La impulsividad en el adulto nos indica, en cierta medida, hasta qué punto el trastorno por déficit de atención puede llegar a comprometer su vida cotidiana. Por regla general, a mayor impulsividad, mayor predisposición a desarrollar comorbilidades.
Hablar de impulsividad es hablar de falta de control inhibitorio, de conductas dirigidas a la gratificación inmediata; de dependencia de estímulos intensos y de dificultad para demorar la recompensa. La impulsividad genera numerosas complicaciones en todos los ámbitos de la vida de quien la padece: accidentes, problemas con la pareja, problemas laborales, conductas adictivas, etc.
En la vida cotidiana, la persona con impulsividad incurre con frecuencia en:
- Hablar en exceso y sin filtro alguno. Dice lo primero que le pasa por la cabeza sin pensar en las consecuencias; se entromete en conversaciones ajenas y no sabe guardar secretos.
- Dificultad para la espera o para respetar los turnos. A nadie le gusta esperar, pero para la persona con TDAH esto supone un duro reto. Es habitual que evite cualquier cola, pese a que con ello pierda la ocasión de disfrutar de algo en lo que está interesada.
- Dificultad para tolerar la adversidad y gestionar situaciones frustrantes de forma efectiva. Tratar de ejecutar en un tiempo razonable una tarea que requiere atención sostenida sin obtener el resultado deseado, por ejemplo, puede provocar (en particular, si la tarea es importante o tiene consecuencias de relevancia) reacciones de irritabilidad, impaciencia o ansiedad o, por el contrario, de apatía o desconexión.
- Urgencias inaplazables. No hay criterio de priorización. Cualquier nuevo estímulo tiene la misma relevancia que el anterior, por lo que salta de una tarea a otra sin concluir ninguna. Esto también se puede deber al temor de olvidar la nueva tarea si no la realiza en ese mismo momento.
- Mayor riesgo de conducta adictiva. La búsqueda de emociones más intensas y de gratificación inmediata, la dificultad para pensar en las consecuencias o la necesidad de aliviar el malestar puede conducir a comportamiento adictivos.
¿Desaparece la hiperactividad en el adulto?
La hiperactividad es el síntoma que más cambios experimenta cuando comparamos niños y adultos con TDAH. Con el tiempo tiende a disminuir y modificar su expresión, pero no desaparece.
La hiperactividad adopta otras formas en el adulto, pero no desaparece.
El niño -en particular, si es pequeño-, muestra una clara respuesta motor que, con los años, va siendo reemplazada por una respuesta más conductual. La hiperactividad permanece como inquietud interior que el adulto canaliza a través de acciones conscientes. El movimiento sin control que observábamos en el niño es sustituido por actos encaminados a dar salida a esa necesidad de movimiento (me levanto mientras hablo y doy unos pasos, si estoy en clase solicito ir al baño, etc.) para activar nuevamente el nivel de alerta que ha ido descendiendo al tener que contener la respuesta motora.
¿Es ansiedad?
La hiperactividad del adulto se confunde a menudo con ansiedad. Sin embargo, la naturaleza de la ansiedad que observamos en el TDAH es reactiva: surge como reacción al desajuste que el individuo experimenta en su vida cotidiana. Los despistes, los olvidos, el no recordar parte de las conversaciones, la dificultad para cumplir los tiempos, esperar durante periodos prolongados (en una reunión de trabajo o en el aula) o enfrentarse a situaciones que requieren atención u organización, genera problemas añadidos, que repercuten en el estado emocional y, en última instancia, provocan ansiedad.
Muchos adultos con hiperactividad desarrollan profesiones o trabajos estimulantes y de acción. Además, se manejan como pez en el agua en la multitarea.
¿Por qué el retraso del sueño?
Un comportamiento característico del adulto con TDAH es el retraso de la fase del sueño. Algunas causas:
- La persona con TDAH consume mayor cantidad de glucosa para mantener la concentración; realiza un gran sobreesfuerzo para responder a las demandas diarias por lo que, al llegar la tarde, puede sentirse muy cansada.
- Para paliar ese cansancio consume estimulantes (cafés, bebidas energéticas, etc.) y se enfrenta a la noche en un estado de sobreestimulación. Además, debido a la falta de control inhibitorio, cualquier momento es bueno para realizar una actividad estimulante, no importa la hora. Es posible, además, que se le hayan acumulado tareas que no ha realizado durante el día, por dispersión o porque se ha dedicado a otras cosas (esa sensación de que «siempre hay algo pendiente» antes de acostarse).
Sea cual fuere la causa, retrasa la hora de sueño y esto complica el levantarse temprano a la mañana siguiente. Para conseguirlo, el adulto con TDAH necesita una poderosa motivación interna o, en su defecto, una potente motivación externa (a esta última responde bastante mejor).
Algunas pautas
- Establecer rutinas matutinas para saber qué esperar cada mañana. Esto también puede ayudar a reducir la ansiedad que provoca la incertidumbre.
- Establecer objetivos claros que permitan enfocarse en tareas concretas. Estas metas pueden ser tan sencillas como tomarse una ducha, hacer la cama o preparar el desayuno.
- Recordatorios visuales (y cualquier tipo de memoria externa), colocados en lugares visibles (la nevera o el espejo del cuarto de baño, por ejemplo).
- Establecer recompensas como elegir actividad o un pasatiempo después de completar con éxito una tarea prevista.
Estas estrategias son generales y pueden no ser efectivas en todos los casos. La persona tiene que saber en qué le afecta exactamente su TDAH. El terapeuta le ayudará a identificar las mejores estrategias en cada caso concreto y diseñará una intervención hecha a medida.
Disregulación emocional
Quiero dedicar unas líneas a la disregulación emocional que tantos problemas provoca a muchos adultos con TDAH.
Por norma general, aceptamos en mayor o menor medida que el otro sea inatento, despistado o que tenga problemas de organización o de gestión de tiempos. Sin embargo, la impulsividad emocional genera franco rechazo, porque nos contagiamos con facilidad. La impulsividad, la labilidad y la reactividad emocional, el enfado, la irritabilidad, la ira, la impaciencia… afectan no solo al adulto que las experimenta sin saber cómo controlarlas, sino también a las personas que conviven o trabajan con él.