«Es difícil tener la inteligencia de un adulto con las emociones y el cuerpo de un niño»
Leta Hollingworth (1942)
Entre mis recuerdos juveniles, los bailes veraniegos en las fiestas del pueblo ocupan un lugar privilegiado. Tan pronto arreciaba la primera nota, todos los adolescentes saltábamos a la pista habilitada en la plaza, arrastrados por la música. Todos no: Carla, permanecía apoyada en la pared sin perder detalle. «Solo hago lo que me sale perfecto», respondía ante nuestra insistencia por que se uniese al grupo. Desconozco cuáles eran las exigencias que se imponía Carla cuando a lo más que aspirábamos el resto era a mover las caderas dejándonos llevar por el ritmo y, quizás, aprovechar la ocasión para tontear con el chico o chica que nos gustaba. Pero Carla era así: solo hacía -como justificaba con ingenua naturalidad– «lo que le salía perfecto». Nunca la vimos bailar. Como tantas otras cosas.
La búsqueda de la perfección y las conductas desadaptativas: esa vulnerable frontera
El perfeccionismo se asocia a las altas capacidades, aunque no es exclusivo de estas. Considerado en el pasado un rasgo unidimensional de la personalidad, inherentemente negativo, caracterizado por unas expectativas personales irrealistas y una autocrítica desmedida, hoy se entiende como un continuo que abarca desde las conductas y pensamientos sanos a los neuróticos, un constructo multidimensional que engloba aspectos intrapersonales e interpersonales. Esta concepción resulta útil porque nos permite comprender las distintas manifestaciones del perfeccionismo y los efectos –positivos o negativos– que ejerce sobre el individuo en función de la importancia que este otorga a esas distintas dimensiones.
Desde la década de los noventa han sido muchos los estudiosos que han tratado de diseñar herramientas psicométricas para valorar de forma fiable las distintas dimensiones del perfeccionismo. Por su amplia aceptación, cabe destacar dos escalas que comparten la misma denominación:
La Escala Multidimensional del Perfeccionamiento de Frost et al. (1990) plantea el perfeccionismo desde seis dimensiones:
- Exigencias personales: tendencia a imponerse valores personales excesivamente elevados y a evaluarse en función de esos estándares.
- Preocupación por los errores: preocupación excesiva por cometer errores o fracasar.
- Expectativas paternas: percepción de que las expectativas de los padres son excesivamente elevadas.
- Dudas sobre acciones: tendencia a dudar sobre la calidad del propio desempeño y a sentirse insatisfecho con los resultados.
- Críticas paternas: percepción de los padres como excesivamente críticos ante el desempeño y los errores.
- Organización: concesión de gran importancia a aspectos tales como el orden, la organización y la puntualidad en la vida cotidiana.
La Escala Multidimensional del Perfeccionamiento de Hewitt y Flett (1991) considera tres dimensiones:
- Perfeccionismo auto-orientado: tendencia a autoexigirse unos niveles irracionales de perfección.
- Perfeccionismo orientado hacia los demás: tendencia a exigir niveles irracionales de perfección a los demás.
- Perfeccionismo socialmente prescrito: tendencia a considerar que, de no cumplir los estándares impuestos por el entorno, será rechazo por este.
Una de las ventajas de estas herramientas es que permiten correlacionar las distintas subescalas con factores de riesgo y utilizarlas como predictores de determinados desórdenes. Frost, por ejemplo, considera la preocupación excesiva por los errores como la dimensión más estrechamente vinculada con las psicopatologías, mientras que relaciona la organización y el establecimiento de valores elevados con el perfeccionamiento positivo. Por su parte, Hewitt vincula la preocupación por los errores y el miedo a decepcionar a los demás con un mayor riesgo a padecer depresión. Las escalas multidimensionales son ampliamente utilizadas en el diagnóstico y tratamiento de alteraciones afectivas. Y dado que el perfeccionismo tiende a manifestarse a edades muy tempranas, una adecuada evaluación de estas dimensiones nos permite diagnosticar precozmente y plantear estrategias para prevenir en el niño la aparición de trastornos futuros que serán mucho más difíciles de abordar terapéuticamente en la adolescencia o la edad adulta.
