La dislexia: algunos conceptos básicos
El trastorno del aprendizaje de la lectoescritura, también conocido como dislexia, ha sido objeto de múltiples estudios desde que fue descrito por primera vez, hace más de un siglo, y son muchas las teorías que, con mayor o menor fortuna, han tratado de explicar sus causas desde entonces. Hoy la dislexia se considera un trastorno del lenguaje escrito y el término ha sido reemplazado por el de trastorno específico del aprendizaje con dificultades en la lectura o la escritura.
La dificultad para asociar un estímulo visual (como puede ser una grafía) con un estímulo auditivo es la que mayores inconvenientes ocasiona a la persona con dislexia. La razón principal es que vivimos en la era de la comunicación escrita y el niño se inicia en el aprendizaje de la lectura reconociendo y diferenciando entre sí una serie de formas, muchas veces parecidas. Para poder llevar a cabo con agilidad este proceso de diferenciación y, en particular, percibir las figuras como algo diferente del fondo, necesita contar con un buen sistema de discriminación visual.
Una vez que el niño es capaz de diferenciar estas formas, empieza a asociar cada una de ellas con un sonido determinado. Se familiariza primero con la ortografía natural (en la que a cada grafema le corresponde un sonido) y después –y esto es más complicado– con la ortografía arbitraria (en la que un mismo sonido puede estar representado por dos o más grafemas, como ocurre con cama y kilo, o un grafema puede representar más de un sonido como, por ejemplo, gato o gitano).
Este proceso de asociación de un estímulo visual con un estímulo fonológico que el niño aprende de forma natural durante primaria es lo que resulta particularmente complicado para el niño con dislexia o trastorno de aprendizaje de la lectura. ¿Cuál es la razón? ¿Se trata de que el niño no distingue bien las formas y, al parecerle iguales, las confunde? Este era el pensamiento preponderante en la década de los noventa y los niños diagnosticados de dislexia se veían obligados a realizar inacabables ejercicios de percepción visual en los que debían reconocer diferencias, hacer simetrías, completar formas… ejercicios destinados, en general, a mejorar la discriminación visual. Hoy sabemos que en la mayoría de los casos este no es el problema o síntoma principal de la dislexia.
Así, nos encontramos con niños que no tienen ningún déficit de percepción visual, pero sí a la hora de traducir las formas a sonidos concretos: podríamos hablar de una dificultad en la habilidad asociativa. Y esto es importante desde la óptica de la intervención.
Pero entonces, ¿qué tipo de letra?
Si tenemos en cuenta lo anterior, al niño disléxico le sería indiferente, en principio, el tipo de letra que tenga de decodificar –sea esta ligada o de imprenta– ya que el problema no estriba tanto en el reconocimiento de la grafía como en su posterior asociación con el sonido correspondiente, una dificultad que aumenta si se asocia un mismo sonido a dos letras, como ocurre, por ejemplo, con la /j/ o la /g/ (ortografía arbitraria). Si además las letras guardan semejanza, como es el caso de la p, la b y la d, que no dejan de ser la misma figura rotada, la dificultad es aún mayor. A esto hemos de sumarle la complicación adicional de tener que discriminar sonidos que se parecen entre sí porque se articulan en un punto cercano como, por ejemplo, «ele» y «ere». De cualquier forma, esta dificultad no tiene que ver con problemas de discriminación visual, sino con el hecho de que sean estímulos muy parecidos que el niño debe asociar con sus correspondientes fonológicos, que también son parecidos.
Dicho esto, puede darse el caso de que el niño tenga además problemas de discriminación visual, lo que entorpecerá aún más la lectura, pero estas dificultades por sí solas no bastan para diagnosticar una dislexia ya que, como hemos visto, los déficits del niño con dislexia no se limitan a las capacidades de procesamiento visoespacial o perceptivo, sino que afectan a la asociación estímulo visual-estímulo fonológico y, con frecuencia, también a la conciencia fonológica, es decir, a la capacidad de poder segmentar cada uno de los sonidos de la cadena de sonidos que conforman una palabra.
La mayoría de los niños aprenden la letras simplemente con apoyo visual. Pero esta forma de aprendizaje basada en la repetición reiterada de grafía y sonido no vale con el niño disléxico ya que ese canal no funciona adecuadamente. Debemos compensar esta dificultad asociativa favoreciendo el aprendizaje de las letras por todas las vías sensoriales posibles. Podemos vincular el aprendizaje de la grafía con la semántica asociando la letra con un cuento o relato; podemos reconocer la letra a través del tacto; podemos caminar sobre la letra para interiorizar su forma; podemos utilizar estrategias propioceptivas, como reproducir la letra con nuestro cuerpo. El profesional utilizará todos los mecanismos de entrada de esa información a su alcance para que la vía no sea únicamente visual.
Aprender dos código escritos aumenta la dificultad
Aparte de aprender a leer, el niño también debe aprender a escribir: lectura y escritura son las dos caras de la misma moneda. Cuando leemos reforzamos la escritura y cuando escribimos reforzamos la lectura.
En nuestro sistema educativo convencional, el niño comienza escribiendo en letras mayúsculas, cuyos trazos son más sencillos, para pasar después a la letra minúscula ligada. Los motivos de esta elección son muchos: la letra ligada favorece la motricidad fina al ser el trazo más fluido, acelera la velocidad de escritura ya que no es necesario levantar el lápiz entre letras y facilita la diferenciación entre una palabra y otra. La cuestión es que los libros de texto con los que estudian nuestros hijos y el material impreso o en pantalla que leerán durante su vida emplea, por regla general, letra de imprenta.
Escribir en letra ligada o de imprenta no representa mayor problema para el niño sin dislexia, como tampoco le supone complicación alguna escribir en un código (ligada) y leer en otro distinto (imprenta). Pero el niño disléxico debe realizar un tremendo esfuerzo simplemente para aprender el código que tendrá que manejar en el futuro con agilidad suficiente como para poder comprender las ideas complejas expresadas a través del mismo e incluso, como es nuestra intención, llegar a disfrutar con su lectura. En el curso de nuestro trabajo diario con niños con dislexia observamos las ventajas de reforzar el aprendizaje de la lectura con la escritura, y eso requiere utilizar un mismo código para facilitar la adquisición de ambos aprendizajes. Somos, por tanto de la opinión, de que la letra en la que se inicie el niño con dislexia debe ser la de imprenta, ya que será la que utilizará y a la que tendrá mayor exposición a lo largo de todo su vida. Utilizando un mismo tipo de letra durante el aprendizaje de la lectoescritura, ambos procesos –lectura y escritura– se reforzarán mutuamente.
Iciar Casado (Psicóloga)
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