Ante un niño o niña que no para en ningún momento, lo único que podemos afirmar, sin miedo a equivocarnos, es que ese niño o niña son muy activos.
De cero a seis años observamos una gran variabilidad en el desarrollo y nos encontraremos con niños que, en función de su temperamento, se mostrarán mucho más activos y requerirán, por tanto, mayor regulación por parte de los adultos de referencia (mamá, papá o los profesores) para trabajar e ir favoreciendo esa autorregulación que deben aprender poco a poco.
¿Qué hacemos, por tanto, mamá, papá o los adultos a cargo del niño?
Implementar algunos cambios destinados a facilitar el que los niños aprendan hábitos y límites. Y obviamente, ofrecerles alternativas que puedan ser beneficiosas para ellos teniendo en cuenta sus particulares características.
Si una vez adoptadas esas medidas, seguimos observando una resistencia importante a integrar esos aprendizajes, será el momento de acudir a un profesional que lleve a cabo una evaluación pormenorizada del desarrollo de nuestro hijo.
Sin embargo, ni siquiera en este caso debemos hacer una valoración bajo la sospecha del TDAH como única causa. Sabemos que el TDAH es mucho más que un exceso de actividad. Es un síndrome que engloba muchas más dificultades que el control inhibitorio sobre la conducta motora al que hace referencia la mamá que nos envía esta consulta. Y también sabemos que los niños, sobre todos los más pequeños, pueden manifestar desajustes en su conducta -como esta inquietud motora tan llamativa- como consecuencia de otras afectaciones, a veces, emocionales.
Por eso es importante realizar una buena valoración, teniendo siempre en cuenta que el TDAH es una posible causa dentro de un amplio abanico de desencadenantes de esa inquietud en los niños.
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