Para muchas personas, la satisfacción de hacer las cosas bien es lo que da sentido a sus vidas. Científicos, músicos, escritores, pintores, actores o deportistas que nos asombran con sus logros, nos emocionan con sus obras o revolucionan el mundo con sus descubrimientos no habrían alcanzado ese nivel de desempeño de no ser por su perfeccionismo. Para quienes consideran el perfeccionismo como un rasgo de la personalidad necesario para alcanzar la excelencia, la búsqueda de la perfección cuando se domina un campo no sería un mero desiderátum. Sin embargo, la línea que separa unos elevados niveles de exigencia personal y la frustración generada por la imposibilidad percibida de cumplir esas expectativas es tan fina como peligrosa: el perfeccionismo es un rasgo nuclear de muchos desórdenes afectivos. Puede actuar como fuerza motivadora que conduce a la excelencia, pero también provocar desmotivación y abandono o, en el otro extremo, trabajo compulsivo e insatisfacción permanente.
Los niños con altas capacidades muestran algunos rasgos comunes como una elevada sensibilidad o, en palabras de Dabrowski, «sobreexcitabilidad» (psicomotriz, sensual, imaginativa, intelectual y emocional), lo que les lleva –para lo bueno y para lo malo– a experimentar la vida con mayor intensidad. Poseen además gran inteligencia, razonamiento analítico, marcado pensamiento crítico, creatividad a raudales y grandes dosis de empatía. Es posible que también manifiesten disincronía en forma de desajuste entre su capacidad intelectual y su desarrollo socioemocional o físico.
El niño con perfeccionismo sano o adaptativo es capaz de concebir proyectos ambiciosos y detallados, considera sus limitaciones, se marca objetivos exigentes aunque realistas, y se embarca en la tarea de alcanzar esa meta con perseverancia y motivación, sin arredrarse ante la idea del fracaso. Siente placer por el esfuerzo, disfruta con sus logros y esa satisfacción le empuja a plantearse nuevos retos.
El niño con perfeccionismo insano o desadaptativo se establece expectativas poco realistas acerca de su rendimiento, es extremadamente crítico consigo mismo, duda continuamente de su capacidad para ejecutar la tarea planteada y sobrerreacciona ante los fallos. De alcanzar el éxito, posiblemente lo atribuya a factores externos y no a su propia valía, lo que le impide sentirse satisfecho de sus logros. Sobreestima el riesgo, vive pendiente de la crítica de los otros y necesita su constante aprobación. No encuentra placer en el esfuerzo y el miedo al fracaso y a no satisfacer las expectativas de su entorno le conduce a la procrastinación, al abandono, a una perpetua sensación de insatisfacción o a la necesidad de mantenerlo todo bajo control, desarrollando patrones rígidos de pensamiento. Carece de herramientas para gestionar el malestar y el estrés, lo que puede hacerle vulnerable a desórdenes como la ansiedad, la depresión, el trastorno obsesivo-compulsivo o los desórdenes alimentarios.
Padres y profesores deben entender las causas que subyacen tras el perfeccionismo del niño con altas capacidades y conocer sus consecuencias adversas para mitigarlas a través de la oportuna intervención. El perfeccionismo se manifiesta en la infancia. Es posible que el niño vaya modificando el nivel de autoexigencia a medida que se adentra en la adultez, pero la rigidez de pensamiento permanecerá a lo largo del tiempo. El diagnóstico y el tratamiento precoz en las primeras etapas de desarrollo es esencial para prevenir futuros trastornos.
¿Qué podemos hacer como padres o profesores?
- Mantenernos atentos a las señales de perfeccionismo negativo en nuestros hijos o alumnos.
- Evitar el establecimiento de expectativas inadecuadas sobre nuestro hijo.
- Actuar como modelo. ¿Cuál es nuestro estilo educativo? ¿Presionamos a nuestro hijo para que desarrolle todo su potencial abarrotándolo de actividades y exigiéndole excelentes resultados en todos los ámbitos? ¿Demuestra nuestro propio comportamiento la búsqueda compulsiva de perfeccionismo?
- Enseñarle a establecer objetivos realistas y acordes con sus competencias.
- Enseñarle a no aspirar a metas poco realistas impuestas por otros.
- Hacer hincapié en que la satisfacción se deriva del esfuerzo, no de los resultados.
- Enseñarle que los errores y las equivocaciones forman parte del proceso de aprendizaje y son estos los que nos ayudan a mejorar.
- Ayudarle a desarrollar estrategias de planificación, seguimiento y regulación del progreso hacia los objetivos marcados.
- Destacar los aciertos del niño, no sus fallos.
- Acabar con la creencia de que es necesario ser excepcional en todos los campos.
- Solicitar asesoramiento profesional cuando observemos comportamientos disfuncionales.
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