En ocasiones, cuando escuchamos a algunos padres o madres hablar de autonomía infantil, da la impresión de que consideran que los hijos alcanzan esa autonomía por ciencia infusa, ya que esperan que sus vástagos hagan las cosas por sí mismos desde el primer momento.
Sin embargo, es poco realista esperar que un niño sea autónomo sin la implicación activa de los padres en el proceso de aprendizaje. Nuestro propósito es que logren hacer las cosas por su cuenta, pero ese camino requiere acompañamiento, práctica, equivocaciones y aciertos. La autonomía sólo es posible si los padres han estado previamente presentes, guiando a sus hijos a medida que se enfrentaban a una necesidad.
Obviamente, no se trata de anticiparnos a los posibles problemas o estar siempre vigilantes para evitar imprevistos. Los niños son grandes aprendices y el entorno circundante es su laboratorio natural. Nuestro cometido es permanecer cerca de ellos para orientarles y acompañarles en la dirección adecuada, cuando lo necesiten.
Tampoco debemos confundir el cuidado con la sobreprotección. Los niños están en pleno desarrollo emocional, social y conductual. Necesitan tiempo y espacio para experimentar por sí mismos. Si nos anticipamos en todas las ocasiones y no les permitimos actuar, impedimos que ese desarrollo se produzca de forma natural.
Fomentar la autonomía a través del razonamiento, siempre que sea posible, en lugar de la imposición, es un eficaz mecanismo. Es mucho más efectivo decir «si subes a ese árbol, podrías caerte» que un simple «no subas a ese árbol». En el primer caso, proporcionamos una explicación que permite comprender el riesgo. Si, pese a ello, nuestro hijo decide encaramarse al árbol y termina cayéndose, aprenderá por experiencia que un chichón ha sido la dolorosa consecuencia de su decisión. Y esta es, sin duda, una magnífica forma de aprender.
Como es lógico, no permitiremos que nuestros hijos se expongan a riesgos para su integridad física o su salud, pero debemos encontrar el equilibrio entre protegerlos y permitir que se enfrenten a pequeños desafíos, lo que les ayudará a desarrollar habilidades como evaluar el peligro, confiar en sus capacidades y prever las consecuencias de sus actos. Cuando obligamos ha hacer algo, sin que medie razonamiento alguno, cerramos la puerta al aprendizaje.
Es preferible:
▶️ Educar antes que imponer límites arbitrarios.
▶️ Hablar de consecuencias, no de castigos.
▶️ Plantear responsabilidades y la posibilidad de tomar decisiones.
Incluso los niños pequeños son capaces de tomar decisiones sencillas, especialmente si se les ofrecen varias opciones. Dejemos que decidan. Les vestimos, les decimos qué comer e incluso a qué jugar. Hay decisiones que el adulto no puede delegar en el niño, pero otras en las que este sí puede tener voz. El resultado son situaciones de gran valor pedagógico.
Por consiguiente, si tu hijo o hija decide ponerse ropa veraniega en pleno invierno, esa será una excelente oportunidad para explicarle por qué no es conveniente que lo haga.