Cuando pensamos en trastornos del lenguaje, cabría esperar que las dificultades experimentadas por el niño se limitasen al área del lenguaje, pero no es así. Las dificultades lingüísticas repercuten en múltiples aspectos de la conducta infantil y entorpecen la interacción social del niño con sus iguales:
- Por falta de comprensión: en el patio o en el parque no entiende los juegos, las normas o las expresiones de sus compañeros, lo que le lleva a retraerse y a no participar en esas actividades.
- Por problemas de expresión: entiende a sus compañeros, pero no es capaz de expresar lo que piensa o siente, y esto le produce gran frustración.
El niño con TEL no tiene ningún problema intelectual. Su desarrollo cognitivo es normal, sus habilidades sociales son buenas y su capacidad de aprendizaje no está, por lo general, afectada. La realidad, no obstante, es que se enfrenta a múltiples obstáculos en el colegio: tiene problemas de comprensión que se trasladan a la lectura, problemas de expresión que se trasladan a la escritura y problemas de comunicación verbal que afectan a su interacción con los otros.
La complicada etapa del colegio
Todos los trastornos del neurodesarrollo tienen una etapa muy complicada –la escolar–, que resulta particularmente dura para los niños y sus familias. El trastorno específico del lenguaje no es la excepción. El TEL no es visible. No hay sintomatología orgánica ni rasgos físicos que permitan identificarlo y con frecuencia se diagnosticado tarde. No es fácil para los demás comprender por lo que está pasando el niño. Los centros escolares aportan apoyos, pero estos son claramente insuficientes y no tienen en cuenta las especiales necesidades del niño con este trastorno. En la mayoría de los casos, la asistencia que recibirá dependerá en gran medida de la formación, el compromiso y el tiempo que el profesor pueda dedicarle en el aula.
Los padres tenemos una misión clave en la etapa escolar: compensar esa falta de comprensión que con frecuencia se da en la escuela. Y no porque los profesores sean malos profesionales, sino porque el sistema educativo no ofrece mecanismos de encaje eficaces. No podemos minimizar el problema o hacer como que no existe. El niño TEL necesita saber que papá y mamá se sienten orgullosos del esfuerzo que realiza, con independencia de los resultados. No se trata de sobreproteger al niño, sino de reconocer su esfuerzo. Y también sus potencialidades. El niño TEL tiene grandes potencialidades: es un niño brillante en muchas otras áreas en las que la entrada de información no es verbal. Basta con ver cómo mejora su rendimiento cuando se enfrenta a una tarea visual o manipulativa. Tenemos que rescatar esas potenciales y puntos fuertes, porque nuestra intervención se servirá de ellos y también serán los pilares que apuntalarán su autoestima.
¿Entonces es cosa del psicólogo o del logopeda?
La intervención corresponde en principio al logopeda. Sin embargo, en ocasiones la psicología también trata aspectos del lenguaje como proceso cognitivo: hay un punto de encuentro y complementariedad entre ambas especialidades.
Abordaje logopédico:
Cuando hay un dificultad claramente lingüística. El logopeda dispone de todos los recursos y herramientas para ayudar al niño a superar sus déficits en el procesamiento del lenguaje. Sabe qué léxico debe implementar y en qué progresión, qué verbos debe trabajar y cuál es la forma más efectiva de hacerlo. No es lo mismo, por ejemplo, trabajar con un verbo que por sí solo aporta gran cantidad de información, como «comer», a hacerlo con un verbo que necesita complementos para transmitir una idea, como es el caso del verbo «ir» (a dónde voy, cómo voy).
Es el logopeda quién establece jerarquías dentro del lenguaje y programa el aprendizaje del léxico o de las estructuras morfosintácticas, además de muchas otras cuestiones lingüísticas que no recaen dentro de las funciones del psicólogo.
Abordaje psicológico:
Cuando surgen problemas de comportamiento, de gestión emocional o de relación con los iguales. El lenguaje es un gran regulador de la conducta. El niño que no puede expresar sus deseos, necesidades, sentimientos o pensamientos, siente gran frustración, lo que se traduce en rabietas, retraimiento, falta de asertividad… Estos aspectos sí son abordados a través de la psicología.
Intervención a largo plazo
El lenguaje repercute en las principales áreas de desarrollo. De ahí la importancia de una intervención continuada, porque los retos a los que se enfrentan los chavales a medida que crecen son completamente diferentes y la intervención tendrá que ir adaptándose a las necesidades de cada momento y edad.
Nuestro principal cometido, con un niño de 3 o 4 años, será el de que aprenda vocabulario, generando un sinfín de situaciones en las que amplíe y repita una y otra vez el léxico contextual (por ejemplo, el nombre de todos los objetos que hay en casa, en el cole o el parque) y tenga necesidad de acceder al mismo para reforzar el aprendizaje.
Durante su corta vida, nuestro protagonista habrá aprendido, a fuerza de machacar y machacar, algo que el niño con desarrollo normotípico aprende de forma natural y espontánea: a poner nombres a los objetos que le rodean, a generar relaciones entre conceptos y a construir frases estructuradas. Pero nuestro niño se encuentra ahora con otro obstáculo con el que no contaba: lo que se dice no significa lo que se dice. Es más, puede significar algo completamente diferente de lo que se desprende de las palabras utilizadas. Ahora que tiene 10-11 años tendremos que hacer gran hincapié en la comprensión de inferencias, metáforas, juegos de palabras, ironías, dobles sentidos, entonaciones y todos esos juegos lingüísticos que aportan riqueza a la comunicación humana.
Muchos niños TEL presentan un habla sumamente literal y contextualizada. Pueden expresarse correctamente, con un patrón bien aprendido, sobre lo que ven o han hecho, pero al plantearles conversaciones descontextualizada se pierden, no encuentran las palabras y no saben cómo organizar el discurso. Esta falta de habilidad lingüística afecta a todas las facetas de su vida y se manifiesta de múltiples formas: bajo rendimiento escolar, introversión, inatención, falta de asertividad, baja autoestima. La labor combinada de logopeda, psicólogo y familia es imprescindible para que nuestro hijo desarrolle todas sus potencialidades, encuentre su lugar y sea –tal como desea todo padre o madre– un niño feliz.
Icíar Casado (Psicóloga)
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