Los niños que tartamudean no son conscientes de su problema ni tienen sentimientos negativos ante su habla hasta los cuatro o cinco años y generalmente lo descubren a través de su entorno social. Durante los primeros años de vida, la tartamudez está muy influenciada por el entorno en el que el niño está inmerso. Posteriormente, la tartamudez se vuelve autónoma, se hace más independiente de ese entorno y termina cronificándose. Un niño pequeño tartamudeará ante una situación de estrés. Un adolescente tartamudeará simplemente por el hecho de anticipar esa situación.
¿Cómo debe intervenir el logopeda en ese periodo de establecimiento de la disfemia?
Durante estos primeros años no parece aconsejable una intervención directa sobre el habla del niño ya que podría incrementar las demandas de fluencia, provocándole sentimientos negativos y conductas de escape y evitación.
Es más conveniente un enfoque «indirecto» o positivo basado en la orientación y entrenamiento de los padres (enseñándoles a evitar situaciones estresantes y a reaccionar ante los bloqueos, por ejemplo) y en sacar el máximo partido de los recursos expresivos del niño.
En este contexto están indicados los talleres de expresión corporal en los que el niño, en un entorno lúdico y a través del juego, imita distintas formas de hablar, desarrolla nuevos patrones prosódicos y aprende a controlar su habla, expresándose de forma más lenta y relajada.