mucho) cuando está implicada la faceta emocional.
Todo esto, como cabría esperar, genera cambios en la conducta pero, ¿cuáles son los cambios típicos?
Cambios típicos que experimenta el adolescente
- Irascibilidad: el adolescente es el eterno enfadado. Debido a su dificultad para gestionar las emociones, es habitual que exprese otros estados de ánimo, como la tristeza o la melancolía, en forma de enfado.
- Inseguridad: el adolescente se adentra en un terreno desconocido, lo que le causa inseguridad y la necesidad de reconocimiento constante.
- Cambios de estado de ánimo, con alternancia entre la euforia y la apatía. Esto es algo que nos preocupa a todos los padres y, sin embargo, forma parte del desarrollo típico esperado.
- Egocentrismo. El adolescente se centra en sí mismo porque busca su autoconcepto. Hasta ahora el adulto ha dirigido sus pasos. Ahora será él quien lo haga y tome sus propias decisiones y, para ello, necesita conocerse.
- Cabezonería.
- Omnubulamiento. Esa sensación de que nuestro hijo está en otro mundo.
- Conflictos derivados de la dependencia/independencia. El adolescente busca la independencia, pero no dispone todavía de las herramientas (sobre todo, en la preadolescencia). Necesita ayuda y asumir esa necesidad puede provocarle frustración.
- Dificultad para tomar decisiones. Tomar decisiones exige un procesamiento racional pero, al final, lo que nos hace decantarnos por una decisión y no otra, es una emoción: elegimos la opción que nos genera más bienestar. El adolescente está en pleno proceso de aprendizaje emocional, así que tomar decisiones puede no resultar fácil.
¿Qué persiguen estos cambios?
Fundamentalmente la construcción del autoconcepto y de una identidad propia. El niño nace con un temperamento, no con una personalidad. Esta personalidad será resultado del binomio carga genética-conducta (estrechamente vinculada con el ambiente).
Para construir una identidad propia, el niño necesita empezar a aprender de su propia experiencia y comportarse de forma autónoma. Esto le generará una seguridad que, a su vez, repercutirá en su autoestima. La construcción del autoconcepto requiere de algunos comportamientos que podríamos denominar «instrumentales»:
- Ruptura con el adulto y vinculación con el grupo de iguales. Esto genera aislamiento y, también, un enlentecimiento del sistema. La situación es nueva y el niño o la niña ya no pueden actuar de forma automática como lo había hecho hasta ahora a través de hábitos, rutinas y costumbres, con papá y mamá señalando el camino. El adolescente se enfrenta a situaciones novedosas que debe gestionar haciendo uso de un buen desarrollo cognitivo y emocional.
- Aprendizaje por ensayo y error. No importa lo que digan mis padres, tengo que comprobarlo yo. Es en esa comprobación cuando el adolescente se responsabiliza de sus actos. Si el ensayo y error sale bien, perfecto. Si sale mal, perfecto también porque es así como aprende a tolerar la frustración.
Durante la adolescencia de nuestros hijos, nuestro papel como padres y madres parece reducirse a la mínima expresión. Nada más lejos de la realidad. Como hemos visto en los apartados anteriores, la adolescencia es una etapa de conflicto y de ruptura con la niñez para renacer como persona adulta. Pese a que puedan chocar con nosotros, estos conflictos son naturales: van a darse y, lo que es más, deben darse para consolidar la personalidad. Nuestros hijos adolescentes necesitan que estemos ahí. Necesitan saber que pueden llamar a nuestra puerta dado el caso. Pero esto es algo que ampliaremos en el próximo post.
Icíar Casado (Psicóloga)
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