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Las vacaciones no tienen por qué ser un quebradero de cabeza

Con la llegada de las vacaciones, los padres suelen llevarse las manos a la cabeza. Conciliar niños y trabajo no es fácil. Sin embargo, diría que hay un desafío aún mayor que el de la conciliación: el ocasionado por la desaparición de las rutinas.

Abandonar las rígidas rutinas del curso escolar y adentrarse en un periodo vacacional carente de ellas afecta a todos los niños en alguna medida, pero su impacto es muy superior en los niños con trastornos del desarrollo. Así que no es de extrañar que los padres anticipen problemas en estas fechas.

Los niños que acuden al gabinete están sometidos en su vida diaria al estrés adicional de la terapia y también a la mayor carga de trabajo en casa, debido a sus dificultades para seguir el ritmo de la clase. El tiempo de descanso vacacional es necesario y merecidísimo… siempre que se incorporen nuevas rutinas. Rutinas totalmente diferentes, por supuesto, pero rutinas al fin al cabo.

Cuando falla el sistema ejecutivo, las rutinas impiden que los niños se sientan desorientados, generan tranquilidad y evitan situaciones complicadas en el seno de la familia. Además, les permiten consolidar los aprendizajes y hábitos que han ido adquiriendo durante el curso.

Las vacaciones nos proporcionan la ventaja de no tener que ajustarnos a los horarios rigurosos de la jornada escolar. Los niños pueden practicar, sin presión, actividades cotidianas y adquirir nuevas responsabilidades.

Mantener una rutina significa contar con elementos que estructuren la temporalidad del día y, al mismo tiempo, fomenten la autonomía infantil. Cuando los niños asisten al colegio, no tienen dudas acerca de la orientación temporal. Las rutinas les permiten ubicarse en el tiempo.

Para mantener este estado de cosas, las familias han de encontrar el equilibrio. Por un lado, se trata de establecer rutinas que sirvan de «anclaje» y favorezcan la autonomía infantil. Por otro, de reducir las fuentes de estrés.

No hay recetas universales. Cada familia es diferente y, por tanto, se organizará en función de sus dinámicas, teniendo en cuenta algunos parámetros básicos como respetar las horas de sueño del niño o la niña y disponer de espacio para la actividad física.

Basta con algunos puntos de anclaje o de referencia para facilitar la orientación temporal (mañana, mediodía y tarde). Ayudar a preparar las comidas diarias puede ser una de esas referencias. Cada familia establecerá esos «anclajes temporales» en la forma que mejor se adapte a su cotidianeidad.

Por supuesto, no se trata de organizar un montón de planes para que los niños se entretengan. Puede ser mucho más enriquecedor realizar actividades en familia o incluso juegos de mesa; ese tipo de cosas que la falta de tiempo nos impide realizar durante el curso escolar, cuando las actividades compartidas tienden a centrarse en las tareas académicas.

Un último recordatorio: cualquier ocasión es buena para estimular componentes clave de la función ejecutiva como el análisis, la organización y la planificación imprescindibles para la toma de decisiones. Es habitual en estas fechas hacer planes que no solemos hacer en otros momentos del año. Podemos, por ejemplo, aprovechar las iniciativas de ocio de nuestros hijos para ayudarles a trazar un plan. Al plantearse preguntas del tipo «¿Con quién vamos a ir? ¿Cuándo? ¿En qué horario? ¿Qué necesitamos llevar? ¿Qué puedo hacer para facilitar este plan?» o, si hay varias opciones interesantes y no son posibles todas, al evaluar «¿por cuál me decanto?, el niño participa activamente en la adopción de decisiones y, con ello, practica un ejercicio que habrá de poner en marcha en todos los momentos de su vida.

 

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