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La necesidad como motor del aprendizaje

Como señalábamos en la entrada anterior, la toma de decisiones está estrechamente vinculada con el bienestar general de la persona, hablemos de niños o adultos. Sin embargo, el ser humano no nace con la capacidad de decidir, sino con la potencialidad para aprender a hacerlo. De hecho, se trata de un aprendizaje complejo y de un componente fundamental de la función ejecutiva que debemos entrenar desde los primeros años de vida de nuestros hijos, porque de él depende, en gran medida, el desarrollo de su autoestima y bienestar emocional y social. Es, además, un proceso imprescindible para enfrentarse a situaciones novedosas.

¿Pero qué necesitamos para adquirir este aprendizaje?

Sin necesidad, no hay motivación. Y sin motivación no hay aprendizaje o este es poco eficiente. Así que -volviendo a nuestros hijos- debemos aprovechar los momentos del día en los que surge una necesidad para reforzar su capacidad de adoptar decisiones.

Ante la necesidad ponemos en marcha un proceso racional: para satisfacerla, recopilamos y evaluamos las posibles opciones a nuestro alcance y los pasos que conlleva cada una de esas opciones. Por ejemplo, antes de vestirme por la mañana, sopeso, sobre la marcha, algunas cuestiones: ¿hace frío o calor? ¿en qué escenario voy a moverme? ¿son preferibles prendas formales o informales?… Tras ese proceso de reflexión, entra en escena la emoción. Es lo que el neurocientífico Antonio Damasio denomina «la teoría del marcador somático». Esta teoría explica, básicamente, el importante papel que las emociones juegan en la toma de decisiones racionales.

Dicho brevemente, las experiencias pasadas dejan un «marcador» en nuestro cerebro, algo así como una referencia emocional que nos ayuda a predecir, ante diversas opciones, si una decisión determinada tendrá consecuencias positivas o negativas para nosotros en base a esas experiencias acumuladas.

Una emoción negativa, por ejemplo, hará que evitemos una determinada opción y nos decantemos por otra, aún siendo las dos razonables. Estos marcadores nos permiten simplificar el proceso de decisión en situaciones complejas, donde la valoración de absolutamente todos los posibles pros y contras sería un proceso agotador y poco eficaz, tanto que podríamos vivir atrapados en un mar de dudas.

Los niños tienen que aprender este proceso que aúna razón y emoción. Como educadores y responsables de su bienestar, hemos de permitir, en primer lugar, que surja la necesidad. A continuación, les acompañaremos en la fase de razonamiento, porque -en particular, sin son pequeños- no tendrán en cuenta muchos factores importantes a la hora de decidir. Una vez conocida la información relevante, les dejaremos espacio para que decidan en consonancia con sus propios sentimientos.

Así son las cosas: sopesamos las opciones con la cabeza, pero son nuestras emociones quienes dicen la última palabra, lo que -en términos de practicidad, agilidad y supervivencia- nos facilita la vida muchísimo.

 

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